El martes volví a mi habitación del hotel de Barcelona en que resido estos días a eso de las nueve y media de la noche, después de cenar en su restaurante, casi emboscados, con la escritora Nieves Abarca. Subía por las escaleras pensando que menudo terremoto de mujer cuando comenzaron a llegar los guasaps y los tuits: terremoto en Granada. Y otro más. Y más, y más y más. Y sigue. Y sigue. Y dura. Y dura. Como el famoso conejito de las pilas inagotables.
Me sentía extraño sin que la tierra temblase bajo mis pies. Había pasado miedo durante el crujido del pasado sábado, que hasta me dio tiempo a reaccionar y colocarme bajo el quicio de la puerta de mi despacho mientras escuchaba caer al suelo y romperse en pedazos alguno de los mil y un chismes que tengo en las estanterías de mi biblioteca.
Con esto de los terremotos, las réplicas y los enjambres sísmicos, nunca he tenido un miedo cerval a que llegue uno de los gordos y haga auténticos estragos. Siempre me han parecido algo anecdótico. Pero estamos en el 2021, oigan. Y con eso, creo que está todo dicho.
Confortablemente tumbado en la cama, no me concentraba en el libro que trataba de leer. No dejaba de mirar el móvil. Les confieso que me sentí mal por estar fuera de Granada en esos momentos. Como si hubiera huido de mi ciudad en el peor momento, escapando de peligros y calamidades. Como la rata traidora que abandona el barco cuando hace aguas.
Por otra parte, mi yo más racional pensaba que, de seguir así las cosas, lo mismo ‘pierdo’ el avión que debe devolverme hoy a Granada y pido asilo a la Generalitat, blandiendo mi salvoconducto cultural y mi pasión por la literatura de Manuel Vázquez Montalbán y Carlos Zanón como argumentos irrefutables. Contradicciones de Géminis.
Eso sí: me tengo que contener para no escribir burradas y barbaridades con palabras de trazo grueso sobre los bulistas que asustan con el gran cataclismo que está por venir. Por mucho que los especialistas y los científicos señalen que son imposibles de predecir, los terremotos provocan un miedo atávico en mucha gente. Las mentecateces de los creadores de bulos solo sirven para sembrar inquietud y contagiar pánico. Las memes de los memos. De los tontos de baba. Qué pena, tanta tecnología en manos de tanto descerebrado sin dos dedos de frente.
Jesús Lens