Una exposición que lleva como título “Vagabundeos” invita claramente a visitarla dejándose llevar. Así que no lo duden y, este fin de semana largo, pásense por el Centro José Guerrero y maravíllense con el sensacional blanco y negro de las fotografías del chileno Sergio Larrain. Era mi consejo del domingo, en mi columna de IDEAL. Pero hoy es martes y… sigan leyendo.
Reconozco que yo no vagabundeé, sino que visité la muestra el pasado martes, a las siete de la tarde, para disfrutar de uno de los paseos guiados gratuitos que todas las semanas organiza la Diputación de Granada.
Me gusta el estilo del guía del Guerrero, que no se limita a soltar un discurso memorizado, sino que invita a los espectadores a sumergirse en cada foto, a que expresen en voz alta lo que les sugiere, a que imaginen lo que hay más allá de cada instantánea, a que compartan las sensaciones que les provocan…
Un guía que anima a los espectadores a mirar, observar, imaginar, soñar… y a convertirse ellos mismos en narradores de historias. Y las fotografías de Larrain, desde luego, se prestan a hacer un recorrido de estas características.
Hablamos de un tipo que sostiene que “La buena fotografía nace de un estado de gracia” y que, por tanto, más allá de la excepcional técnica que demuestra atesorar, considera que el fotógrafo debe mimetizarse y fundirse en el entorno que va a retratar.
Larrain, de buena familia y mejor educación, siempre se preocupó por los que menos tienen, de ahí que comenzara a retratar a los niños más desfavorecidos de los barrios más pobres de Santiago de Chile. Vive con ellos. Sufre con ellos. Ríe con ellos. Y ellos terminan por rendirse a él y mostrarse tal y como son, dejándose retratar por alguien al que consideran uno de los suyos.
Aunque Larrain fue miembro de Magnum -no dejen de ver la foto del capo mafioso que le abrió las puertas de la agencia- y sus reportajes se publicaron en las mejores revistas y periódicos del mundo; la maravillosa exposición del Guerrero, que se puede ver por primera vez en España, nos muestra su trabajo más íntimo y querido: personas anónimas, paisajes urbanos descontextualizados, ambientes portuarios, bares de citas, juegos de luces y sombras…
Resulta emocionante finalizar el recorrido descubriendo cómo el misticismo de Larrain le llevó a retirarse del mundanal ruido y a centrarse en la meditación, el dibujo y la poesía más minimalista. ¡Un lujo!
Jesús Lens