Cronistas, críticos y reseñistas tendemos a abusar de un maximalismo expresivo tan desmedido que corremos el riesgo de quitarles a determinadas palabras el verdadero sentido que deberían tener.
Por ejemplo, cuando hablamos de películas “imprescindibles”.
Porque “Spotlight” lo es. Imprescindible. Básica. Necesaria. Obligatoria. Y no me gustaría que ustedes piensen que estoy exagerando o me estoy dejando llevar por el triunfalismo de los Oscar.
Porque no es así.
En esta vida hay dos tipos de personas: las que consideran que el cine es un mero entretenimiento y los que estamos convencidos de que es un arte que va mucho más allá, con capacidad incluso para transformar la realidad.
“Spotlight” es la mejor prueba de que hay un cine valiente y comprometido, que cuenta historias que nos afectan a todos. Un cine que emociona y conmueve desde el realismo más acendrado, sin necesidad de engaños ni subterfugios.
A estas alturas, todo el mundo sabe de qué va “Spotlight”: la investigación puesta en marcha por un periódico de Boston en torno a los abusos sexuales a menores perpetrados por algunos de los sacerdotes de la zona.
Me gustan las películas protagonizadas por periodistas. Sobre todo cuando, como ocurre en este caso, cuentan historias emparentadas con lo noir, al ser auténticos investigadores de tramas negras.
Creo que “Spotlight” es una de las películas que, en toda la historia del cine, mejor han contado cómo se investiga una noticia y cómo se construye un reportaje, desde una óptica profesional y de acuerdo con la deontología periodística más exigente.
(Sigue leyendo esta reseña en mi espacio Lensanity)
Jesús Lens