BALCONING

– Otro caso de balconing, Capitán. Estos jóvenes no están bien de la azotea, puede usted creerme. Y cuanto más sale lo del balconing en la prensa, peor. Cada vez son más lo que se tiran, ciegos perdidos…

Y mientras escuchaba al agente dirigirse a su Capitán, Soledad callaba.

Andrés solía beber hasta emborracharse, todas las noches, durante sus vacaciones mallorquinas. Ésa, en concreto, también se había tomado un ácido. Por eso, al volver al apartamento, no le costó convencerle de que salieran a disfrutar de las Lágrimas de San Lorenzo. Y, una vez en el balcón, tampoco le costó excesivamente empujarle por la barandilla. La enorme altura de Andrés colaboró a que su caída fuera limpia e instantánea.

– Dos metros de tío estampados junto al borde de la piscina, Capitán. Debió darle el cangelo a la hora de saltar, intentaría recular y la inercia le arrastró. Muerte instantánea. Y ya van cuatro en lo que va de mes.

Y mientras escuchaba al agente seguir dirigiéndose a su Capitán, Soledad reía. Por dentro.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LA ¿RESOLUCIÓN? DEL PAQUETENIGMA

No sé si este mail, recibido hace unas horas, sirve de explicación al enigma del paquete (enlazar desde AQUÍ) o termina de embrollarlo. No sé si tirar a la basura el artefacto, el billete y demás o si poner toda esta historia en conocimiento de las autoridades.

O si coger el avión, la verdad…

 

Estimado Sr. Lens. Jesús Lens:

Mi nombre no importa. Usted no me conoce. Al menos directamente. Pero tenemos amigos comunes. Al menos, conocidos. Porque usted ya ha estado en el Malí. Dos veces.

Le iba a decir que imagino que estará usted sorprendido por el envío que recibió en su casa hace dos días. Sin embargo, y dada su inveterada costumbre a contar cibernéticamente todo lo que le ocurre (o, al menos, buena parte), ya nos consta fehacientemente que está usted alucinando. En colores.

Efectivamente, como le dijeron sus amiguitos del Facebook, el artefacto es una pistola. De dos disparos. Y, efectivamente, no va acompañado de bala alguna. Para conseguir las balas tendrá usted que usar el billete para Bamako que se adjuntaba a la pistola. Por cierto, que menudo lector de novela negra está usted hecho, que no distingue una pistola de una boca de riego. En fin…

Cuando llegue a la capital del Malí, se pondrá en contacto con un viejo conocido suyo, guía de ese País Dogón por el que ya ha estado usted andando en dos ocasiones. Esta vez, en lugar de ir a ver al Hogón o a conocer los ritos funerarios de los dogones, usted va a ir a matar a una persona.

No. No va usted a matar a cualquier persona. A cualquier hombre. Va usted a matar a un hombre singular. A un tipo muy especial.

Va usted a matar a Miguel Barceló.

Porque, como usted bien sabe, Barceló tiene uno de sus talleres de trabajo en una aldea dogón.

No. No odiamos a Barceló ni le deseamos ningún mal. De hecho, cuando he escrito “matar”, no he sido del todo riguroso.

¿Por qué no había balas en el envío que le hicimos? Porque las balas que va a usar usted contra Barceló son igualmente especiales. Para decirlo de forma sencilla, son una especie de dardo aletargante, como los que se usa contra los animales africanos, para estudiarlos y clasificarlos. Sólo que el componente químico de estos dardos tiene unas características muy definidas, concretas y revolucionarias: provocan una muerte temporal. Una catalepsia momentánea que será certificada como muerte definitiva por cualquier médico que examine el cuerpo.

Un cuerpo que volverá a la vida, pasado un lapso de tiempo que oscila entre las 24 y las 48 horas.

Este tipo de sustancias, por supuesto, sólo se pueden adquirir y usar en África, donde las farmacéuticas campan a sus anchas y diseñan y prueban toxinas que, en los países del Primer Mundo estarían radicalmente prohibidas. Pero usted ya ha leído “El jardinero fiel”. O, al menos, ha visto la película.

Señor Lens, tendrá usted que ser muy preciso a la hora de “matar” a Barceló. Porque el día 14 de septiembre, Sotheby´s celebra una subasta en la que buena parte de sus piezas más importantes son cuadros y cerámicas del catalán. Ni que decir tiene que, por razones que a usted no interesan, necesitamos que dichas piezas sean rematadas por el precio más alto posible.

Y nada como una muerte a tiempo para que la obra de un autor se revalorice. ¿O no?

Y, después, la resurrección. El milagro. ¿El escándalo? Quizá. Pero Hemingway murió y resucitó dos veces, antes de descerrajarse un tiro en la boca y dejar la pared de su casa de Ketchum (Ohio) toda salpicada de sesos y sangre.

¿Qué por qué usted?

Porque conoce África. Porque a nadie extrañará que pasee usted por el Malí. Porque se maneja bien por allí. Porque ya es hora de que ponga en práctica todo lo que ha leído en esas novelas negras que tanto le gusta y que, por una vez, salga de las tertulias de Semana Negra y haga algo realmente negro y criminal.

Porque nadie tiene que resultar herido y todos vamos a salir ganando. Porque hará usted un nuevo viaje a África. Gratis. Con lo que le gusta. África, quiero decir.

Porque le recompensaremos con 12.000 euros. Que no es mucho, claro. Pero, la verdad sea dicha, si dispusiéramos de más dinero para invertir en esta quimera, contrataríamos a un JB. Y no a un JL inexperto que no sabemos por dónde va a salir. Y JB no es un whisky. Es Jason Bourne. O James Bond. Usted me entiende.

Señor Lens, la oferta está hecha. Pensamos que es una oferta que, usted, no puede rechazar.

¿Qué contesta?

Eso digo yo. ¿Qué contesto?

¿QUÉ DEMONIOS ES ESTO?

Lo abrí. Esta mañana. ESTE paquete. Y esto es los que había dentro.

Junto a una nota que incluye una sola palabra: PRONTO.

Y yo me/os pregunto, ¿qué diantres es eso?

Jesús Lens, dudoso-perplejo.

PD.- Efectivamente y como nos decía Pedro de Paz en el Facebook (lo siento por los amigos de la Teoría Corta y Pega-Pene), se trata de un modelo de pistola indetectable en los aeropuertos. Y lo más curioso es que, en el doble fondo de la teórica funda de gafas, hay un billete de avión, ida y vuelta Granada-Madrid-París-Bamako para el mes de septiembre… a nombre de un tal Jesús Lens.

Creedme. Yo alucino.

Porque, además, ni hay balas, ni munición, ni nada que se le parezca.

PD II.- Y más alucino con la ¿resolución? del enigma, que podéis leer AQUI.

CORREO ORDINARIO

Esta mañana, al salir del trabajo y llegar a casa, como cualquier día de diario, miré el buzón del correo, por pura rutina. Al buzón de mi casa, me refiero, no a la bandeja de entrada del correo electrónico.

Imagino que todos seguís esa inveterada costumbre, con mayor o menos asiduidad, ¿verdad?

En mi caso, ni la pequeña llave de turno tengo que usar: en su momento, se rompió la cerradura del buzón y no me he molestado ni en arreglarla.

Total, para el correo que recibo…

El caso es que esta tarde, como todas las tardes, abrí el buzón. Y, además de la propaganda de de una pizzería y de un chino, además de un par de siniestros sobres blancos (las facturas ya podrían venir en sobres de luto, que siempre son un atentado contra nuestras finanzas) había otra cosa. Y no. No era ninguna de las revistas a las que estoy suscrito y me mandan por correo ordinario. Ni ese libro que estaba esperando. O que no esperaba en absoluto.

Era otra cosa.

Y ahí lo tengo, encima de la mesa.

Sin remite.

Y sin hacer tic tac.

Pero, la verdad, me da miedo abrirlo.

Porque uno ya no cree en las sorpresas.

Al menos, en las agradables.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- Finalmente, lo abrí. Y dentro había ESTO, un objeto singular que nos trajo de cabeza bastante tiempo.

Y, si habéis seguido la historia, ya sabéis que desembocó en ESTO otro. Lo que marca el fin de esta curiosa historia… ¡o no! 😀

ZOMBILIZACIÓN

El caso es que ha dado juego ESTA imagen. Y para seguir animando el cotarro, le hemos escrito el cuento que sigue. Porque la pregunta se mantiene. Llegado el momento, ¿qué preferirías ser?

Jejejejeje.

Aquel domingo amaneció como cualquier otro domingo cualquiera: los pajaritos cantaron, las nubes se levantaron y las jodidas campanas de la puta iglesia le despertaron. Como todos los domingos. De los cojones.

Pero aquel domingo no iba a ser como otro domingo cualquiera.

Porque, por fin, llegaron los zombies.

Y él fue uno de los que les abrió las puertas de su casa, prestándose felizmente a que le succionaran la sangre y le devoraran las entrañas. ¡Él quería ser zombie!

Pero zombie de verdad.

Llevaba cuatro años siendo drogadicto y decir que estaba hasta los cojones de las miradas de sus vecinos sería decir poco. ¡Hasta los cojones y más allá! Y hasta los cojones del Más Allá. Porque, por encima de todos, el mamonazo que peor le hacía sentir, que más le irritaba y… ¡sí!… el mariconazo que más le tocaba los cojones era el mariconazo del cura, siempre dándole por culo a su madre con que si el niño se va a condenar y que con esa vida que lleva nada bueno le espera.

Y el puto comandante de la Guardia Civil. Que a ver para qué necesitaba aquella mierda de pueblo de cuatrocientos habitantes, en el que nunca pasaba nada, un cuartelillo de la Guardia Civil.

Y más. Había más mamonazos, esas fuerzas vivas del pueblo, incluyendo al cabrón del maestro y al miserable del tabernero, que ya no le fiaba ni una birra. Por no hablar del director de la caja de ahorros, que ya no le descubría la cuenta ni por cortesía.

¿Qué iban a hacer, ahora, para defenderse del ataque de los zombies? Sus hermanos estaban allí. Su hora había llegado.

Ni dos horas tardaron en hacerse con el control del pueblo.

¡Joder!

Qué gusto, sacarle los intestinos a la guarra de Margarita, que siempre se cruzaba de acera cuando le veía venir. Y destrozarle la cara al Abundio, siempre al servicio de las damas. Ya era hora de comerse las tripas de Angustias, que dejó de ser su amiga cuando le pilló chutándose de nuevo, nada más volver del Proyecto Hombre. Qué momentazo, encular finalmente al Franco, el figura del equipo de fútbol comarcal.

Pero ya no le miraban raro.

Ya no le miraban mal.

El Franco estaba tirado encima del Polo, el portero de su equipo, con restos de carne y sangres colgándole de la boca. Y Angustias no dudó en acuchillar a su madre, a la que nunca le gustaron las malas juntas de su niña. ¡Y Abundio, dando rienda suelta a tanto instinto reprimido, follándose viva a la pija de Lucrecia! Y Margarita, que seguía cruzando las aceras, pero ahora para agarrar a los niños que huían despavoridos, cuando le veían su cara demudada, sus ojos a punto de salirse de las órbitas, su boca babeando sangre…

Ya no somos tan distintos, ¿verdad? Se acabaron las reglas, los tabúes, las obligaciones, los horarios… Se acabó el ir a trabajar, el estudiar, el ganar dinero, pagar una hipoteca y salir de fin de semana con el coche. No.

Todo eso ya es historia.

Ahora se trata, tan sólo, de comer. Carroña. Carne humana. Se acabaron las clases sociales. Se acabaron las etiquetas. Se acabó el decoro, la educación y la apariencia. Ha llegado la zombilización de la sociedad.

Y, en la taberna, las fuerzas vivas, siempre juntas, siempre protegiéndose entre sí, se han hecho fuertes. Allí están. Cinco. Frente a trescientos noventa y cinco.

Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Ha llegado la Era Zombie igual que, en su momento, llegó la Era Glacial. Pero ahí siguen, emboscados. Resistiendo. Quieren seguir siendo humanos. Y nosotros les miramos. Y nos reímos. En cuanto queramos, acabaremos con ellos y los convertiremos en nuestros hermanos sin sangre.

Pero a esos hijos de puta queremos hacerles sufrir. Como ellos nos hicieron sufrir a nosotros. Y les vamos a dejar que piensen que tienen posibilidades de supervivencia. Una vía de escape. Un hálito de vida. Que hagan sus planes. Que se organicen. Que se preparen.

Ellos también caerán. En cuanto queramos. Pero les dejamos creer que pueden evitarlo. Les dejamos macerarse en su propio miedo, sudar en su miserable y extinta humanidad, recociéndose en su propia mierda.

Be Zombie, my Friend.

Pero antes, ten miedo. Mucho miedo.

Las cónicas reales de la Guerra Zombi en España