Es posible que lo vieran hace unos días. El actor Brian Cox visitaba el Museo del Prado durante su gira de promoción de la última temporada de la extraordinaria serie ‘Succesion’ y se dejaba grabar y fotografiar frente a una de las obras maestras de Goya: ‘Saturno devorando a su hijo’. Ironizaba sobre su papel de patriarca tirano y castrador en la serie de HBO, claro.
De todo ello me acordaba mientras daba buena cuenta de ‘La ley del padre’, la novela más reciente de Carlos Augusto Casas, publicada por Ediciones B hace escasas semanas. Hablamos de un libro que también se devora una vez entras en él. Un libro que te demanda atención y te impele a seguir tumbado en el sofá, leyendo. O sentado en tu sillón favorito. O en la terraza, ahora que todavía se puede. Son 400 páginas repletas de mala leche, marca de fábrica de su autor, en las que entra a saco en las miserias de los ricos y poderosos, esos que a veces, sólo a veces, también lloran.
Todo comienza con la llegada de Melinda a la casa familiar de los Gómez-Arjona, propietarios de un gran emporio mediático-empresarial dedicado a la comunicación. Entra a trabajar para ellos precisamente la noche en que se celebra el cumpleaños del patriarca, que no sabemos si está en el otoño de su existencia. La familia quería una asistenta filipina, que están de moda entre la gente bien de Madrizzz, pero la agencia de contratación no ha podido encontrar una disponible. ¡Es el mercado, amigo! Como el de los casoplones. Por ejemplo, este que nos describe el autor: “Una mezcla de estilos entre rústico y vanguardista. Como la mayoría de las casas de los ricos, no estaban pensadas para vivir sino para deslumbrar”.
Durante esa cena, Arturo, que así se llama el gran hombre, se reúne con su padre y sus cuatro hijos para disfrutar de una ‘agradable’ cena familiar. Velada que no tardará en torcerse cuando sufre lo que parece un ataque al corazón. Solo que, unas pruebas después, se sabrá que no. Que no ha sido un infarto. Ha sido un envenenamiento. Y como la empresa familiar está inmersa en una operación empresarial a gran escala, en vez de acudir a la policía, Arturo decide encargar la investigación a uno de sus hombres de confianza: el Enterrador.
Este es el personaje clave la novela. Josan. Un antiguo periodista televisivo caído en desgracia. Fue una estrella mediática, pero ahora mata el tiempo leyendo periódicos y bebiendo como Don Draper, cerrando más bares que la crisis, y tratando de suicidarse de cuando en cuando. Sin suerte, hasta el momento.
Carlos Augusto Casas, periodista de profesión y gran conocedor de los entresijos del medio televisivo, no hace prisioneros en una novela negra, muy negra y sin medias tintas. Los personajes son entre despreciables y repulsivos. ¿Todos ellos? Y ellas. Alguno hay que se salva. Por los pelos. Y las pelas. Pero el panorama que nos muestra es de traca, demoledor.
No les puedo asegurar que ‘La ley del padre’ les vaya a gustar, en un sentido tradicional de la expresión. Pero sí que les va a interesar, apasionar y, por momentos, a indignar. Lo que está muy bien, que la buena literatura hiere. Y es que no hay nada políticamente correcto en una novela muy loca, bruta y salvaje. “Educación, Enterrador. Procura no perderla. La educación es la rama de hipocresía que hace soportable el hecho repulsivo de tener que vivir los unos con los otros”, dirá Arturo. Más claro, el barro.
Jesús Lens