Sabía que iba a ser un ejercicio fútil, pero lo primero que hice ayer por la mañana, antes de escribir esta columna, fue googlear ‘Estepona dimisiones’ y todas sus variantes, en un vano intento por confirmar que los responsables del despropósito del tobagán se habían ido con viento fresco a sus casas. Pero no. Por supuesto que no.
A estas alturas, doy por sentado que ustedes habrán visto las imágenes de los vecinos de Estepona lanzándose por el pomposamente llamado ‘tobogán urbano más grande de Europa’ y, al final del recorrido, estampándose contra el suelo, embistiéndose unos a otros y terminando con los brazos desollados.
Puede parecer fácil o ventajista poner a parir, ahora, la inutilidad del invento, vendido como una inmejorable fórmula para ahorrarse algunos minutos preciosos en el descenso de unas calles de pendiente pronunciada y que los vecinos ganen tiempo en sus desplazamientos. Pero es que lo del tobogán de Estepona me parece la metáfora perfecta, el ejemplo mejor acabado de la imbecilidad supina que gobierna nuestras vidas.
Hay que terminar con esto. No puede ser que el alcalde o el concejal de turno de cualquiera de nuestros pueblos o ciudades se levante una mañana con una ocurrencia y acabe convertida en el tobogán de Estepona. Igual que no puede ser que las diferentes corporaciones locales se dediquen a deshacer lo que hicieron las anteriores por una cuestión de gustos, disgustos, filias o fobias.
Los políticos tienen que entender que son gestores. GES-TO-RES. Que están al servicio de la comunidad. Que se acabaron los tiempos de cesarismo visionario e inútiles calatravismos desproporcionados. Los ciudadanos necesitamos planes de ciudad serios, creíbles, sostenibles y trazados a largo plazo.
Planes que nazcan de las necesidades de cada localidad, que sean diseñados por técnicos y profesionales de la sociedad civil y consensuados entre los partidos políticos. Planes que, después, tienen que ser ejecutados e implementados milimétricamente por las corporaciones municipales de turno, sin estar al albur de los caprichos de unos, los gustos de los otros o las ocurrencias de los de más allá.
En los próximos quince días, cuando escuchen ustedes las promesas electorales de sus candidatos, échenle una pensada: ¿acabará siendo un tobogán de Estepona?
Jesús Lens