La tarde de un domingo de verano es uno de los momentos más improbables del año. Un puñado de horas que flotan en el tiempo y el espacio, sin mucho sentido. Nada de lo que piensas parece importante o enjundioso. Y, quizá por eso, me siento tranquilo y sosegado. Sobre todo, después de ver a nuestros políticos conducirse tras las últimas elecciones. A este tema dedico hoy mi colunma de IDEAL.
El hecho de que Rajoy haya sido capaz de llegar a acuerdos con Ciudadanos y con nacionalistas de diverso cuño nos demuestra que, en realidad, el escenario político es puro teatro y que el dramatismo con que tanta gente se toma el «España se rompe» o el «España nos roba», tienen un punto de infantilismo naif y forofista.
La tarde de ayer domingo, sosegada y perezosa, me reconcilia hasta con la posibilidad de unas terceras elecciones y una campaña electoral en la que todos los actores deberían salir dándose besos y abrazos, dada su buena disponibilidad para entenderse, en los últimos tiempos. Y eso que, hasta hace nada, representaban el papel de irreconciliables enemigos.
A este estado de serena placidez contribuyó, también, la sensatez mostrada por el presidente de la comunidad de regantes del Guadalfeo, el pasado viernes. Durante la celebración de los Premios Costa Tropical, al recoger el suyo, comenzó su discurso con unas palabras tan sinceras como clarividentes: de todas las personas que subieron al estrado, seguramente eran las más humildes, pero también las que más puestos de trabajo generaban.
Buen recordatorio a la concurrencia. Hay que volver a las raíces. Al origen. A la sencillez y al sentido común. Están muy bien las declaraciones de intenciones, las hojas de ruta y los gestos para la galería. Pero si queremos que la agricultura de la Costa Tropical siga creciendo, hace falta arreglar de una vez el despropósito de las conducciones de la Presa de Rules.
Unos partidos políticos siguen con sus rebatiñas internas y, otros, lastrando la regeneración democrática. De entre los recién nacidos, unos pactan a diestra y siniestra mientras los otros tratan de encontrar una brújula que les marque el rumbo. Todos ellos ocupan horas y horas de nuestro tiempo. Y, sin embargo, son los agricultores de la Costa Tropical los que, sin aspavientos, dicen esas verdades como puños que, desde su sinceridad y sensatez, descolocan y noquean el discurso oficial.
Jesús Lens