El primer impulso al escuchar la noticia es preguntarnos que cómo se les ocurrió a esos turistas gaditanos meterse en la favela brasileña donde una de ellas recibió un disparo que acabó con su vida. El disparo, paradójicamente, vino de la policía brasileña, sin que esté claro qué ocurrió en realidad.
-Si no hubieran estado en la favela, nadie les habría disparado- es lo primero que pensamos. De hecho, ya me imagino próximos artículos y columnas de escritores cipotudos criticando esa modalidad de turismo en la que los incautos viajeros se meten innecesariamente en la boca del lobo.
¿Iría usted a visitar una favela, de viajar a Río de Janeiro, o se limitaría a bailar samba en un club nocturno con seguridad en la puerta y a bañarse en la playa de Ipanema? A mí me gusta viajar para conocer la realidad de los países que visito. O, al menos, para intentarlo. Y la realidad de ciudades como Río de Janeiro es contradictoria. Tanto que las propias agencias de viaje organizan visitas a las favelas para los turistas que quieren ver con sus propios ojos cómo son las condiciones de vida reales de decenas de miles de habitantes de Río.
Le preguntan a una española residente en Brasil y se echa las manos a la cabeza al saber que los turistas estuvieron en la Rocinha. Pero también confiesa que ella misma ha entrado en una favela, en coche, movida por la curiosidad. No. No creo que este tipo de visitas sea hacer turismo en la miseria de los demás. Por esa regla de tres, cualquier viaje a África, a América Latina o a la mayoría de países asiáticos debería estar vetado.
¿Hicieron bien los turistas gaditanos en meterse en la Rocinha? A la vista de lo que ha ocurrido, claramente no. Pero, ¿tiene sentido viajar y quedarse en la superficie de las cosas, contemplando el Cristo redentor y comiendo Rodizio en una churrasquería típica?
Miren qué paradoja de noticia, sin tanto eco ni repercusión: “Muere un turista español en Florencia al caer un capitel”. Se trataba de un barcelonés de 52 años que se encontraba en la basílica de la Santa Croce cuando un trozo de mármol de 40 centímetros de lado cayó desde 30 metros de altura y le golpeó en la cabeza.
¿Y si mejor nos quedamos en casa?
Jesús Lens