Me agarró el contagioso, odioso, voraz, impertinente y dañino bichito. Fue curioso. Estaba cerrando la última videollamada de la temporada, la que ya sí que sí me permitía afrontar el verano con un poco de sosiego, libertad e independencia; cuando me dio tos. Unas horas después estaba en la cama, sudando tinta china por culpa de la fiebre.
Tres dosis de la vacuna y tres veranos después, aquí me tienen, de vuelta en el Zaidín, hecho una piltrafa. El miércoles por la noche debía estar en Salobreña para escuchar la charla de Antonio Arias en el Festival Tendencias. Pero en vez de subir las cuestas del casco antiguo estaba escalando picos… de fiebre. Que me ha arreado fuerte la cosa.
Ayer, como no pude asistir al concierto de DJ Toner con Eric Truffaz, me consolé escuchando su disco más reciente. ¡Qué remedio! En los próximos días, mi plan es ir de la cocina al dormitorio y vuelta. Pasando por la biblioteca, eso sí. Para Vuelta y vuelta, las que di en la cama, como la niña del exorcista tratando de expulsar a Satán de su cuerpo indefenso.
Más entero y recuperado, por fin, trataré de reproducir desde la distancia lo que debería estar haciendo en vivo y en directo. En cuerpo y alma. Para pasear por Salobreña, por ejemplo, nada mejor que sumergirse en las páginas de ‘De la cal al plástico’, el libro con los garabatos digitales de Colin Bertholet que representan el costumbrismo de su casco antiguo.
A Colin le duele Salobreña. La ama tanto que le duele cuando la ve sucia y descuidada, maltratada por la dejadez y el abandono. De ahí que sus bocetos reflejen una Salobreña ideal e idealizada.
Bertholet es un soñador con los pies en la tierra. En sus esbozos elimina los cableados, los aparatos de aire acondicionado o los zócalos vitrificados. Limpia los rincones salobreñeros de suciedad. Nos muestra ese casco antiguo que una vez fue y que, en el futuro, podría volver a ser. Y las plantas y las flores, con las buganvillas siempre tan coloristas.
Repaso las 200 páginas del libro de Colin y me dejo llevar por la imaginación, subiendo hasta la futurista Radio Salobreña, escuchando a los críos jugar por las calles del pueblo, los antiguos polideportivos, y haciendo parada en El Pesetas, uno de esos establecimientos con historia y con historias.
El libro se abre con una cita de Paco Ortega: “La memoria es dar la oportunidad a todo aquello que no necesariamente tenía que morir”. Preservar, recrear, reconstruir. Y maravillosa la colaboración de Blanca Espigares Rooney, que habla de la belleza de la cal y de la luz del Mediterráneo, partiendo de un texto de Rafael Alberti: “Mi vieja historia es la pared. Yo vi la luz entre los blancos populares. Mi infancia fue un rectángulo de cal fresca, de viva cal con mi alegre solitaria sombra”.
Gracias a este libro, desde el Zaidín confinado puedo pasear por esa Salobreña que me arrebata. ¡Un lujazo! (Aquí, una conversación larga con Colin Bertholet, al calor de una Alhambra bien fría).
Jesús Lens