La sorpresa fue verla salir de la habitación, con toda la boca ensangrentada.
Tras la marcha de los Indignados, el 15-O, que había terminado en la Plaza de la Constitución, comprobaba con mi compañero que todo volvía a la normalidad cuando la central de avisos alertó de una trifulca en el hotel Room Mate, al principio de la calle Larios.
Estábamos tan cerca que apenas tardé un minuto en subir a la planta cuarta, por las escaleras.
Había llamado el portero de noche porque, por lo visto, una pareja estaba haciendo demasiado ruido, incluso para ser sábado sabadete.
– Entonces –pregunté yo -¿quién le ha partido a usted la boca, señora?
– ¿A mí? Nadie, agente.
La señora en cuestión, que se limpiaba la sangre de la boca con una mano mientras, con la otra, hacía por cubrirse las generosas tetas que desbordaban la tela fucsia del camisón que apenas la tapaba, tenía la vista perdida, ajena a lo que pasaba a su alrededor.
– Pero, ¿entonces? ¿Y esa sangre? ¿Y la pelea? ¿Y el agresor?
– ¿Qué pelea? ¿Qué agresor?
La verdad era que, para haber habido una trifulca nocturna, aquello estaba sospechosamente tranquilo, todas las puertas del pasillo cerradas, menos la 412.
Con la anuencia silenciosa de la señora, entré en la habitación. Y lo que encontré sobre la cama, me hizo vomitar hasta la tostada del desayuno: junto a un tipo desmayado se encontraba un pingajo de carne muerta y sangrante que, a estas alturas, bien puedes imaginar de lo que se trataba.
Efectivamente.
El caso es que después de un largo precalentamiento repleto de gemidos, gritos y exclamaciones, más propios de una película porno que de una apacible noche otoñal en un hotel turístico de Málaga, la señora había empezado a hacerle una soberana mamada al caballero que la acompañaba en la cama y que no dejaba de proferir expresiones tan ingeniosas e ilustrativas como “¡Ay qué gusto!”, “¡Sigue, sigue no pares!” y otras perlas por estilo.
Cuanto más chupaba ella, más gemía él.
Y, como si de una consecuencia tántrica del Efecto Mariposa se tratara, cuanto más gemía él, más se le hinchaban los huevos al vecino de la habitación 411.
Quiso la mala suerte que el hombre gimiente de la 412 terminase de celebrar con grandes alaridos su desbordamiento de placer justo cuando se agotó la paciencia del ocupante de la 411, que empezó a aporrear, con mucha saña, la débil pared que separaba ambas habitaciones.
La súbita sucesión de golpes provocó una terrible conmoción en la mujer de fucsia.
De las dos posibles reacciones reflejas de ella ante la inopinada y brutal cascada de golpes, una habría podido ser la de quedarse con la boca abierta por la impresión en cuyo caso, nada grave e irreparable hubiese terminado ocurriendo.
Pero no fue ese el movimiento reflejo de la mandíbula de la mujer succionadora, como el pene emasculado de su pareja, cortado de cuajo y yaciente sobre la sábana blanca de la gran cama de matrimonio de la habitación 412 del hotel Room Mate de Málaga podía atestiguar.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
En 2008, 2009 y 2010 también demostramos que un 16-O, la vida puede ser maravillosa.