GITANOS ¿EN PERPETUO TRÁNSITO?

Amigos, terminado el mes, publicamos los cuentos que habéis enviado a «Sacudiendo letras». Como son pocos, pero son buenos, aprovecho para bloguearlos todos y, por esta vez, que el ganador sea decidido por el público soberano.

En la Margen Derecha tenéis una Encuesta. Funcionará hasta las 10 y 10 de la noche del día 10 de Octubre de 2010. Que cada cuál vote por el cuento que más le haya gustado.

Sé que el método de votación no es muy científico, pero por 100 € no creo que nadie se vaya a ir de Cíber en Cíber, para votar uno u otro cuento, ¿verdad? Ya tengo el tema para este mes. A lo largo del fin de semana lo blogueamos.

¿Qué os parecen los cuentos enviados?

¡Venga! Animaos a participar en las siguientes «Sacudiendo letras».


El nombre del infierno es Obilic

Al fin arrancamos de Djilane, qué alivio. No habíamos querido comer, salvo un café aguado y unas galletas dulces. Unos vertederos horrorosos nos habían espantado el hambre. Se me había quedado fija la imagen de unas cabezas de bovino de cuernos pringosos y pellejos sanguinolentos, los ojos reventados llenos de moscas, mientras una gentuza miserable, gitanos, y muchos animales, gatos y perros salvajes, competían por los despojos, al compás de los aleteos y chillidos de cuervos y gavilanes.

Llegamos a Obilic. Era el momento de enterarnos de la verdadera línea de pobreza en la provincia de Kosovo, la más atrasada de la vieja Yugoslavia. Casi no quedaban serbios en el área. Habían emigrado adonde había concentraciones de los suyos, a pesar del valor sentimental de Obilic, donde había tenido lugar en el siglo XIV la batalla de Kosovo Polje contra los invasores turcos. Aquello no conmovía a los albaneses. Era una zona desolada, sin árboles, polvo en verano, lodo en invierno. Una central térmica contribuía con sus humos acres.

Sólo permanecía allí lo más bajo a nivel social y étnico de Kosovo. Gente de la comunidad Roma, gitanos que no habían logrado emigrar durante la guerra civil, donde eran atacados por todos los bandos. Se les despreciaba, aunque la historia los hacía aparecer como descendientes de habitantes primigenios de ese territorio. Vivían como bestias, sin agua, luz, comercio ni alcantarillado, en chozas precarias o en casas bombardeadas. Sólo algunos los apreciaban porque se dedicaban al contrabando o la tala ilegal de árboles. Se decía además que eran especialistas en una faena deleznable: degollar y mutilar.

Vimos la precariedad de los hogares gitanos. Niños desnutridos de ojos asustados nos miraban como si fuésemos marcianos. Mujeres desgreñadas se acercaron a pedirnos limosna, expresándose en su idioma o una mezcla de varios, no les entendíamos. Una miseria espeluznante que trasladaban a la capital, Pristina, donde se veían repelidos debido a su suciedad y agresividad. Se les temía: ciertas supersticiones los consideraban intocables.

Milosevic y sus esbirros habían dado un trato tan brutal a los gitanos, que odiaban a los serbios más que a nadie. Los albaneses no los defendían tampoco. Se tenía miedo de esa gente, tradicionalmente nómada. Como venía ocurriendo en toda Europa, se estaban asentando, pese al acoso. Pero su modo de vida parecía incompatible con los desarrollos urbanos contemporáneos. En poco tiempo va a estallar un problema, concluimos.

El viaje de Pavel

El pequeño Pavel miraba a través de la ventanilla del tren en el que había viajado toda la noche junto a su padre, su madre y sus tres hermanas, con los ojos chispeantes de esperanza. Se volvió a su padre que dormitaba a su lado y le preguntó:

– Papa, ¿ya hemos llegado? ¿Es aquí donde vamos a vivir?

El viejo Zöel le acarició la cabeza mientras le lanzaba una tierna mirada llena de nostalgia.

– No mi pequeño, no es aquí donde vamos a vivir.

Pavel lo miró con extrañeza. Durante tres días habían viajado con todas sus cosas de un lugar a otro, pasando de largo por ciudades y pueblos , y cuando divisaba la torre de la iglesia que le había dicho su tío que formaría parte de su nuevo hogar, pensaba que aquel sería el final de su largo viaje y que por fin habían llegado a su destino. No le hacía gracia seguir moviéndose de un lugar a otro, quería estar en un sitio, hacer amigos, y jugar con ellos, y no tener que despedirse nunca más.

– Entonces ¿no es aquí donde vamos a vivir?

– No cariño, es aquí donde intentaremos sobrevivir. – El cansancio se dibujaba en sus ojos con grandes y profundos trazos.

Pavel volvió la mirada hacia la ventanilla mientras veía como la silueta de la torre de la iglesia que se divisaba a lo lejos se recortaba en el horizonte. No había entendido lo que había querido decir su padre con aquellas palabras, pero el pequeño ya soñaba con darle de patadas al balón de cuero que llevaba en su bolsa por las calles aledañas a aquella iglesia que a partir de ese momento ya formaba parte de su nuevo hogar.

Das mano

Llegaron una madrugada como llegan cada año las estaciones, puntuales y discretos. Dejaron sus pertenencias en el suelo y comenzaron el asentamiento. Al caer la noche ya lo tenían todo dispuesto, ventajas de viajar con lo justo. El tío Juan me contó la historia de aquel grupo concreto, eran una veintena entre mayores y niños. Un día le preguntó al patriarca de todos ellos cómo era que no buscaban un sitio para asentarse y dejaban esa vida nómada tan insegura. El hombre le miró fijamente a los ojos y le contestó: Usted no puede entendernos porque siempre tuvo cama blanda que le mantuviera dormido, tuvo comida en la mesa sin tener que hacer nada para ganarla, fue lavado y vestido sin ningún esfuerzo. Usted comenzó a hablar una lengua ya reconocida , dio sus primeros pasos con seguridad, le dieron abrazos y besos aún antes de nacer porque nadie les importunaba. Nosotros a cambio conocemos medio mundo, si miramos al cielo sabemos cuándo va a cambiar el tiempo, cuándo debemos irnos porque llega el frío invierno, sabemos de qué aguas podemos beber y cuales son sólo para el aseo. Podemos guiarnos y escondernos antes de que nos vean, aunque no sabemos leer cartas, sí los ojos de quienes nos miran. Vosotros tenéis casas que os quitan la vida en sus cuidados y nosotros el cielo por tejado, tenéis preocupaciones que nosotros desconocemos porque necesitamos muy poco para mantenernos.Ahora dígame usted, ¿cree que somos nosotros menos afortunados? Yo creo que no, puesto que no tenemos ni rey ni reinos, ni miedo a perder lo que no queremos. Nuestras ataduras son sólo con nuestra gente y no con lo que poseemos.Por eso nos temen en vez de dejarnos un trozo de suelo para después marcharnos como vinimos, en silencio.Vaya usted a decirles a todos que no vinimos a robarles pero no queremos morirnos de hambre y si hacen como que no estamos nosotros haremos lo propio con ello, le aseguro que tenemos mucho menos que perder, ¿qué pueden arrebatarnos?,¿creen que hay algo que puedan quitarnos? Si nos echan nos iremos a otra parte pero no cambiaremos, si alguna vez lo hacemos será porque nos hayamos cansado, aunque seguiremos errantes dentro de vuestros palacios y no habrán puertas, ni ventanas ni armarios que puedan limitarnos.

Ahora, cuando veo campamentos de gitanos, no veo personas pobres y menos afortunadas, veo un pueblo orgulloso de ser ciudadanos del mundo.

Que dejen de ser gitanos

Es como guerra civil, dijo Miguel de Cervantes

Félix Grande

Desorejados los galeotes halaban en las naves de la armada pensando que algún día fueron libres como las gaviotas.

Los Reyes Católicos, llevados por un celo unificador, negaron a los moriscos ser moriscos, a los judíos ser judíos y a los gitanos ser gitanos.

Expulsados los musulmanes y los judíos (y los jesuitas, pero esa es otra historia), a los gitanos sólo se les vetaba el ejercicio de la vida errante, de sus costumbres y de su modo de vestir. Sólo se les toleraba, apartados de la sociedad, si tenían un oficio digno y serio y prolongado. Y si juraban obediencia y adaptaban su manera de pensar y de vivir.

Nacido Bennasar, para evitar el exilio, quiso conocerse Montoya y, con un grupo de morenos islámicos, se trasladó a Jerez donde se confundió con el calé, igual de retinto.

Pero la ley se agudiza y las tuercas se constriñen. La norma, en principio permisiva, pasa por la esclavitud y, pasado el tiempo, por el genocidio. Así, las Cortes de Castilla de 1594 emitieron un mandato tendente a separar a los “gitanos de las gitanas, a fin de obtener la extinción de la raza”.

Pero esto Bennasar/Montoya no llegó a contemplarlo. Al abrazar al gitano, le cortaron las orejas y lo condenaron al remo perpetuo, donde dejó la vida y los sueños en la batalla de Lepanto, al mando de Juan de Austria, después de contarle a un tal Miguel la historia de una dama noble que pasó por gitanilla.

La lotera…

– ¡No la engañes prima, que es payica, pero es buena gente!

Con esta frase me sorprendía mi gran amiga Gracia, justo cuando nos disponíamos a tomar unas cañas en la concurrida calle Navas este pasado sábado.

Ni los catorce años de amistad pudieron hacer que dejara de sorprenderme con su intervención. Lo peor es que la frase me dolió, a pesar de ser en mi defensa. La contestación por mi parte fue:

– ¡Seguro que digo yo eso de un gitano y la liamos!

Y así fue cómo abandonamos nuestra interesante conversación sobre el último libro que ella estaba leyendo en torno a la vida del ahora tan de moda Enrique VIII, inquisidor donde los haya, machista, xenófogo y autoritario como el que más; visión que ambas compartíamos, cuando de pronto, una señora que vendía lotería de Navidad de forma ambulante, se nos acercó. Justo en el momento en que nuestras miradas se cruzaban ella me decía:

– ¡Déjame que te diga la buenventura!

La reacción de Gracia fue instantánea. Y yo me encontraba allí, en medio de dos gitanas tan diferentes y sin embargo tan parecidas cuando se trataba de defender lo suyo. Aún así, no consiguió su intención de que “la prima” no me engatuzara y me camelara por unos euros. No dio resultado. Antes de que ella pudiera terminar de dejar al descubierto a “su prima”, yo ya había extendido mi mano y estaba dispuesta a escuchar la retaíla que llevara preparada.

Asombroso. Dos filólogas, una gitana, la otra paya; una afín a la política del PSOE y la otra a la del PP, la gitana procurando que no engañen a la paya con la buenaventura y la paya dando juego a la otra gitana, que ni idea tiene de quién es Enrique VIII.

Al final el regateo oportuno para cobrar la “buenaventura” y encima la gitana acertó (claro está, con su margen de ambigüedad, dentro de todo aquello en lo que desearía que acertase). Y mi amiga indignada por el atropello. El camarero quejándose por el espectáculo y cuando todo se queda más calmado, Gracia de pronto, me hace una pregunta:

– Oye ¿Y tú que piensas de lo de Sarkozy?

– Que parezcan delincuentes no quiere decir que lo sean. La Constitución Española dice en su artículo 14 que ejercer la xenofobia es un delito en Occidente. De todas formas me parece mentira que me preguntes eso a mi, ni que no me conocieras…

Siempre es apasionante salir de cañas con una buena amiga, y si encima, hay tantas diferencias y al mismo tiempo, tantos puntos de conexión entre ambas, la diversión está asegurada. Aunque yo siempre me meta con ella diciéndole:

– ¡Menuda gitana! ¡Ni canta ni baila ni me dice la buenaventura!

(Te lo dedico a ti Gracia, porque sabes que te quiero).

Aduana

La Policía la vio llegar entre el resto de personas que acababan de aterrizar en el aeropuerto de Bucarest. La acompañaban tres niños pequeños precariamente ataviados. Destacaba por sus ropas anchas, especialmente su falda, que arrastraba por el suelo, y una especie de cinta con círculos tintineantes de cinc que ataba su larga cabellera morena a la altura de la frente.

-Documentación –le dijo el policía más joven.

-No tengo –contestó ella con el miedo humedecido en sus ojos.

-¿Que no tiene? ¿Cómo se llama?

-Ileana Dumitrescu –respondió la joven apuntando su mentón ligeramente hacia el suelo.

-¿Los niños son suyos?

-Sí.

-¿Puede demostrarlo?

-No tengo papeles. Pero son míos, se lo juro, que me caiga muerta aquí mismo.

-Tendrá que regresar a París – dijo el policía después de mirar el billete que ella le había dado.

-Pero… Me han echado de Francia.

-Ese no es mi problema, señorita. Acompañe a mi compañero a la aduana.

-Estos gitanos siempre están igual, qué coñazo –respondió el compañero en voz alta sin importarle quién le oyera.

Rumbo al horizonte

Puse rumbo al horizonte

y, si nadie lo remedia,

seguiré con mi familia

buscando esa línea ajena

que siempre está igual de lejos,

aunque sepas que te acercas.

¿Qué habrá en la lejanía,

que los gitanos no llegan,

por mucho que caminemos

en la dirección que sea?

A lo mejor es que andamos

tan lento por esta Tierra,

que el mundo, al ir tan deprisa,

el horizonte se lleva.

Estacionada

Pensó que quién le mandaría comprar tantas chorradas. La ropa de pádel, vale, tenía que comprársela sí o sí, ¿pero no podía haberse esperado con lo demás? Hizo un último esfuerzo y bajó los escalones del parking aguantando el aire. Menos mal que a su pequeño Nachete le encantarían las frambuesas. Nada menos que 4,5 euros por una birria de bandeja. Pero no le importaba el precio porque sabía que se chuparía los dedos. – «Merde», esputó. Ahora no recordaba dónde había aparcado el puto coche. Siempre le pasaba lo mismo. Y no podía deambular sin ton ni son por todo el parking tirando de las bolsas. Tenía los dedos amoratados e hinchados de la caminata.

– «Deme algo… Mi niño no tiene ni leche para beber». Siempre con la misma martingala… Rebeca miró a la rumana que estaba sentada en la esquina, frente al cajero automático de los tickets. Se le pasó una idea por la cabeza. No pudo por menos avergonzarse de su ocurrencia, pero no le quedaba otra.

– «Escuche, le doy cuatro euros si me vigila las bolsas mientras voy a buscar el coche».

Una pareja la miró como si se hubiera vuelto loca. Pero si se lo hubiera pedido a ellos, pagando o sin pagar, pensarían que estaba aún más loca y encima no la ayudarían. La chica asintió con la misma rapidez que un niño que le preguntan si quiere ir a la feria.

Rebeca cogió un par de bolsas -así no tendría que cargar con todas cuando tuviera localizado el vehículo-, le pagó a la rumana que estaba ya custodiando el resto como si fuera el objeto más preciado del mundo y salió echando mixtos. Lo encontró en seguida. Estaba al lado. Guardó el par de bolsas en el maletero y se giró con rapidez para ir a por las otras. Pero allí estaba la rumana que había seguido sus pasos, con la sonrisa del deber cumplido. Las frambuesas asomaban por una bolsa y Rebeca sintió una vergüenza incontenible. Le habían costado más que el trabajo de su rumana para que su hijo pudiera tener leche esa noche.

La chica, cuyo nombre no sabemos, volvió a su puesto de la esquina. La poli había levantado el campamento. Mañana irían dirección Albacete. Y dentro de unos meses les echarían o se irían. Y harían otro campamento exactamente igual. Ella se sentaría en los mismos parkings y en las mismas esquinas viendo pasar los ansiados tacones con los que nunca pisaría la vida… Los días de los demás en continuo tránsito, mientras que los de ella, aquí o allá, estarían siempre estacionados. ¿Le sacaría alguien un ticket?

(Recordad que aquí tenemos otro relato, fuera de concurso. El mío lo subiré otro de estos días, por no saturar…)