—Por perfecta que sea la réplica de la Cueva de Altamira, si tuvieras la posibilidad de elegir entre visitar la original o la copia, ¿en cuál entrarías?
No hay más preguntas, señoría.
Con ese inapeable e incontestable argumento desmontó Soledad Gómez, la responsable de la empresa granadina Mediamusea, lo que yo entendía que era una duda razonable, durante la jornada de ayer de Gravite, en el Cubo de Bankia.
Hablábamos sobre el conocimiento del patrimonio y la importancia de las nuevas tecnologías. Soledad nos había comentado cómo se está pasando de las cartelas, las recreaciones y las visitas guiadas o teatralizadas a modalidades de experiencias inmersivas mucho más completas, con el video mapping y la realidad virtual como recursos cada vez más extendidos.
Nos iba proyectando vídeos con ejemplos tan fascinantes -lo del yacimiento íbero de Ullastret y la recreación del pueblo primitivo, incluyendo un motor de videojuegos que abre un abanico inmenso de futuras posibilidades, es alucinante- que el viejuno que llevo dentro se echó a temblar.
¿Y si las experiencias inmersivas y sensitivas resultan tan intensas y adictivas que la sencilla realidad de un recinto arqueológico, un monumento o un cuadro no es suficiente? La Gioconda, por ejemplo. ¿No es frustrante? Vas a París, recorres el Louvre, haces cola y, cuando te llega el turno, ¿qué ves, entre empujones y codazos más salvajes que los de un pívot de la NBA?
Llegados a este punto, aplica el ejemplo de Altamira. Porque la contemplación de realidad artística o histórica siempre es mucho más intensa que cualquier recreación. Puede ser menos bonita, menos perfecta, más incómoda o costosa. Pero la autenticidad no tiene precio.
Me pasó en Troya, donde apenas queda nada. ¡Pero era Troya! ¡La Troya de verdad! La de Aquiles, Héctor, Paris y el caballo de marras. Y ni siquiera los abdominales de Brad Pitt le pueden hacer sombra a la hierba que crece entre las piedras de Troya, por mucho cuento que hubiera en “La Ilíada”.
Las nuevas tecnologías, como el cine o la literatura, son extraordinarias aliadas para el conocimiento del patrimonio. Y para su difusión y popularización. Por ejemplo, ya ardo por conocer la intervención de Soledad Gómez en la Casa de Zafra del Albaicín, que permite ver cómo se encuentra en la actualidad y cómo era hace siglos, un diálogo que se promete apasionante.
Jesús Lens