Máximo cuidado con la desescalada. Y mucho ojito con los cientos de maestros desescaladores que ya están apareciendo en las redes sociales.
Los aficionados a la montaña sabemos bien que el auténtico peligro está en los descensos. La mayor parte de los accidentes de montaña se producen al bajar de la cumbre. Por el cansancio y la falta de concentración. Porque, una vez conseguida la cumbre y asimilado el chute de adrenalina que conlleva, queda lo más aburrido, lo menos espectacular. También lo más duro e ingrato.
Cuando salimos a la montaña y nos fijamos como objetivo coronar un pico, solo pensamos en la ida. En el reto de subir y doblegarlo. La vuelta, el regreso, carecen de la épica de la subida. No tienen su atractivo.
Y es ahí, en la bajada, donde más riesgos se corren.
Item mas: técnicamente también es más complicado bajar que subir. Que les pregunten a esos gatos que se encaraman en la rama de un árbol con destreza y habilidad y, después, no consiguen bajar.
Insisto: los aficionados a la montaña lo hemos experimentado muchas veces. Empezamos a trochar subiendo y, sin darnos cuenta, ya no podemos bajar. Como nos hayamos equivocado solo tenemos dos opciones: arriesgarnos a rompernos la crisma o emprender un amplio rodeo que nos permita salvar el desnivel sin menoscabo de nuestra integridad física.
Las bajadas, además, son mu tracioneras. Parecen sencillas, pero no lo son. Los desniveles son mucho más aparentemente fáciles de vencer con la mirada y la vista que ejecutarlos con tobillos y rodillas.
Recordémoslo antes de empezar a sentar cátedra con lo que habría que hacer durante la fase de desescalada del confinamiento. Porque va a ser largo, cansado y sufrido. No les quepa duda.
Jesús Lens