¡Menos mal que llegué a tiempo de hacerme con el último ejemplar a la venta de «Viva la vida», la joya de Baudoin y Troubs que, editada por Astiberri, acabo de devorar en el avión que me traía de Madrid. Subtitulada como «Los sueños de Ciudad Juárez»… no voy a explicarla ahora. No puedo.
Es tarde y estoy reventado. Mañana hay que madrugar. Pero me parece que el libro es uno de los mejores ejemplos de lo que es Semana Negra, el festival multicultural más populoso de Europa, en el que durante 10 días se han vendido y regalado la impresionante cifra de 43.000 libros.
Uno, es éste. De estos tipos: frontera, injusticia, muertes, compromiso, talento, creatividad, colaboración, viajes, arte, libros, dibujos… y una maravillosa conclusión: «hacer que los sueños se hagan realidad».
Gracias, amigos de Semana Negra, por seguir haciendo posible el milagro.
Hasta el año que viene. En Gijón. SN12. La 25. Porque esto es la Semana Negra… ¡y sigue!
Jose, nuestro querido entrenador de baloncesto, una vez se inventó uno de esos gritos de guerra que nos gustaba soltar en los lugares y momentos más (in)apropiados:
– ¡¡¡ En defensa, no se descansa!!!
Hace unas semanas, os acordaréis, nos desayunábamos con una noticia que era un puro disparate: la Semana Negra de Gijón corría peligro. Escribíamos de ello, claro. Y encontramos una impresionante catarata de adhesiones, tanto de los propios amigos de la Semana como de otras personas que, sin haberla pisado, vivido o experimentado, sentían que aquello no podía ser.
A través de Facebook, llamadas de teléfono o mails; a través de la participación activa en foros y espacios virtuales de debate y discusión, un nutrido comando de intervención inmediata se movilizó en defensa de Semana Negra y de su concepción lúdica, alegre, exigente y desenfadada de la cultura.
Aún cuando se llegó al acuerdo de celebrar la edición de este año del Festival Cultural más populoso y visitado de Europa, los defensores de Semana Negra hemos seguido trabajando, codo con codo, en defensa del modelo. Del único modelo posible.
Bien sabemos que, una vez terminado el mes de julio y parafraseando el lema de “Juego de Tronos”, se acerca el invierno. Y que los ataques a Semana Negra seguirán, volverán y se recrudecerán.
Por eso, ahora que nos acercamos alegre y festivamente a la celebración de una nueva edición de nuestra querida, admirada, esperada y reverenciada Semana Negra, quiénes la queremos, la amamos y la sentimos nuestra, tal y como es, tenemos que recordarlo,
¡¡¡¡ En defensa, no se descansa!!!
Y si el Dios de la Muerte nos mira, la única respuesta posible es:
– Hoy no.
Semana Negra vive…
Jesús semanero convicto y confeso Lens
PD.- ¿Qué pateábamos hace un año, tal día como hoy? Un microdiáloco 😉
Me he quedado impresionado. La Universidad de Oviedo ha pedido, judicialmente, medidas cautelares para evitar que, en el marco de Semana Negra, se celebren en sus instalaciones otras actividades diferentes a las puramente culturales.
¿Quién le pone el límite a lo que es y no es cultura? No sé. Para mí, tomar una cerveza mientras hablo con Petros Markaris sobre el rumbo de Europa, es bastante ilustrativo. Y compartir un costillar a la brasa con un escritor argentino, hablando del peronismo, Menotti, las Malvinas, la Patagonia, de sus novelas y de los emergentes cuentistas sudamericanos, resulta muy enriquecedor.
Ahora, sin embargo, parece que todo eso es subversivo, peligroso y desaconsejable.
Al menos, para las autoridades académicas de Oviedo.
Se me hace extraño ser un potencial delincuente por compartir unos pepitos de lomo con amigos escritores, lectores, fotógrafos, dibujantes o aficionados a los soldaditos de plomo. Siempre he recomendado a mis amigos el ir a Semana Negra. Allí nunca había barreras entre los creadores y los consumidores de cultura. De hecho, de allí han surgido proyectos que nos han convertido, a los lectores y aficionados, en ilusionados y voluntariosos creadores. Además de dejarnos la pasta en los bares, claro.
Ahora, el modelo está en entredicho y Semana Negra corre el riesgo de desaparecer.
Ojalá que no. Porque el modelo debe seguir siendo el que es. Una Semana Negra sin olor a fritanga y a carne asada, una Semana Negra sin decenas de librerías compartiendo espacio con puestos de venta de camisetas, pósters o tallas africanas, discos, collares y pulseras… ¡no sería la Semana Negra!
Será que soy Géminis, pero siempre me ha gustado tener un libro en una mano y una birra en la otra. Son extremos que se complementan bien. Y yo no sería el mismo, para lo bueno y para lo malo, sin haber leído tantas revistas, periódicos y libros en la barra de los bares, en las mesas de los cafés, en las terrazas de los garitos más variopintos.
Lo sé. Puede dar hasta grima escuchar eso de “fiesta de la cultura” o “celebración de la palabra”. Puede sonar a falso, a impostado, a frase hecha y a populismo barato. Sólo que, si vas a Semana Negra, te darás cuenta no sólo de que dicho mestizaje es posible, sino también reivindicable, necesario e imprescindible.
Digámoslo alto y claro: ¡QUEREMOS LA SEMANA NEGRA!
Y la queremos en su integridad. La queremos como siempre: en vaqueros, con camiseta, despeinados, con ojeras y con los zapatos manchados de polvo y arena. La queremos con sus manchas de grasa y con el run rún de la feria, al que siempre termina sobreponiéndose la potente voz de los juglares, trovadores y poetas, en esas noches de poesía cuya magia no podemos permitir que se pierda, como lágrimas entre las gotas de la lluvia…
El viernes por la tarde, en el salón de actos de la Sede Central de CajaGRANADA, me sentí como en casa. Y, en este caso, no porque trabaje allí y, a veces, pase tantas horas en el Cubo como en las barras de mis bares favoritos…
El pasado viernes me sentí en casa porque, escuchando el mano a mano entre Joaquín Sabina y Luis García Montero, (En el enlace, vídeo del acto) me transporté a ese espacio mítico que es Semana Negra, que dura 10 días, pero cuyos efectos se prolongan durante todo el año.
Llegué cansado, a esa tarde del viernes. La semana había sido dura, larga y, por momentos, demoledora. En el trabajo, y fuera, que me las tuve que ver, dos veces, con ese monstruo que es el Servicio de Recaudación.
El miércoles, con Jesús Conde y Manuel Villar, recuperamos el placer de hablar en público de libros, viajes y aventuras. Después, disfrutamos tomando esas imprescindibles cervezas, con los buenos amigos de siempre y con otros nuevos, de esos que te sorprenden y que, piensas, pueden estar llamados a jugar un papel importante en tu vida. Y seguimos charlando, contando, riendo, chafardeando…
El jueves nos asomamos al Gato Montés. Nos gusta, mucho, ese garito de Monachil. El trasnoche con el piano se alargó hasta la madrugada, pero aquella versión de “Alfonsina”, con la que me encuentro por segunda vez en pocas semanas, se merecía la vigilia. Y el mojito. Y la tristeza bossa novera.
Y llegamos al viernes. Y llegaron Sabina y Luis. Antes, habíamos reído con el desparpajo de Stewart, que escribirá igual que esquila ovejas, pero que es un gratísimo conversador. Y ese elogio de la melancolía y la soledad, del andar solos por los campos… impagable.
Lo mejor que tienen García Montero y Sabina es que, en sus actuaciones y a través de la alquimia de la palabra, consiguen convocar a personas que ya nos dejaron y a las que tanto queremos, como Ángel González, Alberti o nuestro Enrique Morente.
Con cada lectura, los poetas arrancaban sonoras y clamorosas ovaciones del público que abarrotaba el salón de actos de la Sede Central de CajaGRANADA. Un público que, mayoritariamente, asistía en ceremonioso silencio al declamar de los artistas. Se sucedían coplillas satíricas y humorísticas con otras más profundas, concienciadas y emocionantes. Como la de la Nube Negra que Montero le dedicó una vez a un Sabina sumido en una profunda depresión. Y sobre todo, me emocionan los versos de García Montero en que habla de esa cotidianeidad, tuya y mía, que tan poética puede ser.
Para los habitualmente no lectores de poesía, actos como éste son imprescindibles. Por eso, siempre, he reivindicado la magia de Semana Negra, una celebración de la palabra, con esas noches de tumultuosa poesía, en la Carpa del Encuentro.
Por eso, la tarde del viernes nos sentíamos como en casa, en Granada. Como si estuviéramos en julio y en Gijón.