Hace unos días, la mayoría de los periódicos españoles abrían sus portadas con una secuencia de imágenes que, a la postre resultó ridícula. El vicepresidente Iglesias y la ministra Montero en animada charla en los pasillos del Congreso, discutiendo sobre alguno de los temas en los que existen discrepancias entre PSOE y Podemos. Y un titular de esos que harían parar las rotativas: “No seas cabezón”. A partir de ahí, horas y horas de sesudos análisis sobre las tensiones en el Gobierno, los problemas y el caos.
No seas cabezón. ¡Qué barbaridad! ¿De verdad puede sostenerse un gobierno en el que un miembro del gabinete le espeta a otro que no sea cabezón? ¡Uf! Qué crisis más espantosa. Qué horror. ¡Tiembla, Moncloa!
A mí me pasó una vez. Discutía con un amigo, me dijo que me estaba encabezonando y al día siguiente, al amanecer, nuestros padrinos revisaban las armas con las que nos batiríamos en duelo. ¡Cabezonerías a mí!
En Ciudadanos Andalucía también andan a la greña con un quítame allá esas consejerías. Juan Marín y Rocío Ruiz discrepan sobre si los nuevos consejeros de la Junta deben ser funcionarios o si pueden ser afiliados de base. A la discusión se le está dando tanto pábulo que el vicepresidente ha llegado a afirmar que la consejera de Igualdad no debe dimitir por defender una tesis contraria a la suya.
Ya sé que estos debates no son más que la punta del iceberg de las tensiones de fondo, pero hemos llegado a un punto en que la mínima discusión o diferencia de criterios o pareceres entre nuestros próceres se eleva a la categoría de tormenta, Dana o gota fría. De huracán, incluso.
Soy un discutidor nato. La discusión es sana y natural. Enriquecedora y necesaria. En los partidos políticos, la consigna es discutir los temas de puertas adentro hasta la saciedad pero, una vez alcanzado un consenso, toca defender la posición a capa y espada, prietas las filas e impasible el ademán, preparando argumentarios con los que dotar de munición a afiliados y simpatizantes.
Aunque siempre hubo esos versos sueltos que tantas simpatías despertaban entre la ciudadanía menos dogmática, el sistema funcionaba en los tiempos del bipartidismo. Hoy, con las coaliciones, demás de haber quedado desfasado, es absurdo. Por muy socios que sean, cada partido maneja una agenda y una estrategia diferentes. Ahí habrá necesariamente fricciones y discrepancias. Bienvenidas sean, incluidas las cabezonerías.
Jesús Lens