La columna de hoy viernes de IDEAL, conecta con una entrada bloguera de hace unas semanas… de cuando las eSes marcaban el ritmo…
Hay una web de música que, en base a las canciones que escuchas, te recomienda otros grupos o artistas que el programa informático «piensa» que te pueden gustar. Y, la verdad, la mayor parte de las veces, acierta.
Además, suscritos a los catálogos y newsletters de las tiendas e instituciones cuya actividad tiene que ver con nuestros gustos y aficiones, el caudal informativo sobre los productos y actividades que nos interesan es tan desmesurado que no damos abasto para comprar, usar, ver o escuchar todo aquello que nos gustaría.
Y eso que, gracias a la hipersegmentación y a la ultraespecialización del marketing más vanguardista, ya no tenemos que perder el tiempo buscando aquello que nos hace disfrutar. A golpe de clic, lo podemos tener (casi) todo y (casi) inmediatamente.
Como los viajes. Entre los vuelos baratos, las reservas de hoteles por Internet y la venta de entradas on line para monumentos y espectáculos, todo ello bien clasificado, criticado, explicado y ponderado a través de los miles de foros y blogs que pueblan el ciberespacio, no debería haber sorpresa alguna que enturbiara un viaje preparado fuera de los circuitos tradicionales y del encorsetamiento de los Tour Operadores.
Y ahí es donde entra la palabra con que titulamos este artículo: Serendipia. Porque, con tanta información, tan bien dirigida y direccionada, ¿qué espacio dejamos para la sorpresa, la improvisación y la novedad? La serendipia es precisamente eso: el descubrimiento casual de algo nuevo. Aunque se suele aplicar a los avances científicos, el concepto es ampliable a todos los órdenes de la vida. Lo que pasa es que, con tanta postmodernidad, la pobre serendipia corre más peligro de extinción que el lince ibérico.
Cada vez nos queda menos autocapacidad de sorpresa. Nos blindamos contra ella. Nos estorba, nos molesta y nos incomoda. De esta forma ahorramos tiempo e inconvenientes, pero también renunciamos al placer del choque con algún imprevisto que nos alegre la vida. Aún recuerdo, hace años, cuando cogí un libro de bolsillo de un anaquel de la librería Urbano. Se titulaba «El gran desierto» y era de un tal James Ellroy. Y, en mi vida como lector, pocos momentos tan intensos como la tarde en que, imantado al sofá, no me moví hasta que me terminé, de una atacada, las últimas doscientas páginas del libro.
Ahora pido mis libros por correo electrónico a Negra y Criminal o a esa estupenda Librería Picasso del Centro Cultural de CajaGRANADA, donde María José me los tiene primorosamente listos en un par de días. Los he seleccionado del foro NOVELPOL, donde no se escapa ni la más mínima novedad. O los encontré en Qué leer, Babelia o ABCD. Todo es rápido, eficiente y profesional. ¡Siempre acierto! Pero ya no me paso horas y horas, rebuscando en las estanterías, hojeando entre las novedades y el fondo del catálogo de las librerías.
Fueron ellos, las prisas, la comodidad y la tecnología, los asesinos de la serendipia.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.