Siempre se ha dicho que todos los españoles llevamos dentro a un seleccionador nacional y a un presidente del gobierno, cuando nos encontramos en la barra del bar.
Un español en un bar es capaz de ganar un Mundial sin despeinarse, de terminar con el paro y la pobreza energética en un plisplás y, si se ha metido unas bravas, hasta de alcanzar la paz en Oriente Medio.
Al pedir la cuenta, sin embargo, la realidad se impone. Así, al volver a casa y abrir el buzón, cuando nos encontramos con la convocatoria para una reunión de vecinos, lo primero que pensamos la mayoría de nosotros es que menudo coñazo y menuda papeleta, ser presidente de la comunidad.
Por eso, porque distinguimos perfectamente entre la realidad y la ficción, vemos los partidos de nuestro equipo con pasión desaforada, por muy en desacuerdo que estemos con la alineación del entrenador o por poco que nos convenzan sus sistemas de ataque.
Con la política, sin embargo, somos menos indulgentes. Cada vez más personas se aferran a consignas como “no me representan”, “son todos iguales” o “el sistema no funciona” para desertar. Desertan de los mítines, de los debates, de la información política y, finalmente, desertan de las urnas, alimentando las huestes de una abstención cada vez más abultada.
Que hay razones para estar hasta el moño de las promesas electorales incumplidas es una verdad incuestionable. Y que el sistema es francamente mejorable, también. Pero no creo que la solución pase por la abstención, la dejación y el abandono.
Seamos críticos, seamos exigentes, seamos selectivos, pero no demos de lado al sistema. Es el mejor que hemos tenido en toda nuestra historia. Con sus fallas, sus debilidades y sus incoherencias, pero el mejor.
La vida, la de usted y la mía, la vida de todos está igualmente llena de fallas, debilidades e incoherencias. Nos irrita y nos cabrea, nos harta y nos saca de quicio, pero no abjuramos de ella.
No se trata de ser indulgentes, paternalistas o condescendientes. Ni de comulgar con ruedas de molino. Pero la abstención no soluciona nada. Y no. No son iguales, los unos y los otros, como ya se ha empezado a poner de manifiesto.
Jesús Lens