Los Juegos Olímpicos ya han terminado y España, con el oro de Beitia, la plata en rítmica y el bronce en baloncesto; termina por firmar un digno papel en el medallero. Lo del baloncesto está muy estudiado como símbolo de una España nueva que se sacudió todos sus complejos para regalarnos tres lustros de medallas, títulos y placer sin fin.
Pero los Juegos de Río sirven para darnos más pistas de la actual coyuntura de nuestro país, y a ello dedico mi columna de hoy de IDEAL. El mestizaje, para empezar. Que un buen número de medallas han sido conseguidas por deportistas de los orígenes más diferentes. Ojalá esta exitosa diversidad racial fuera el reflejo de una sociedad española pluriétnica y extraordinariamente integrada. Pero mucho me temo que no. Que no son lo mismo los extranjeros forrados -aunque sus mujeres vistan burkini- y los portentos atléticos que los inmigrantes de a pie, normales y corrientes.
Y están las mujeres. Impresionante papel en Río cuando, en el día a día, el deporte femenino no existe para los medios de comunicación y, por extensión, para el resto de la sociedad. Y muy desacertado, por cierto, lo mucho que se ha hablado del entrenador de Carolina Marín. Que seguro que habrá tenido un papel determinante en su oro olímpico, pero que no era el momento de darle un bombo tal que ha terminado por desvalorizar el esfuerzo, el tesón, la clase y la calidad de Carolina.
Pero la metáfora de estos Juegos que me gustaría fuera cierta tiene que ver con la vela y con el remo. Por primera vez desde Sídney, la vela española no ha conseguido medalla alguna, cuando solía ser uno de los nichos metálicos por excelencia para el deporte español. Sin embargo, Río ha supuesto la eclosión del remo. Con todo el respeto por la vela y su exigencia física y técnica, ¿habremos dejado de estar al albur del viento para dejar nuestro destino en las manos de los recios, sólidos y todopoderosos palistas?
¡Bogad! ¡Bogad! Remad hasta que se os partan los riñones, hijos míos – exigía Stubb a la tripulación del Pequod, durante la caza de «Moby Dick».
Me gustaría pensar que España es uno de esos veloces y aereodinámicos K1, K2 o K4 y que los españoles, por fin, nos hemos concienciado de que el destino está en nuestra capacidad para palear con fuerza, energía y convencimiento.
Jesús Lens