No quería ir. Pero fui. Asustado. Porque el perfil anunciado para el I Trail de Zújar daba escalofríos, con una primera subida continuada de 8 kilómetros y 825 metros de desnivel. Y lo cuento en mi columna diaria de IDEAL, por supuesto.
Ya en carretera, cuando el Jabalcón se presentó frente a nosotros, los escalofríos se convirtieron en terror. Puro y duro. ¿Qué se me había perdido en una prueba atlética tan dura como aquella? En total, 22 kilómetros, con un desnivel positivo acumulado de 1.330 metros. Y otros tantos de bajada, por supuesto. Que, para músculos y rodillas, son letales.
Cerca de cuatro horas invertí en completar el recorrido. Fui uno de últimos en llegar a meta. Pero lo hice con una sonrisa. Porque, aunque parezca inconcebible, disfrute de prácticamente todos y cada uno de aquellos 22.000 metros de Trail.
Para empezar, el paisaje, que la carrera transcurría íntegramente en plena naturaleza, sintiendo el rumor del viento entre los árboles, el piar de los pájaros desde el kilómetro cero y la fragancia del romero y el tomillo en el aire.
A medida que íbamos ganando altura y las azules aguas del Negratín se quedaban pequeñas, los pinos dejaron paso a encinas, quejigos y demás vegetación autóctona. ¡Hasta el cielo, veíamos ya! Y, en lo alto, la cumbre calcárea del Jabalcón, una de esas montañas que, desde el domingo, ya forma parte de mi colección particular de memorables picos coronados.
Cuando estábamos a punto de alcanzar la cumbre, nos sobrecogió la majestuosidad de un águila en vuelo. ¿O sería un buitre, atento por si podía darse un festín con alguno de aquellos intrépidos corredores?
La llegada a la ermita de la Virgen de la Cabeza fue una fiesta. Porque los buenos y alegres paisanos de Zújar nos recibieron con alegría, risas, bebidas, fruta, chocolate, gominolas… Y es que, más importante que el propio recorrido, es esa buena gente que, de forma voluntaria y altruista, hace posibles estas carreras. Como las decenas de mujeres, niños y jóvenes que, durante todo el recorrido, nos socorrían con agua fresca, nos animaban y nos guiaban para que no nos perdiéramos entre riscos, tajos y precipicios. ¡Qué vistas! ¡Qué senderos! ¡Qué travesías!
Mientras recorría los últimos kilómetros, de nuevo entre pinos, seguía con la sonrisa puesta, aunque me dolieran las piernas enteras. ¡Qué gran domingo, gracias a la brillante organización y a esos buenos zujareños!
Jesús Lens