Cuando Colin me habló del Proyecto Casete, lo primero que se me vino a la cabeza fue el momento en que, viajando en coche, el reproductor se comía la cinta, que comenzaba por hacer ruidos extraños, como si el vocalista de turno se hubiese convertido en gangoso.
Después, la música dejaba de sonar. Y quedarse sin música era una tragedia. Porque, sin música, la vida es peor. Llegados a ese punto, había que desenredar la cinta, con cariño, prudencia y tranquilidad. Sin pegar tirones. Como en el arte de la pesca. Al final, quedaba el casete con la cinta fuera y arrugada, como una frondosa cabellera sin peinar. Un caos de varios metros que nos hacía pensar en lo peor.
Entonces, aparecía la magia. En forma de bolígrafo. O de lápiz. Y, con paciencia, la cinta se empezaba a enrollar, el útil de escritura convertido en instrumental quirúrgico que, en unos minutos, devolvía la música a la vida y nos permitía seguir quemando kilómetros, a todo ritmo.
La vida, entonces, era más sencilla. Solo hacía falta un bolígrafo, tiempo y paciencia, para que la música volviera a sonar. Y esa fue la idea que le propuse a Mayela, a la gran Katha especialista en diseño gráfico; mi pareja creativa cuando se trata de interpretar visualmente mis ocurrencias y desvaríos. ¿Cómo lo vería?
“Capuchones, bolis y cintas fluyen como si se tratara de un patrón natural. Todo encaja, simplemente. Un baile de objetos icónicos trazados a mano, como los títulos de las cintas de grababas. Usando aquellos tonos. Hubo un tiempo en el que todo, desde la tele a las portadas, las cubiertas y los posters; mostraba aquellos tonos. ¿O acaso se han ido tostando con el paso del tiempo?”
Así lo vio. Y así es como nació la pieza con la que ambos, Katha & Lens, participamos en la exposición de tributo al casete que, el martes se inaugura en el Tendencias de Salobreña. Allí estaremos, acompañando a Colin, con artistas de la talla de Jesús Conde, Enrique Bonet, Blanca Espigares Rooney, Alicia Gómez Soblechero, Oli, Alfredo Aguilar o Inma Benzal; entre otros muchos.
Pásense por la Bóveda salobreñera, desde el próximo martes. La exposición va a ser una gozada, las obras están a la venta y los dos euros que cuesta el extraordinario catálogo, se entregarán a causas sociales.
Me gusta cuando mi querido Colin Bertholet nos da los buenos días desde su muro de Facebook, a través de uno de sus garabatos digitales, mostrando algún rincón perdido de Salobreña. Salobreña la Bella, como la llama él.
La última vez que estuve en la blanca y empinada Villa fue hace un mes, en la presentación de la última –y portentosa- novela de Juan Madrid, pero llevaba varios meses sin visitarla. Me da rabia no bajar tanto como antes a nuestra Costa, sea a Salobreña o sea a la Chucha, pero a medida que me hago mayor, valoro cada vez más el placer de pasar los fines de semana refugiado en el Zaidín, encastillado entre libros, series, películas y otros placeres sencillos de la vida.
En Salobreña, es un hecho constatado y constatable, fluye la creatividad. Lo hemos comentado otras veces en estas mismas páginas. Cuando no es la puesta en marcha de una revista es un proyecto sobre viajes y aviones. O la garabatería. O los libros-objeto. Y las veladas musicales, cinéfilas, literarias o deportivas. Y las gastronómicas. Y algunas etílicas, por supuesto.
Fines de semana creativos en los que acumulaba ideas, anotaciones en servilletas y pintarrajos en manteles de papel, entre los espetos del Bahía, los platos del Aráis, las tapas del Mesón de la Villa, las novelas de 1616 Books, los conciertos del Fusión o las cenas en el Pesetas y en la Traviesa. Fines de semana que eran inyecciones de vitalidad, sacudidores de neuronas, activadores sensoriales.
Ayer, la Junta de Andalucía inscribía a esa Salobreña mágica en su Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, por el valor paisajístico de su Casco Antiguo, dentro de la tipología de Conjunto Histórico. Más que merecido, que la Salambina clásica está ahí desde los tiempos de Ptolomeo y Plinio el Viejo, viendo pasar el tiempo.
No tardaré en volver a Salobreña, para la inauguración de la Exposición “Tributo al Casete”, del infinito Colin, en el marco del festival Nuevas Tendencias. Pasaremos bajo la Bóveda, buscaremos la Música en los Rincones y aprovecharemos para brindar con los muchos y buenos amigos de la Villa por la consecución de una distinción que hace justicia a la proverbial belleza de un pueblo nacido para ser visto, vivido… y paseado. Y un compromiso: salir más de casa para conocer y disfrutar de nuestros paraísos cercanos.
Salobreña debería llevar la etiqueta de Ciudad Creativa. Me gusta bajar, cada poco tiempo. Porque además de pasarlo bien y reencontrarme con muchos y buenos amigos, siempre supone un chute de endorfinas creativas.
Proyectos, ideas, planes y ocurrencias parecen fluir en Salobreña con más fuerza, libertad y descaro que en ningún otro sitio. Así, cada pocas semanas me invento alguna excusa para visitar uno de los pueblos más bonitos de Andalucía.
Sea provocada por una presentación literaria, una tertulia, un concierto, una película… la velada siempre terminará prolongándose hasta altas horas de la madrugada. En ocasiones, hasta el día siguiente. Y el siguiente. O el otro. Porque Salobreña tampoco se termina nunca.
En Salobreña se ha conformado un núcleo de resistencia cultural con puntales como la elegancia, osadía y sensibilidad de Colin Bertholet, el insobornable compromiso de Antonio Fuentes y su librería 1616 Books y la presencia arrolladora de Juan Madrid y su Muestra de Cine Negro y Social, desarrollados en un municipio que ha hecho bandera de la Cultura y cuyo ayuntamiento la defiende, la promueve y la financia. Para muestra, un botón: se cumple el 25 aniversario de un Festival pionero en Andalucía, como es el Nuevas Tendencias.
Estoy convencido de que el entorno privilegiado de Salobreña contribuye a todo esto. Un pueblo que está junto al mar, pero que no le ha dado la espalda al campo y a su feraz vega. Un pueblo que también mira hacia arriba. Hacia el castillo que lo corona y al que se llega serpenteando por sus empinadas cuestas y la bóveda medieval, proporcionando al caminante unas vistas prodigiosas.
Salobreña es un pueblo para disfrutar despacio. Caminando. Con tiempo y sin prisas. Que también es un perfecto ejemplo de Slow Town, atractiva para viajeros de todo el mundo.
El anuncio de la construcción de un macrocomplejo hotelero en esta Salobreña, en primera línea de playa, al otro lado del Peñón y dándole un buen bocado a su vega, no me parece la mejor de las noticias. Que el Algarrobico también iba a proporcionar muchos puestos de trabajo, la zanahoria con la que siempre se venden estos depredadores proyectos urbanísticos.
Aunque suene a tópico manido, creo que un modelo de turismo sostenible, ecológico, creativo y cultural sería mucho mejor para Salobreña que la construcción de un resort de pulserita y todo incluido.
¡Qué alegría me dio, allá por el mes de junio, cuando leí en las redes sociales que Félix G. Modroño se había alzado con el Ateneo de Sevilla de este año!
Alegría de las grandes. Por dos razones. La primera, personal: desde que nos conocimos hace unos años, en Semana Negra, siempre hubo simpatía entre ambos. Por cuestiones literarias, profesionales, por formas de entender la vida, por compartir una importante querencia por Salobreña…
Y la segunda razón es que su anterior novela, “La ciudad de los ojos tristes”, me había encantado. Una novela histórica trufada de policíaca. Una historia de amor con una protagonista fundamental: la ciudad de Bilbao. Un libro mestizo, que tocaba géneros diversos, pero que en absoluto era un pastiche.
Así que, cuando Félix me dijo que venía a Granada y a Salobreña a presentar la novela, le dije que estaría con él en la librería 1616 Books, el sábado por la tarde, con Antonio, el Librero Loco; y los muchos y buenos amigos de la localidad costera granadina.
Había un problema: aún no había leído el libro. Y no es que quedara mucho tiempo para la presentación. Unos días, apenas.
En otra situación, con otro autor; me habría zafado de la propuesta. Con Félix no. Por amistad, claro. Pero, sobre todo, por confianza. Confianza en que su novela, aunque se acercaba a las 400 páginas, me iba a resultar fácil de leer.
Y esto, querido Félix, no es demérito alguno, que no por estar escrita de una forma ágil y asequible al lector, una novela es menos novela. De hecho, desconfío de los autores que complican innecesariamente sus narraciones. O que las barroquizan sin necesidad, como si en vez de estar escribiendo una historia, estuvieran espesando la salsa de algún guiso de insípido de por sí.
Y, efectivamente, la lectura de “Secretos del Arenal” fue un placer. Y un disfrute. En primer lugar, porque me encontré con dos novelas en vez de con una. Literalmente. Porque Félix G. Modroño introduce una historia que acontece en la Sevilla de los años 40 del pasado siglo en mitad de una trama actual.
Y la fórmula funciona.
Los saltos espacio temporales consiguen transportarte a dos ciudades diferentes, en épocas muy distintas. ¿O no tanto? Porque las dos historias que cuenta Félix son trágicas. Y en ambas, el papel de la mujer es muy importante. Hasta el punto de que la protagonista de la novela es una de ellas. Una chica de carácter fuerte y muy alejada de cualquier arquetipo al uso.
Silvia inicia su relación con Mateo. Una relación en la que el mundo del vino está muy presente. Pero hay un recuerdo, un fantasma que no deja de acosarla: el de su hermana, violada, asesinada y mutilada. Por alguien que no ha sido detenido. Aún.
Y, mientras, en Sevilla, los falangistas conspiran contra Franco. Porque, en los primeros cuarenta, los equilibrios de poder entre los ganadores de la Guerra (in)Civil aún eran muy inestables. Y las conspiraciones estaban al orden del día. Y de la noche. Y en ese universo turbio y violento, los más salvajes y desalmados son los que más tienen que ganar. Y los que menos tienen que perder.
A un ritmo endiablado, la novela avanza sin dar tregua al lector. Y las dos historias atrapan de tal manera que, cuando una se interrumpe para dar paso a la otra; ganas dan de saltarse el capítulo que toque para seguir descubriendo los avatares de unos y otros.
Pero no.
Seamos disciplinados y pongámonos en manos de un autor experimentado que nos llevará, con el pulso firme, hasta a última página. Y será entonces y solo entonces cuando podamos respirar tranquilos, con la satisfacción de haber disfrutado una gran novela, tan bien documentada como mejor escrita.
Hubo un momento en que me puse las gafas, durante la presentación en la librería 1616 Books de mi querido Antonio Fuentes, un templo de la sabiduría y un monumento a la cultura del compromiso y la resistencia literaria. Las gafas de ver. Y vi a tantas personas, a tantos amigos; sentados y de pie, que rápidamente me las volví a quitar, para mantener aplacados los nervios.
O la tensión, más bien, como le decía a Panchy cuando me comentó que estaba más nervioso en Salobreña que en la presentación granadina. Y es que, una vez publicado “Cineasta Blanco, Corazón Negro”, tener el libro en las manos, hojearlo y releerlo, me hace revivir momentos muy intensos de estos últimos meses. Y muchas de las vivencias que, en los últimos años, he disfrutado en África.
“Vuelvo a Salobreña. Vuelvo al hogar”. Así titulaba una de las últimas entradas de este Blog. Y máxime porque, esta vez, me quedé en casa de Encarny, Colin y Dominique, que me tienen ya literalmente adoptado. Y allí, en el Casco Antiguo de Salobreña, compartiendo espacio con Tintín y rodeado de Garabatos Digitales, he pasado uno más de esos fines de semana memorables que empezaron el viernes a mediodía, con el atún del Trasmallo, una de esas delicias gastronómicas que nadie debería perderse, seguido que una visita al Sunem, para ver la Cruz decorada por Luis Villaescusa y disfrutar de los extraordinarios combinados que preparan en uno de los garitos con más encanto y más clase de la Costa granadina.
Y después, al cine. A ver “Looper”, en ese Cineclub Mediterráneo tan vinculado a la Obra Social de mi CajaGRANADA, una película complicada, extraña y fantástica, sobre viajes en el tiempo, el azar, la necesidad, la casualidad, la causalidad, y el destino. Y la importancia de tomar las mejores decisiones, en cada momento, de acuerdo con la información de la que disponemos y pensando en las consecuencias de las mismas, de cara al futuro, inmediato y mediato. Una película con uno de esos finales sorprendentes, duros e imprevisibles. Un final que, sin embargo, no podía ser otro.
El viernes siguió entre cañas y tapas, por Motril, y una última visita al Studio JA de Salobreña, donde oficia Mariano, mi presentador oficial de libros en Salobreña, y cuyo saludo fue una maravillosa confesión: que este último es mi mejor libro, algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo, sin desmerecer a mis trabajos anteriores. Lo repetiría en su maravillosa y sentida presentación del sábado. Y es que, como diría durante la misma, “Cineasta Blanco, Corazón Negro” lleva mucho de mí en sus páginas. Es una declaración de amor a un continente, África, que me da la vida. Un libro escrito con las tripas, las entrañas y el corazón.
Veía a mi Cuate y a Panchy en primera fila. A Antonio, en el lateral, con su mujer y sus dos preciosas hijas. Y allí estaba Conchi, la primera en llegar. Y camuflada, Reyes, con una compi, yo creo que un poco sorprendida por reencontrarse con un viejo amigo, tan cerca de aquella Chucha nuestra, pero a la vez, tan lejos de aquellos años en que éramos poco más que niños, con todo el futuro por descubrir. Y es que la vida, por fortuna, te da sorpresas…
Y a Concha y Paco, cuyo Pub Fusión es uno de los locales que deberían estar en la Enciclopedia de los Mejores Garitos de España; y que me hicieron un regalo que, a la vez, es una provocación, una invitación, un desafío: un buen puñado de películas africanas que me van a permitir (re)conocer ese maravilloso continente, desde dentro, por dentro. Y contado por los propios africanos. ¡Casi nada al aparato!
Y, también, en primera fila, Gonzalo Fernández Pulido, con su hijo, cariñoso, atento y participativo. Me gusta Gonzalo, y el compromiso que, como alcalde de la villa, mantiene por la cultura, el deporte y la educación en Salobreña. Y María Eugenia, la concejal de cultura. ¡Que estén un sábado, en plenas cruces, en la presentación de un libro sobre cine y África, dice mucho y bueno de ellos!
Como encontrar a Ángel Díaz Sol, el factótum de Puerto de Motril, cuyo crecimiento es fruto de una sensatez y discreción que alabamos en este artículo de IDEAL.
Y estaban Clarissa. Y Marisa. Y Cristina. Y Encarny. Y Dominique. Y mi compi de CajaGRANADA, la directora de la sucursal de Salobreña, con su hijo. Y la gente de la Asociación Cultural 18600. Y estaban… me perdonáis que no nombre a todos, pero llegamos a coincidir casi 50 personas en la librería de Antonio.
¿Cómo no voy a adorar a Salobreña, donde no es que me sienta como en casa; si no que estoy en casa?
Después llegó la visita a La Vinatería. Y al Mesón de la Villa. Y a Carne a la Piedra, en la playa, donde brindamos con Antonio, el dueño, de una forma tan abrupta como sentida: “¡Salud! Y el que no nos quiera, que se muera”. Así, el whiskey sabe mejor.
Pero no quiero dejarme en el tintero, este pedazo de sorpresa que me deparó IDEAL por la mañana. El artículo de Federico García Fernández, íntegro y titulado «Lens el Africano», lo puedes leer aquí. Pero estas palabras me conmueven hasta las entrañas. ¿Qué puedo decir, sabiendo que no hay un “gracias” lo suficientemente grande como para recompensar un artículo escrito con tanto cariño, pasión y fuerza?
¡GRA-CIAS!
Por último, el sábado nos llevó a disfrutar de la melodiosa y envolvente voz de Ana Cisneros, en el Fusión. Un concierto íntimo, repleto de momentos tan hermosos como el “I remember you”. Ana toca la batería y canta, acompañada por un órgano Hammond. Y, solo con esos elementos, consiguen llenar un escenario con tanta personalidad como la que derrocha uno de esos locales que, como decía antes, exuda pasión, calor, color y que le dan sentido a nuestra vida musical.
Y casi sin dormir, me presenté en la línea de salida de la carrera de Salobreña, donde me reencontré con Flor y donde, contra todo pronóstico, me salió una gran carrera, corriendo a 4,28 minutos el kilómetro, aunque en el 7 me pegara un flato fuerte y tuviera que relajarme un tanto.
Ahora, en casa, viendo la NBA, tengo que deshacer la maleta y reordenar los libros, discos y películas que me he traído. Y los proyectos, las ideas y los planes de futuro que tenemos por delante. Muchos. Y variados. Desde los conciertos y las exposiciones a los viajes y los libros. Las fotografías, los discos, los textos…
Pero no nos adelantemos.
Disfrutemos del recuerdo de un fin de semana tan especial como todos los que transcurren en Salobreña. Y con un recuerdo muy especial para esas personas que quisieron estar, pero no pudieron, por razones y circunstancias distintas.
Porque Salobreña no es solo un pueblo precioso, sino un auténtico estado mental, una provocación intelectual, emocional y sensorial que invita a volver, una y otra vez.