Terminábamos la primera entrada de este reportaje hablando de “Round Midnight”, AQUÍ, por si quieres recordar. Ahora… ¡seguimos!
Y es que hay películas que parecen filmadas en estado de gracia y que, más que contar una historia, cuentan la vida. “Round Midnight”, dirigida por Bertrand Tavernier, es una de ellas: con esta película, su director consiguió algo tan difícil como es filmar el jazz. Tal cual. Captar la esencia de la música a través de las imágenes. De hecho, es el mejor y más acabado ejemplo de sinestia fílmico-musical del que podemos disfrutar. Una película prodigiosa que transcurre a caballo entre París y Nueva York, y que sigue los pasos de un saxofonista, Dale Turner, basado en la mítica figura de Bud Powell, un genio de la música al que sus adicciones al alcohol y las drogas condujeron, en varias ocasiones, a verse internado en centros de salud mental.
Pero “Round Midnight” es luminosa y optimista, centrándose en la relación del saxofonista con un aficionado al jazz que lo acompañó y cuidó durante años, alojándolo en su propia casa, ayudándole a desintoxicarse, a mantenerse sobrio y a relanzar su carrera musical. Una película maravillosa que termina con la desgarrada voz de su protagonista, desgranando la siguiente letanía: “Ojalá vivamos como para ver una avenida llamada Charlie Parker, un parque llamado Lester Young, una plaza llamada Duke Ellington e incluso una calle llamada Dale Turner”.
Otro de los detalles más importantes de la película es que su director, un gran aficionado al jazz, se había recorrido buena parte de los grandes clubes de jazz del mundo, tomando apuntes de todos y cada uno de los detalles que contribuían a dotarlos de una personalidad propia y a darles la especial atmósfera que se respira en el Blue Note, en el Standard Jazz o en el Birdland, por circunscribirnos a Nueva York. Después, encargó al equipo de producción de “Round Midnight” que, con sus apuntes y notas, construyera un auténtico club de jazz. Posiblemente, el mejor del mundo, algo que será muy apreciado por los espectadores. (Si quieres saberlo todo sobre esta película, visita las entradas dedicadas a ellas por Cid & Lens, a través de esta puerta)
Lástima que Tavernier, en este recorrido por los grandes clubes de jazz del mundo, no pudiera pasar por el más grande, mítico y conocido: el auténtico y original “Cotton Club” al que Francis Ford Coppola dedicó, en 1984, una de sus películas menos reconocidas y valoradas, posiblemente, porque todos esperábamos reencontrarnos con el espíritu de “El Padrino”, más que con el de Duke Ellington.
Y es que la película del director italoamericano, aunque cuente la historia de dos mafiosos de segunda fila como fueron Dutch Schultz y Vincent Dwyer, habituales del Club del Algodón, es realmente un musical, un homenaje al mundo del jazz clásico, protagonizado por un Richard Gere que, para su papel, tuvo que aprender a tocar la trompeta. Y es que a Coppola no le gustan las tonterías: nada de simular que el actor sopla el instrumento, poniendo cara orgiástica para mostrar la intensidad del momento. Por tanto, ahí podemos ver a Gere, concentrado. Labios bien posicionados. Dedos destensados y la mirada fija en el infinito mientras toca.
Coppola también cuenta la historia de los hermanos Sandman, que ejemplifica lo irracional de un sistema de segregación que convertía a los afraomericanos en los grandes atractivos artísticos de los locales, pero a los que no se permitía formar parte del público: o cantaban, bailaban y tocaban sus instrumentos… o servían las copas. Y resulta emocionante, además de estéticamente muy hermoso, el claqué desplegado por Gregory Hines que utiliza, en sus prodigiosos bailes, un soporte con forma de pirámide escalonada, por el que sube y baja, de forma incansable. Sube, se sitúa en la cima y vuelve a bajar. Salta, sube, cae, se sostiene, desciende, asciende… un baile que es como la vida misma. (Para saber más, entra aquí)
Llegados a este punto, es obligado hacer referencia, por supuesto, a la biografía de Charlie Parker que Clint Eastwood dirigió en 1988, en su prodigiosa, poética y admirable “Bird”, al que Forest Whitaker prestó ese rostro suyo, desbordante de personalidad y cuyas interpretaciones siempre están cargadas de fuerza y magnetismo.
Cuando Clint se presentó en la sede de la Warner para proponerles que le produjeran la biografía de Parker, le dijeron que sí. Que sin ningún problema… siempre que volviera a encarnar a Harry el Sucio en una nueva entrega de la exitosa saga. Y así fue como, paradójicamente, uno de los personajes más controvertidos de Eastwood, acusado de fascista y de ultraderechista; permitió la financiación de una película basada en la figura de un músico negro, alcohólico y drogadicto que murió a los 35 años de edad, pero cuyo cuerpo pasaba por el de una ajada persona de más de 50, dados los excesos cometidos por uno de los grandes revolucionarios del jazz.
(Continuará)
Jesús Lens