No sé si será culpa del estrés, de la contaminación atmosférica, de las lagunas formativo-educativas o de la Crisis, pero el caso es que el goteo de noticias sobre agresiones a funcionarios de la educación y de la sanidad, en nuestro país, es incesante.
Hace un par de semanas fue la directora de un colegio de Santa Fe. Ahora ha trascendido la bronca que tuvo un celador de hospital, en el servicio de Urgencias. Y así seguimos y a este tema dedico mi columna de hoy de IDEAL.
¿Somos conscientes de la aberración que suponen las agresiones a los profesionales de la educación y la medicina, en el ejercicio de su trabajo? Sí. Por supuesto que cualquier agresión es lamentable, censurable y condenable. Pero que les peguen a profesores, médicos o enfermeros resulta especialmente grave y sintomático de los problemas de una sociedad cada día más idiotizada.
De todos los logros que, como comunidad, deberían enorgullecernos, el desarrollo de nuestra sanidad y de nuestra educación debería figurar en lo alto de la pirámide y refulgir como el oro. Por eso, tenemos la responsabilidad, el deber y la obligación de defenderlas, con uñas y dientes. Que no son perfectas. ¡Claro que no! Que son mejorables. ¡Como todo en esta vida! Pero nunca debemos olvidar lo afortunados que somos al tenerlas a nuestro alcance.
Reflexionemos, debatamos, consensuemos, cambiemos para mejorar… pero defendamos nuestro modelo de educación y sanidad. Y seamos más firmes, solidarios y comprometidos en el apoyo a nuestros maestros, profesores, docentes, médicos y sanitarios.
La agresión física es el bochorno máximo al que se puede llegar, la peor de las ignominias. Pero de un tiempo a esta parte -ya digo que la Crisis puede tener que ver en ello- percibo una creciente animadversión contra dos colectivos de profesionales que, por ser funcionarios, cargan con una serie de prejuicios de todo punto inadmisibles.
Habrá quien le eche la culpa de esta violencia soterrada al fracaso de la ESO, a la LOGSE, a que la Educación para la Ciudadanía es una chufla, a la relajación de costumbres, al exceso de grasas saturadas, al cine de terror, a los videojuegos más salvajes o a la música satánica de ciertos grupos de Death Metal. Yo me permito apuntar a otra causa probable sobre la que debemos reflexionar: ¡esos letales grupos de WhatsApp!
En serio: seamos rigurosos, hagamos autocrítica y defendamos a nuestros docentes y sanitarios.
Jesús Lens