Este fin de semana tengo que ir a Sevilla. Me preguntan de la Universidad hispalense que cómo iré. Y les digo que en autobús, claro. Que no tengo yo nada en contra de ese maravilloso medio de transporte, pero que siempre me había gustado ir en tren.
Ahora, es imposible. ¡Un añito ya! Un añazo sin tren. Aislados por vía férrea. Desconectados. Pero todo esto lo saben ustedes bien, ¿verdad?
Así las cosas, me planteo el sentido de esta columna. ¿Qué decir, de nuevo o distinto, sobre tan bochornosa situación? Quizá, como en el caso del aeropuerto Picasso-García Lorca-Machado-Góngora de Málaga-Granada-Jaén-Córdoba que podría defender nuestro alcalde; habría que reivindicar una porción del ADN granadino de la mítica estación de tren de Antequera y sentirnos orgullosos de ella. (Sobre el aeropuerto, aquí hablé hace unas semanas)
Pero todo esto tampoco resulta nada original. Ni divertido. Que Quico Chirino lo clavó en su artículo del domingo y yo solo me estoy repitiendo (leedlo aquí). Por todo ello, tengo la tentación de abandonar este tema y escribir sobre cualquier otra cosa. Pero pienso que no debo. Que es por eso que así nos va. Porque callamos. Y al callar, otorgamos. Porque desfallecemos. Porque nos cansamos. Y nos aburrimos. Y pasamos página.
Quiere la casualidad que, habiendo llegado esta columna a vía muerta, podamos leer unas inspiradoras declaraciones de la consejera de Cultura. Según Rosa Aguilar, el famoso Legado de Lorca “salvará las dificultades” para volver a Granada “por la vía del diálogo”.
¡Cómo hila la Consejera! Sobre todo, cuando habla de la «vía del diálogo», sabiendo que a Granada hace más de un año que no llega vía ninguna.
Al principio pienso que no ha sido una expresión muy afortunada, como si hubiera mentado la soga en casa del ahorcado. Pero no tardo en caer en la cuenta de, al vincular la llegada del Legado de Lorca con una vía, la consejera nos está pidiendo paciencia, subliminalmente. Está insinuando que tengamos calma y sosiego. Que llegar, llegará. Como el AVE. O como llegó la Autovía de la Costa. Despacicoooooooo… (Aquí, mi opinión del desaguisado del Legado, que no ha cambiado)
A ver, señores: lo del tren, en Granada, es un escándalo. Digámoslo alto y claro. Y exijamos que la situación se arregle de una maldita vez. ¿A quién? A quien puede (y tiene) la obligación de hacerlo: el gobierno. Aunque esté en (dis)funciones. Es lo que tiene gobernar. Que te exigen. A veces, hasta indecencias.
Jesús Lens