El miércoles, como ya podía salir y para evitar el riesgo de sucumbir al síndrome de la cabaña, nos fuimos al cine. Estuvimos viendo la película de Brad Pitt y al terminar, la plaza central del centro comercial estaba de bote en bote, con decenas de personas mirando la gran pantalla de televisión que preside el espacio.
Había fútbol, claro. Di por supuesto que serían imágenes random, repetición de algún partido de la temporada pasada o suma de jugadas espectaculares en bucle.
Nos sentamos lejos, que queríamos hincarle el diente a las espectaculares hamburguesas de Sancho Casual Food, mis favoritas de Granada. Me pedí mi primera cerveza en diez días, brindamos y empezamos a comentar la película: qué risas, qué descojono, qué barbaridad. Que si tu eres Diesel y que si a ti te falta un poco/mucho de desarrollo personal, como persona y también como ser humano.
Y de repente: ¡GOOOOOOOOOOOL!
Lo primero que hice fue levantar los brazos y sumarme al alborozo. Si tanta gente gritaba tan alto y con tanto entusiasmo es que algo bueno estaba pasando. Achiné los ojos para tratar de ver la pantalla y entonces caí en la cuenta: el Real Madrid se jugaba la Supercopa de Europa.
Y ahora, el viejunismo. ¿Dónde han quedado aquellas largas y achicharrantes pretemporadas? ¿Y los torneos de verano? El deporte profesional, como El Corte Inglés, marcaba nuestro calendario natural. El verano, tiempo de fabulación y fantasía, acogía aquellos míticos Ramón de Carranza, Joan Gamper, Teresa Herrera o Santiago Bernabéu. Se vivían como si su resultado importara y servían para hacer mil y una cábalas sobre los nuevos equipos.
Al final de temporada, a ningún entrenador o presidente se le ocurría decir que el año había sido bueno porque había ganado alguno de esos torneos de verano, pero en la laxitud de agosto, tiempo suspendido entre serpientes de verano y atascos en los accesos a la playa, le ponían su punto de mordiente a las ardientes noches de verano. El comienzo de la Liga llegaba en septiembre, con la compra de los libros de texto y el pago de las matrículas. Todo tenía sentido, un orden lógico y cabal.
Sigamos con el ñañañá. Que hoy arranque la Liga, la de verdad, me parece un despropósito y un atentado contra el orden natural de las cosas. ¡Si aún no ha sido la Asunción! Quiero creer que será cosa del Mundial del Desierto, esa otra aberración sin pies ni cabeza, pero sigue siendo absurdo.
Una cosa de bueno tiene la vuelta temprana del fútbol, eso sí: las redes sociales se llenan de comentarios sobre Benzema, Lewandowski y Callejón y sepultan debates tan cansinos como el de la espada de Bolívar, la enésima regañina de Pablo Iglesias, las incongruencias de Vox, las imposiciones de Sánchez, el sí-pero-no de Feijóo o las risas de los indepes en la piscina. Que el verano también es para descansar de ellos. Sus vacaciones son las nuestras. ¡Déjenles en paz! Por nuestra salud mental.
Jesús Lens