Como cada año, ahí va el relato navideño que publicamos hoy en el suplemento de IDEAL, y que es nuestro más íntimo y sentido regalo para los seguidores de esta Bitácora. ¡Pasadlo en grande!
Dedicado a vosotras,
mis compis-compinches.
– Entre el camarero argentino, que no para de hablar, y ahora el negrito de los discos, que no veas la peste… vaya nochecita llevamos.
Poco podía pensar Marga, cuando pronunció esas palabras, que justo en ese momento se iba a cortar la música del «Bar Alegría» en que estaba tomando unas cañas con unas amigas y que todos los presentes iban a oír semejante perla. Pocos silencios tan estruendosos se habían escuchado nunca en el «Alegría» como el que siguió a ese desgraciado momento. Y Marga, con su avinagrada cara de palo, intentó arreglarlo:
– Es que con tanto inmigrante, esto ya no es lo que era, que no hay manera de tomarse un vino a gusto…
Habría hecho falta una sierra mecánica para cortar el ambiente. Ni en la calle, donde caía una incómoda aguanieve invernal, hacía tanto frío. ¡Ni en lo más alto del Veleta!
Antes de que Pablo, el aludido camarero, sufriera una apoplejía intentando no decir lo que a buen seguro se le estaba pasando por la cabeza, Lidia, sacudiendo su desenvuelta melena castaña y sus furiosos ojos verdes, intentó deshelar el ambiente… aún a riesgo de provocar un incendio:
– Pablo, ¿nos pides una carne de esas que traéis en un plato al rojo vivo? De las que provocan tanto humo. Pero que el plato esté bien caliente. Que haga mucho, muuuucho humo… a ver si pierdo de vista a esta señora, que me está revolviendo las tripas.
Cuando Marga hizo ademán de contestar, una de las dos amigas de Lidia, que tenía un inequívoco aspecto de aguerrida guerrera nórdica, salió rápidamente al quite:
– Pablo, que sea un solomillo. O un entrecotte. Que además de hacer mucho humo, huelen muy bien. Y para pestazo, el que echa la tipa esta de aquí al lado…
La tercera de las amigas se unió decididamente a la causa, desafiando con su limpia y profunda mirada a la lenguaraz Marga, al dirigirse con una voz tan alta como clara al africano vendedor de discos, que se había quedado tan callado como el resto del «Alegría»:
– ¡Amigo! ¿Qué pelis tienes? Anda, vente para acá y tómate algo con nosotras.
Cuando Marga y sus colegas se marcharon con una cierta precipitación, tras pagar apresuradamente la cuenta y no esperar siquiera al cambio, como por arte de magia, la música volvió a sonar en el «Alegría», alta y clara. Y fue Rafa, el más veterano de los camareros, el que terminó de descongelar la situación, anunciando una ronda para todos por cuenta de la casa.
A fin de cuentas, era Navidad y el desparpajo de las tres amigas había conseguido expulsar del bar a esa especie de Mrs. Scrooge avinagrada, racistilla y mala follá. ¡Aquello había que celebrarlo! Un buen puñado de Alhambras Reserva Especial 1925 corrieron por la barra y todos los clientes del «Alegría» levantaron la suya para brindar por el auténtico espíritu de la Navidad y, de paso, por el año que ya asomaba en el calendario: «¡Salud! ¡Por los Brotes Verdes, las Birras Heladas y las Mujeres Valientes!»
Marga escuchó el brindis de lejos, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo, cabreada como una mona porque, con las prisas, se habían dejado los paraguas en el bar. Y a ver quién era el guapo que volvía para recogerlos, por mucho que la gélida lluvia se le estuviera colando por el cuello, helándole la espalda.
-Este año hay que correr con un gorro verde – dijo alguien del grupo.
¿Un gorro de verde? ¿Qué era eso? ¿Significaba que íbamos a hacer una excursión al Tirol o algo parecido?
Nada de eso. Se trataba de la «Mañanabuena», una original combinación de deporte, celebración navideña y disfrute lúdico de la naturaleza por una Vega granadina, que esa mañana, si los elementos se congraciaban, podría estar cubierta con un manto nebuloso y frío. Un frío que se presiente con tan sólo otearlo.
Hace lustros que comenzó ese rito. En principio algo extraño y, tal vez, planeado contra corriente, en una mañana que adquiere una configuración distinta al resto de las mañanas del año. Una mañana que es el preludio de una noche que se torna mágica y familiar. Fría y misteriosa. Entrañable y nostálgica.
Una mañana en el que el ajetreo de las calles y plazas de los pueblos y ciudades se convierte en un saludo cálido y fraternal entre personas conocidas y no conocidas.
Con esa imagen en la retina, ese grupo de corredores, se imaginaba la población que iban dejando a sus espaldas, mientras avanzaban sigilosamente enfundados en sus mallas técnicas y resguardando sus manos con guantes oscuros. Tan sólo esos gorros verdes de Papa Noel hacían presagiar que nos encontrábamos ante el grupo que cada «Mañanabuena» surca bajo aquel manto nebuloso y frío un vasto territorio verde y precioso.
Mientras corrían gozosos, sabían que el pueblo del que partieron se estaba preparando para la madre de las fiestas familiares. Cada zancada, que hacía crepitar con estruendo las frías y secas hojas caídas del otoño, se conciliaba con el entorno, sin que importara no poder estar en ese momento plácidamente charlando en una de las muchas acogedoras tabernas de la localidad, que ya estaban disponiendo sus chimeneas de estruendosa llama para poder saborear junto a ella un polvorón de Antequera y una copa de Anís de Rute.
Pero ellos sabían que a cada paso dado tenían más cerca ese momento mágico en la calle Sacristía donde una generosa Carmela -madre de nuestro Compae Paco- nos ofrecería lo mejor de su despensa navideña.
Pero volvamos a los prolegómenos de la ruta de 15 kilómetros por la Vega. A ese momento mágico en el que, previamente a lanzarse a la fría Vega, estos corredores frente a una taza de humeante café se mezclan con los parroquianos en ese cálido bar situado a la entrada de la localidad.
¡Verde que te quiero verde! -dijo el poeta en su momento.
Un color y un grupo en torno a esa tonalidad cromática. Verde por la cerveza, verde por el estado físico de muchos de sus integrantes, verde por los escasos tonos en las hojas de las alamedas de la Vega de Pinos Puente. ¡Verde, verde, verde…!
El frío invernal hace su aparición en la mañana del recién estrenado invierno. Poco a poco van llegando al punto anual de reunión para esta fría, pero al mismo tiempo, calurosa mañana.
– ¿Habéis desayunado?
– ¡Yo sí! ¡Ponme una copa de coñac que me quite el frío! ¿Me dejas el periódico? Seguro que han publicado, como el año pasado, dos cuentos de Navidad en el periódico Ideal, surgidos de dos grandísimos dueños de la letra y amos del arte de escribir.
Y sin abandonar los guantes que enfundan sus templadas manos, de un trago, el fuego apagado del alcohol penetra hasta el fondo de su estómago.
– ¿Cómo puedes? A mí me pones un café bien caliente y una tostada. Con mantequilla y mermelada. ¡Energía y un poco de grasa, que falta nos van a hacer! -replica otro de los agregados a esta verde cita que comienza a hacer historia.
Saludos y más saludos. El grupo va creciendo por minutos. Es momento de compartir charla y zancadas. Lejos quedan esos momentos de tensión en las competiciones; de sufrimiento en largas tiradas, series o entrenamientos; de alguna cerveza compartida…
Alguien rompe este armónico desorden y activa la alarma de la Mañanabuena:
¡Vamos, que nos vamos!
Una quincena de kilómetros les espera para soltar las preocupaciones acumuladas del año, para charlar de lo que pudo ser y no fue, del trabajo, de la familia, de los querubines que nos trajo el 2.009… Incluso de algún amor que se cruzó en el camino y tal como vino, se fue.
El vaho que exhalan sus bocas tras las primeras zancadas se pierde en décimas de segundo. Alguien se pone a la cabeza pero rápidamente le instan a que afloje el ritmo. No es momento de hostilidades sino de disfrutar de ésta, nuestra pasión y locura. El asfalto refleja el sonido de las pisadas y, a lo lejos, una difusa neblina permite vislumbrar algún solitario cortijo y ese mítico castaño que aún se mantiene en pie tras el transcurso incesante de décadas pasadas.
Unos lejanos ladridos simulan la escasa presencia vital de la fría estación.
Cuando entraron por las puertas, Carmela no prestó ni la más mínima atención al Compae. Y eso que el muy malandrín llevaba varios días sin pasar a verla. Y, por una vez, tampoco se volcó en José Antonio, buen amigo de su hijo desde tiempos inmemoriales. Aquella mañana, Carmela sólo tuvo ojos para Javi, que llegaba maltrecho, un poco escacharrado.
Pero muchacho ¿qué te ha pasado?
Un perro, señora, un perro, que comenzó ladrando muy de lejos y acabó dándonos una buena corrida…
Y una pequeña mordida. Eso os pasa por bullas, fuguillas y acelerados -dijo Gregorio, bromeando ante la malla rota de Javi, percance más aparatoso que realmente peligroso.
Javi, sonriendo, le echó la culpa a un Antonio que, además de hincarse un coñac, venía con mono de Vega, pero éste no dejó pasar la oportunidad:
Si es que Víctor es un provocador, señora Carmela.
¿Provocador? Con esa cara de angelito que tiene…
Y todos prorrumpieron en estentóreas carcajadas.
Las Verdes, un heterogéneo puñado de amigos que habían conseguido convertir una primigenia relación virtual en una verdadera amistad, real, material y perdurable, consolidándose como una peña a la que no mueve otro afán que el de disfrutar de una afición común: correr.
Pero ¿y esto? ¡A esta criatura no le podemos dar un anís!
Onio acababa de entrar en la casa de Carmela, tirando de uno de esos carritos adaptados para quiénes gustan de conciliar la vida familiar con la deportiva.
Al niño no, pero a mí… ¡id poniéndome una copita!
Y, tras él, asomaron la cabeza Mario, Javi, José Manuel, Jesús, Txomin, Cristian… aquello amenazaba con convertirse en el caótico camarote de los Hermanos Marx.
Entonces llegó una tronante voz desde la calle:
– ¡A ver! ¿Qué escándalo es éste? ¡Fuera y alto a la Guardia Civil todo el mundo!
Y allí estaban, Abel y Daniel, disfrazados del Duende Verde de los tebeos de Spiderman, invitando a todos los miembros de Las Verdes que habían participado en la Mañanabuena a ponerse el gorro preceptivo y a brindar por el año que se terminaba, repleto de grandes momentos atléticos para todos y, sobre todo, a levantar los vasos por el año entrante, cambio de década, umbral para una nueva época de entrenamientos, largas tiradas, series, exigentes carreras y desafíos al límite que, sin embargo, al calor del hogar de la casa de Carmela, no parecían tan terribles, ni mucho menos…
José Antonio Flores, Jesús Lens y Gregorio Toribio.
Hoy, día del célebre sorteo de la lotería de Navidad y a modo de celebración conjunta de la misma, Jose, Gregorio y Jesús, tres amigos de las letras, de los espacios virtuales compartidos y de una afición tan reconfortante como es la de correr; hemos querido regalar a todos los lectores de nuestras Bitácoras un relato encadenado, escrito a seis manos.
A cada par de manos (o manazas, los lectores lo determinarán) corresponden exactamente 408 palabras del texto de ahí arriba que, por tanto, consta de 1.224 sustantivos, verbos, pronombres, artículos y adjetivos a través de los que hemos querido rendir homenaje a todos los amigos de Las Verdes, a ese deporte que tanto nos gusta y nos une y a una celebración muy especial: la Mañanabuena.
Esperamos que os haya gustado. También lo tenéis AQUÍ, blog de José Antonio, y AQUí, en el de Gregorio.
Esta fotografía se titula «El guardián del camino», fue tomada en el Desierto de Sonora, México, por Graciela Iturbide, y me encanta.
Ahora bien: ¿Quién es el Guardián del Camino? ¿Por qué está allí? ¿A dónde lleva el Camino? ¿Quién podrá pasar y a quién le será vedado el tránsito?
¿Nos animamos a contar una pequeña historia, en no más de cien palabras, sobre el Guardián del Camino? Lo que a cada uno se le ocurra sobre cualquier cosa que le sugiera la foto…
Concurso de Microrrelatos para Getafe Negro. 150 palabras máximo empezando por «La sangre sobre la nieve es más roja».
Mi cuento:
La sangre sobre la nieve es más roja, más viva, más amenazante. No tengo frío. Ella, sin embargo, está helada. Azul. Amoratada. Las tinieblas hacen impenetrable la oscuridad de la noche, pero las primeras luces del amanecer amenazan con romper el horizonte. Silencio. Se empieza a hacer tarde.
Un perro ladra en la lejanía. Me detengo, sólo un momento, para coger resuello. Los músculos de brazos, hombros y espalda piden un descanso que no les puedo conceder. No es fácil picar la tierra helada y el cadáver tiene que quedar enterrado antes de que llegue el día. Hace rato que el cerco de sangre dejó de crecer alrededor de su cuerpo. Vuelvo a cavar y le echo un vistazo de soslayo. Por una vez, no me responde con su mirada desafiante e insolente. Y, sin embargo, la sangre sobre la nieve es tan roja, tan viva, tan amenazante…
Venga. Animaos a entrar en este juego literario virtual. Tirad un poquito hacia atrás, a través de este enlace, para conocer la historia. En menos de diez minutos estáis al día. Y si no… incorporaos ahora. Es fácil de seguir.
Capítulo 5.
A ver Laura, prepáranos el reservado.
¿Serán tres, Juez Bárcenas?
De momento. Pero en un rato se nos unirán unos cuantos más a la juerga. Que esperen fuera, en la barra, tomando lo que quieran, hasta que yo avise.
Como nada que hiciera o dijera Bárcenas podría ya sorprenderla, a Laura no le extrañó que el Juez, un acusado de asesinato y el prestamista a gabela más conocido y peligroso de la ciudad estuvieran ahí dentro, en su bar, compartiendo unas cañas.
Perniles, ¿tú sabes de qué va esto?
¡A mí que me registren, Laurita, bonita!
¿Una caña?
Y dos. Pero empecemos por la primera. Que de aquí no me muevo hasta saber qué se traen éstos entre manos.
Laura sirvió las bebidas que habían pedido en el reservado, puso la MTV a un volumen más alto de lo normal y se alejó al extremo de la barra más lejano del reservado, arrastrando consigo al Perniles.
Perniles, ¿te juegas las cañas a los chinos?
Jajajaja. Como si tuviera alguna posibilidad de ganarte… en fin. Dejemos que el Juez arregle sus asuntos con discreción. Aunque sabes que terminaré enterándome de qué pasa de todas formas ¿verdad? – dijo el Perniles mientras le guiñaba un ojo a una Laura que no pudo sino sonreír mientras sacaba el puño derecho, cerrado, diciendo eso de…
¡Cuatro, con las que tú lleves!
Mientras, en el reservado, Bárcenas, Bermellón y El Sereno se miraban con la expresión de estar en el cásting de una película de Tarantino. Y como en buena lógica le correspondía, el juez tomó las riendas de la conversación.
Sereno, por si no lo sabes, éste es el tipo por el que has fiado 30.000 euros.
Lo sé. Pero no entiendo…
Tranquilo. Yo te explico. ¿Tú sabes lo que es el Crowdfunding?
Señoría, con todos mis respetos… ¿me va usted a vacilar?
Que no Sereno, que no. No te pongas nervioso. Déjame que te explique. ¿Tú sabes para qué son los 30.000 euros que has puesto como fianza esta mañana?
Pues para que el lila éste salga a la calle, digo yo.
Sereno, coño, eso es evidente. Pero ¿para qué más?
Pues, la verdad, no se me ocurre. Aparte de para cobrar el 20 por ciento de intereses de dicha cantidad, lo pague el lila o lo pague su señoría… se entiende.
Sereno, ¿a ti te gusta el cine?
Pues sí. Siempre que haya tiros y persecuciones en la película.
A ver, Bermellón. ¿Va a haber muchos tiros y persecuciones en nuestra película?