De todos los géneros clásicos, y con perdón del western, el más olvidado y caído en desuso es el melodrama. Será la herencia de los culebrones televisivos o de los telefilmes de fin de semana a mediodía, el caso es que ya no se filman dramones como los de antes.
Y por eso, una película como “Carol”, que combina la modernidad más radical con un clasicismo ya en desuso, está provocando tanto revuelo.
La historia de “Carol” es sencilla: en la puritana y conservadora Norteamérica de los años 50, dos mujeres tratan de vivir una historia de amor. Pero lo tienen todo en contra.
A partir de ahí, todo un universo se expande desde la pantalla: las relaciones familiares, los prejuicios de clase, la fascinación por lo nuevo, el miedo a dejarse arrastrar por la pasión, el amor filial, el qué dirán, el tomar decisiones con el cerebro o con el corazón.
Y el sexo, claro.
Que lo bueno de filmar un drama clásico en el siglo XXI es que se puede filmar lo tórrido de una pasión sin temor a la censura.
“Carol”, dirigida por Todd Haynes, es una maravillosa rara avis del cine contemporáneo, con lo mejor de un clasicismo que surge de las entrañas de la historia y no está en absoluto impostado y las libertades y licencias que permite el cine más rabiosamente actual.
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Jesús Lens