Hoy, en el periódico IDEAL, he publicado este artículo que me surgió del corazón y de las tripas, a borbotones, mientras leía la fascinante narración de Fernando Marías. Espero que os guste y, sobre todo, os recomiendo que leáis el libro.
¿Y si la palabra “ánimo”, tan sencilla, fuera el Rosebud de Leonardo Marías? O, quizá, lo sea Pagasarri, el nombre del monte bilbaíno que Fernando y su padre ascendieron innumerables veces.
Leo con placer y delectación “La isla del padre”, la última novela de Fernando Marías, galardonada con el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral, y me hago preguntas todo el tiempo: ¿Qué importancia tienen las palabras? ¿Qué palabras importan más, las pronunciadas en voz alta o las que se quedaron en la recámara? ¿Se puede construir una novela partiendo apenas de tres palabras, de tres conceptos?
Leo con ansia -y a la vez con paciencia- este libro de memorias y recuerdos, esta fascinante recreación de una relación paterno-filial; y me descubro cada poco tiempo con el libro dado la vuelta, bocabajo, apoyado sobre mi regazo, y con la mente perdida entre los meandros de los recuerdos. De mis recuerdos. De mis sueños. De mis anhelos. De mis fantasías. De mis miedos. De mis logros. De mis decepciones.
Leo bajo la luz del Mediterráneo a Fernando Marías y, por la noche, aprovecho para charlar con mi hermano. Sobre nuestro padre, muerto hace ya muchos años. Demasiados. Sobre nuestra madre. Sobre sus figuras. Su ejemplo. Su presencia. Su ausencia. Nuestros recuerdos.
Advertencia: leer “La isla del padre” supone abrir una brecha en los diques de contención que todos construimos para mantener a raya el aluvión del pasado. Una brecha a través de la que se filtrarán voces, ecos, imágenes, conversaciones, momentos, alegrías, penas y emociones. Sobre todo, emociones. Leer esta maravillosa y mágica novela de Fernando Marías supone descubrirte todo el tiempo con la emoción a flor de piel ya que cada página, cada párrafo, cada línea consiguen que afloren recuerdos íntimos en el lector.
Porque “La isla del padre” es una novela de aventuras. Y las aventuras nos ayudan a soñar. Aventuras protagonizadas por el padre del autor, un marino mercante que pasaba meses y meses embarcado, fuera de casa, y que, al volver, trataba por todos los medios de recuperar su relación con su hijo. Una relación complicada, marcada por las distancias y las ausencias. Una relación construida en torno a las historias. A las historias del marino, por supuesto. Y a las historias de sus compañeros de aventuras, como el mítico Hanley. Pero también a las historias compartidas en las salas de cine. O en los libros. A las historias narradas. A las historias contadas. A las historias inventadas.
Leer “La isla del padre” es disfrutar del placer de la pura narración. Del placer de recordar. Del placer de inventar. Del gusto por la fantasía que surge a partir de la realidad. Un libro que, partiendo de la historia familiar de los Marías y de la portentosa capacidad de fabulación de Fernando, permite al lector ir construyendo su propia historia, utilizando para ello sus recuerdos y, sobre todo, una estimulada y espoleada capacidad para reinterpretarlos de acuerdo con la libre imaginación.
Jesús Lens