¿Por qué la perdí?

(Relato negro y criminal, en primera persona. Autobiográfico, o sea)

Llevaba tiempo perdiéndola, pero no me daba cuenta.

Y no podré decir que no me había ido dando avisos, sobre todo, desde que cumplí los cuarenta.

Fue la crisis, de hecho, lo que usé como excusa para seguir sin prestarle atención a las señales que me mandaba, hasta que un mal día me desperté por la noche y constaté que, definitivamente, se había ido.

La había perdido, total y absolutamente.

Entonces sí reaccioné, poniendo el caso en manos de un especialista, de un profesional.

Tras una primera entrevista, comenzó sus investigaciones.

Su forma de encarar el caso me resultó muy tranquilizadora. Me daba confianza. No me garantizó que pudiéramos recuperarla, pero al menos, me daría pista de su paradero.

No tardó mucho en volver a llamarme.

Tampoco le había costado mucho trabajo encontrarla, la verdad.

Lo peor fue asumir que la muy perra se había escapado de la mano de dos buenos amigos. Bueno, de un amigo y una amiga, para ser rigurosos, que se habían confabulado, a mis espaldas, para apuñalarme de forma aviesa y taimada.

¡Traicionado por ese par de amigos en los que tanto confiaba!

¿Podía ser cierto?

Sí.

Lo era.

Y ahora, me tocaba a mí mover ficha, si quería recuperarla.

Estaba entre la espada y la pared.

Tenía que tomar una decisión.

Elegir.

O ella, o ellos.

Si quería recuperarla, tenía que darles la espalda, de una vez por todas.

Y no era fácil: me han acompañado (casi) desde que tengo uso de razón. Y con esos amigos he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida.

Vale.

Me la han jugado y, ambos, terminaron por robármela.

¡Y claro que la quiero recuperar!

Pero, ¿al precio de perderlos?

Esa es la cuestión. Siempre una y la misma, a lo largo de la historia.

¿Ella o ellos?

Jesús Perdedor Lens

Estos últimos tres años, también hemos blogueado, tal día como hoy. Un día, en concreto, cayó la del pulpo, con una columna en IDEAL sobre el PP y sus ramalazos falangistas. ¡Más de sesenta comentarios!

2008

2009

2010

Y, bueno, si has tenido la paciencia de llegar hasta aquí, tienes derecho a conocer a los protagonistas del cuentito negro y criminal, talmente autobiográfico.

La perdida
Gran amiga, pero culpable de perder a la anterior
El otro gran culpable, aliado de la anterior

A fin de cuentas, como siempre he dicho, si hay que perder la salud, que sea bebiendo cerveza y jugando al baloncesto, ¿no?

😉

Espero que la bromilla, manque sea, te haya arrancado una sonrisa.

Un robo seguro

Llegar a casa tiene muchas cosas de bueno: la sonrisa de alguien que te recoge en el aeropuerto, la publicidad de la cerveza Alhambra Especial… hasta la mala follá de los 35 grados y el desabrido viento caliente puede llegar a agradecerse. Pero lo mejor es coger (ahora ya sí podemos decirlo) el IDEAL y encontrar con que, como en todos los periódicos del Grupo Vocento, hemos publicado otro cuento, como a principios de verano hicimos con aquel ya lejano «Fue la vanidad». ¿Os acordáis?

Os dejo el enlace con el Diario Montañés, por ejemplo. A ver si os gusta el cuento que nos hemos sacado de la manga y cuya deliciosa ilustración dejamos a continuación.

Jesús retornante Lens

Caretos

Lo peor no fue que, al subir a su casa, cuando el sol empezaba a romper en el horizonte, el espejo del ascensor me devolviera esta imagen. ¡Por algo intentaba no mirarme en él!

Pero, en serio, lo peor no fue eso. Lo peor de todo fue que, un rato después, el maldito espejo se burlaba de mí, aún más, al ofrecerme esta otra estampa…

Jesús caritas Lens

En los límites de la realidad

Vamos camino de Madrid.

El amanecer acaba de romper por el horizonte.

Nos cruzamos con una señal de trafico: «Madrid 45».

Avanzamos a toda velocidad, cabalgando hacia la capital del reino.

Confortados por un café caliente y una crujiente tostada, nos sentimos eufóricos.

Comienza una nueva jornada, tenemos trabajo complicado por hacer y logros importantes por conseguir.

Entonces, una nueva señal nos sale al paso: «Madrid 46».

Jesús confuso Lens

PD.- En el 2009, escribíamos esto, tal día como hoy. Y en 2010, esto otro.

Encuentros

De las pocas cosas buenas que tiene el salir a correr a las cuatro de la tarde de un día cualquiera de mitad de julio es que por el Camino de la Fuente de la Bicha no hay, literalmente, ni Dios.

Salvo cuando llegas a la zona en que el río ensancha y hace pozas, donde sí puedes encontrar a alguien bañándose, lo normal es que sólo la chicharra te acompañe por el camino. Y, de vez en cuando, alguna culebrilla a la que sorprendes tomando el sol en mitad del sendero. Nada más.

Por eso, hoy, me dio alegría ver en lontananza a aquella mujer.

Avanzábamos en la misma dirección, camino de Cenes. Poco a poco, su figura se fue haciendo cada vez más nítida. Muy poco a poco: como tantas veces, más que correr, yo me arrastraba. Y ella llevaba un paso firme y decidido.

Aún así, cuando estaba cerca de ella, apreté el paso para adelantarla lo más rápido posible y no hacerla sentir incómoda, con una presencia extraña de dos metros de altura amenazándola por la espalda, echándole el aliento en el cogote.

Hubo algo en ella, no obstante, que me resultó extraño. Pero no me pude fijar bien. Disimulando, eché la vista atrás. Pero mis gafas de sol, rayadas, no me dejaron distinguir nada. Y pararme para observarla con detenimiento hubiera sido excesivo.

Seguí mi camino, sin darle mayor importancia y casi de inmediato me interné en el bosque a través de esos estrechos senderos que, por la margen derecha del río, te protegen del inclemente sol de mediodía, dando un imprescindible respiro al trotón de fondo, cabeza dura, que procura no cambiar sus rutinas ni en lo más crudo del crudo invierno ni en los largos y cálido veranos andaluces.

Tan cabezón que uno de los caminantes habituales de la famosa Ruta del Colesterol me paró hace unos días y me espetó:

– No estás casado, ¿verdad?

– Pues sí. Un rato cansado.

– No hombre. Casado. Que si tienes mujer, vamos…

– Ah no. Mujer no. ¿Por qué?

– Porque si la tuvieras, anda que te iba a dejar salir a correr a estas horas…

¡Ays! La sabiduría popular… El caso es que iba muy cansado y enflojinado así que, a la altura del primer puente sobre el Genil, me di la vuelta y puse rumbo a casa.

Y fue entonces cuando la volví a ver, de frente esta vez. Casi chocamos a la salida de una de las curvas del sendero. Era guapa. Muy guapa (sé que era lo que muchos estabais esperando saber).

Su cara se iluminó con una de esas sonrisas que son capaces de aplacar los rigores del mismísimo sol de mitad de verano y me saludó con un cálido, afectuoso y ¿prometedor?: – “Buenas tardes”.

Todo lo cuál no habría sido en absoluto reseñable, de no ser por el detalle de que la chica, ojos verdes y figura escultural; camiseta escueta y aún más escueto pantalón de deporte, llevaba ambas manos enfundadas en sendos guantes. De plástico. Guantes de plástico. ¡Con la que estaba cayendo!

Y, más llamativo aún, en la mano izquierda, un cuchillo.

Y, como último e inquietante toque cromático, abundantes manchas rojas rompiendo la uniformidad del quirúrgico y aséptico color blanco de los guantes. De plástico.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿Qué publicábamos, otros 13 de julio? Pues ESTO y ESTO.