¡Cómo nos ponemos con los trastornos que provoca el cambio de hora en nuestros ritmos circadianos y otras sesudas cuestiones sobre el sueño, la vigilia, la luz y la oscuridad!
No se habla tanto, sin embargo, sobre las ojeras y el mal humor de los miles de espectadores que nos obligamos a permanecer despiertos hasta bien entrada la madrugada del lunes, viendo el debate electoral.
Les confieso dos cosas. La primera es que di varias cabezadas, algunas tirando a largas, esperando el minuto de oro de los candidatos. La segunda es que me incorporé tarde al debate, que estuve en el cine viendo una película que es todo un mazazo. ‘Parásitos’, se llama. Y aquí me tienen, haciendo un titánico esfuerzo por no jugar con el título de la película y el papel de esos políticos nuestros, incapaces de pactar, llegar a acuerdos y formar un gobierno que dure más allá de un puñado de meses.
El debate fue un continuo deja vu que me dejó una plomiza sensación de estar viviendo en un interminable día de la marmota. Las mismas acusaciones, las mismas promesas falsas e incumplidas, las mismas vaguedades… Sólo el iracundo dedo amenazador de un mentirosísimo Abascal aportó algo nuevo y diferente. Para peor, por desgracia.
Tuve el tino de apagar la tele sin dejarme enmarañar por los análisis de los diferentes contertulios ni por las valoraciones de los propios contendientes, de forma que el daño a mi sueño fue sólo parcial. ¿Hasta qué hora duró todo aquello? ¿Hasta qué hora aguantaron ustedes? ¿Qué sentido tiene, un lunes, tratar de mantenernos despiertos hasta más de las dos de la mañana con el tinglado electoral? ¿Qué pasa con la productividad, el descanso, la conciliación y el sentido común?
Los horarios del debate son una muestra más de que vivimos en un país sin lógica ni criterio; absurdo, trasnochado y surrealista. Nuestros representantes institucionales habitan en un universo de política-ficción que se permite despropósitos como el del lunes, atentando contra cualquier racionalidad horaria y… sigo mañana, que ahora voy a ver si me da tiempo a descabezar una siestecilla.
Jesús Lens