Qué arriesgadas las películas que cuentan historias reales que han pasado hace muy poco tiempo. Sobre todo, las que conocemos bien por haber tenido gran cobertura mediática y a cuyos protagonistas hemos tenido ocasión de ver, oír y escuchar en radios, televisiones y periódicos.
Es difícil olvidar la imagen de un gran avión de pasajeros, flotando sobre el río Hudson, tras un amerizaje de emergencia a los pocos instantes de haber despegado del neoyorkino aeropuerto de La Guardia.
Pero, ¿qué había detrás de aquella imagen? Es decir, ¿quién era el piloto que realizó tremenda hazaña? Más o menos podemos recordar que todos los pasajeros se salvaron. Un milagro, de acuerdo a esa forma simplista de definir acontecimientos sorprendentes e inauditos. Pero, ¿sabemos mucho más sobre aquel acontecimiento?
En Estados Unidos, el piloto, Chesley Sullenberg se hizo famoso, acudiendo incluso al show de David Letterman junto al copiloto. Imagino que su popularidad duraría un tiempo y después se desvanecería. Y, desde luego, si hubiera venido a España, dudo que nadie lo hubiera reconocido y le hubiera invitado a una Alhambra Especial y a una tapa de morcilla.
Ahora se estrena “Sully”, dirigida por Clint Eastwood, y el mundo tiene un nuevo héroe al que adorar y rendir pleitesía, un ídolo cuya hazaña jamás podremos olvidar. Al menos, no la olvidaremos los espectadores de una película corta, directa y contundente, que va al grano y que juega, a lo largo de su hora y media de duración, con el punto de vista.
La película comienza con un bajonazo. Reconozcámoslo. El abuelo Eastwood parece haberse animado a tomarnos el pelo y, a sabiendas de que el espectador conoce perfectamente el planteamiento de la historia, hace que se remuevan nuestros fantasmas más aterradores, poblados de aviones comerciales empotrándose en grandes rascacielos.
Creo que si a algún otro director se le hubiera ocurrido comenzar una película como lo hace Clint, las huestes biempensantes de lo políticamente correcto se le habrían echado encima. Pero Eastwood está por encima del bien y del mal. ¡A Clint se le permite todo! O casi todo. Que hay espectadores que no le han perdonado que hiciera campaña por Trump. O, al menos, que lo apoyara.
A partir de ahí, “Sully” gira en torno a la investigación que las autoridades aeronáuticas pusieron en marcha para saber si el proceder del comandante fue correcto o, en realidad, si su maniobra fue una locura sinsentido que solo salió bien por pura chiripa.
Y ahí, como el auténtico Chesley Sullenberg reconoce, la película exagera. Porque los encargados de la investigación nunca fueron tan hostiles como los muestra Eastwood. Pero… ¡esto es Hollywood!
Con “Sully”, Clint Eastwood vuelve a filmar la historia de un tipo con el que se siente plenamente identificado: el hombre que toma una decisión individual, dura y arriesgada, basada en su experiencia, criterio y profesionalidad. Una decisión que le hace chocar contra el establishment, viéndose enfrentado a una maquinaria burocrática que trata de aplastarle.
Vamos, que cambias el Mágnum del 44 por el mando del avión… y Harry el Sucio y Sully son primos hermanos. Salvando las diferencias. Que tampoco son tantas.
¿Qué queréis que os diga? Que me gusta la defensa que hacen Eastwood y Tom Hanks del factor humano como hecho diferencial que nos hace superiores a las máquinas, algoritmos y programas informáticos.
Y es que, los que de niños alucinamos con “Solo los ángeles tienen alas” sabemos que, llegados a determinado momento, solo el temple y la experiencia de un buen piloto de avión pueden salvar una situación comprometida, ahí arriba, cuando las cosas se ponen auténticamente feas.
Y, por supuesto, ya saben… cuando la leyenda se convierte en realidad… ¡imprime la leyenda!
Jesús Lens