Paridad

Odiaba, sobre todo, cuando se quedaba dormida en sus brazos. No podía soportarlo. Pero si simulaba un espasmo y la despertaba súbitamente, aún era peor. Entonces se le agriaba su habitual mala leche y el proceso de vestirse y despedirse resultaba especialmente amargo. Sobre todo, la última mirada. Esa última mirada, entre el asco y el desprecio, que no hacía presagiar nada bueno para el inevitable reencuentro del día siguiente.

Siempre era María la primera en salir de la habitación. Con la excusa de los niños, se iba volando y a él le tocaba comprobar que no se dejaban nada. Y, por supuesto, liquidar la cuenta.

Cuando bajaba en el ascensor, su propia mirada, reflejada en el espejo, le pedía explicaciones. ¿A quién se le ocurre? Pija y caprichosa. Una niña mimada y consentida. ¡Una cría! Y casada. Con otro. Y con dos críos. ¡Y un puto perro!

Entonces, justo antes de abrirse las puertas en la recepción, sus ojos, iracundos, se lo recriminaban, de verdad: – y, encima… ¡tu jefa!

Eso sí, como Quintanilla cumpliera su promesa y le promocionase, iba a ponerla en su sitio. Sólo por ese momento iban a haber merecido la pena todos sus desplantes, exigencias, histerias, celos y recriminaciones.

Se iba a enterar entonces, María, de quién era Ramiro. Bien que se iba a enterar. Y a sentirlo. Vaya si lo iba a sentir…

Jesús Lens

Evidentemente, esta sería la tercera parte de un conjunto de microrrelatos. El primero, “Volver”. El segundo, “El reposo de la guerrera”. ¿Qué título le podríamos dar a todo esto? A mí se me ocurre “Vidas erradas”. O, más directamente, “Cuernos quemados”. Jejejeje. Y ¿por cuanto a banda sonora?

¿Seguimos?

El reposo de la guerrera

Hace unos días publicamos este cuento. Muy criticado. Hoy volvemos sobre “Volver”, con esta segunda parte…

El mejor momento del día era, sin lugar a dudas, cuando abría la puerta de casa y, sin que le diera tiempo a sacar las llaves de la cerradura, el vencedor de la carrera entre Andresito, Lorenzo y Payaso, el cocker de la familia, se le echaba en brazos.

Por eso se demoraba, cuando el ascensor la dejaba en el rellano del piso, en sacar las llaves del bolso, haciendo ruido, y tiempo, permitiendo a sus amores que se abalanzaran sobre ella y la masacraran con sus besos, abrazos y ternura.

Cuando conseguía desembarazarse de todos ellos y se quitaba el abrigo, que dejaba colgado junto al bolso, en el perchero de la entrada, María solía acercarse a la cocina donde Loren, su marido, preparaba religiosamente la cena.

A Loren le gustaba cocinar. Y beber una copa de vino mientras lo hacía. Cuando llegaba María, antes siquiera de que fuera al dormitorio a cambiarse, llenaba otra copa para ella y brindaban. Sin que hubiera motivo o razón para ello. Porque sí.

Aquella noche, sin embargo, fue distinta.

Sin pasar por la cocina, María entró directamente en el baño.

Esa tarde se había quedado insólitamente dormida en los brazos de Ramiro y, con las prisas, no le había dado tiempo a ducharse por lo que aún llevaba impregnado el aroma de él en lo más recóndito de su cuerpo.

Jesús Lens

Volver

No he encontrado el cuento del que hablaba ayer, al volver a casa. Pero debía ser algo aproximado a esto… Me dicen que lo mismo hay que leerlo un par de veces para entenderlo. Pero, como es cortito, no pasa nada.

A ver si os gusta.

PD.- Ni que decir tiene que, como banda sonora, le pega la célebre canción de la frente marchita…

Más difícil sería no volver.

Más difícil sería enfrentarse a las lágrimas y a la desesperación de María, a la estupefacción de Loren y Andrés, a la ira de Don Andrés y a los insultos de Doña Rosa.

Más complicado sería sostener la mirada de desprecio de las amigas comunes y la de conmiseración, en los amigos. Y las explicaciones a los jefes, en el trabajo. Las recriminaciones, las murmuraciones, los reproches, los comadreos.

Por eso no se quedaba con ella y, a la caída de la tarde, siempre acababa cogiendo el tren de cercanías, de vuelta a casa.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.