La columna de hoy en IDEAL, puede parecer contradictoria con los tiempos que vivimos, pero creo que también es necesaria.
¡Lo que nos hemos reído, criticado e ironizado por cuenta del Tristianazo, como ya se conoce a la Tristeza de Ronaldo! Además de ser trending topic, y haber generado hondonadas de tuits, ha servido para que reflexionemos sobre lo contradictorio que resulta el lamento de quién todo lo tiene: dinero, fama, éxitos, mujeres, títulos, etcétera.
Sin poner en duda el derecho de Ronaldo a la tristeza, ¿qué no será de quiénes no somos talentosos futbolistas con contratos millonarios, en el actual contexto de crisis? ¿Qué hondo penar no podría embargarnos al común de los mortales, tal y como están las cosas? Pero también es verdad que, si nos comparamos con esos miles de millones de personas que, en zonas de África, Asia o América viven con menos de un dólar de renta diaria y se mueren de hambre, literalmente; deberíamos cerrar la boca y callarnos, justo como le pedimos a Tristiano que haga.
Y es que, en los últimos meses, mostrarse tristes y abatidos parece ser obligatorio. Tanto que proclamarse contento por alguna razón es un signo inequívoco de mala educación y pasearse por la calle con una sonrisa constituye una provocación. De aquí a nada y como las cosas sigan así, un abogado podrá pedir la libre absolución de un acusado por agresión con la excusa de que el agredido llevaba una sonrisa en la boca. Y eso no puede ser.
Hace unos meses se organizó un Congreso de la Felicidad y vino a España el señor más feliz de Bután, el país que ocupa el número uno en el Índice Mundial de Felicidad. Ese individuo, que debería ser el Hombre más Feliz del Mundo, así con mayúsculas, apareció en las fotos con una enorme sonrisa. Y le cayeron palos por todos lados, claro. A él y, también, a ese optimista irrecuperable que es Eduardo Punset y a la marca de refrescos que patrocinaba el Congreso.
La felicidad no está de moda y aspirar a ser feliz es una grosería de forma que la gente alegre y optimista ha de hacer un esfuerzo constante para presentarse ante el mundo con aspecto gris y ceniciento, con la expresión cariacontecida, como si estuviéramos en un velatorio perpetuo. ¡A ver quién es el guapo que comenta sus vacaciones, sin riesgo de llevarse el agrio restregón de un contertulio cualquiera!
Y, la verdad, todo esto no nos lleva a nada bueno. El pesimismo es contagioso. La tristeza es letal. Y la masiva conjunción de ambas nos precipita a una espiral descendente y autodestructiva que, en poco tiempo, se lleva por delante no solo la ilusión y el optimismo de una sociedad, sino también los logros y los éxitos conseguidos tiempo atrás.
Porque en los años de bonanza se hicieron disparates y se cometieron excesos, ciertamente. Pero también se alcanzaron metas y se lograron éxitos que, justo ahora, es momento de reivindicar y defender. Con uñas y dientes, si fuera menester.
Jesús Lens