Vaya por delante que tengo predilección especial y pasión desaforada por una película que atesora, en su poco más de hora y media de duración, toda le ética y la estética del cine negro clásico norteamericano. Dirigida por Jules Dassin, ’La ciudad desnuda’ es una obra canónica y diferente que rompió moldes y que, con independencia de su año de estreno, 1948, sigue siendo arrebatadoramente moderna y contemporánea.
Sin embargo, el origen más lejano de ‘La ciudad desnuda’ hay que buscarlo en un libro. En un libro muy especial y singular con el mismo nombre y firmado, paradójicamente, por un fotógrafo: Weegee.
Me acuerdo del mítico fotógrafo norteamericano de origen ucraniano mientras hojeo el catálogo de la exposición de fotografía ‘Nocturnas. Mientras la ciudad duerme. 1900-1960’, que se puede disfrutar en el Centro Cultural de CajaGranada Fundación y de la que escribí AQUÍ. Esa fotografía verista y veraz, granulosa, repleta de violentos contrastes entre el negro de la noche y los fogonazos de luz. Y es que Weegee fue una de esas almas noctámbulas que, cámara en ristre, captaba la esencia de ciudad que, en realidad, nunca duerme.
Después de desempeñar mil y un trabajos callejeros, en 1924, Arthur A. Felling fue contratado como técnico de revelado en la que después sería la United Press, aprendiendo todos los secretos de la técnica fotográfica del cuarto oscuro. Once años después, en 1935, Arthur dejó el laboratorio y se convirtió en fotógrafo freelance que trabajaba sobre todo de noche, especializándose en Sucesos.
Así describió sus inicios en el fotoperiodismo de sucesos: “No esperaba a que nadie me diera un trabajo o algo, lo generaba yo mismo. Lo que yo hice lo puede hacer todo el mundo. Lo que hice es tan simple como esto: iba a la comisaría central de policía de Manhattan y, durante dos años, trabajé sin ningún tipo de permiso o credencial. Cuando llegaba un aviso por teletipo, iba al lugar de los hechos, tomaba fotografías y se las vendía a los periódicos. Por supuesto, elegía historias y noticias que tuvieran resonancia”.
La historia de este individuo, portentosa, fue contada en una estupenda película, ‘El ojo público’. Y es que el reportero consiguió, con el transcurso del tiempo, convertirse en el primer fotoperiodista autorizado a tener una radio conectada a la emisora de la policía.
Insomne impenitente, trabajaba de noche y, como tenía un equipo de revelado en el maletero de su coche, era el primero en llevar las fotografías de los crímenes más violentos, los accidentes más sangrientos y los sucesos más espeluznantes a las sedes de los grandes periódicos neoyorquinos que, a la mañana siguiente, abrían sus portadas con las sensacionales fotos de Weegee cuando los cadáveres todavía estaban tan calientes como los cafés de los lectores de la prensa matutina.
Y es que, en muchas ocasiones, Weegee conseguía llegar a la escena del crimen antes que los propios agentes de policía, los bomberos o los sanitarios, tomando fotografías de gran crudeza. De hecho, si el escenario le parecía poco ‘apropiado’, no dudaba en cambiar de posición los cuerpos de los cadáveres para conseguir un mejor encuadre, una mejor composición. Y es que, en aquellos años 40 del pasado siglo, la parafernalia de los CSI todavía era algo muy, muy lejano…
¿Cómo se convirtió Arthur Ascher Fellig en Weegee? El origen del nombre viene de sus tiempos del laboratorio y de su velocidad al revelar las fotos: Mr. Squeegee. Después, como parecía adivinar donde se iban a producir los sucesos, por lo rápido que llegaba, los compañeros le decían que tenía una ouja. De ahí la fusión fonética entre los dos términos y su apelativo definitivo, tan bien aceptado por él, no en vano, le confería un hálito mágico y legendario.
En el año 1943, cinco de las fotografías de Weegee fueron adquiridas por el MOMA, el Museo de Arte Moderno, y formaron parte de una exposición titulada ‘Action Photography’. A partir de ahí le empezaron a llegar encargos de publicaciones tan prestigiosas como Life y una recién nacida revista llamada Vogue.
Y así llegamos al año 1945, cuando Weegee publicó su primer libro de fotografía, titulado ‘The naked city’, cuyos derechos cinematográficos fueron comprados por una personalidad singular de la cultura norteamericana: Mark Hellinger. Su inspiración estética, callejera y naturalista está en la base del primer tratamiento de la historia de Malvin Wald en la que se basó la película de Dassin, que cuenta la investigación del asesinato de una modelo en una tórrida noche veraniega en esa ciudad de Nueva York desnudada por la lente de Weegee.
Ahí está el germen de una película esencial y fundacional del cine negro clásico, pero esa es ya otra historia en la que profundizaremos otro día, a la vez que hablamos de la película ‘El ojo público’. Que el fotoperiodismo se lleva muy bien con el cine negro y policíaco.
Jesús Lens