Sin cobertura hay paraíso

Ahora que ha terminado el Mundial y antes de que comiencen las primeras rondas de las competiciones europeas y las Supercopas, el fútbol nos concede una tregua, algo parecido a unas vacaciones. Buen momento para plantearnos hacer cosas diferentes a las de siempre. Porque siempre hay fútbol, siempre hay gente viendo fútbol y hablando de fútbol. Por radio, tele y prensa; en los bares, omnipresente y omnisciente.

Las vacaciones deberían ser eso: romper con la rutina y hacer cosas originales. Por eso me dan tanto pavor esos anuncios de las compañías tecnológicas que nos invitan a llevarnos las series de moda cuando salgamos de camping o de travesía, a hacer rafting, a disfrutar de las joyas pictóricas del Reina Sofía, a descubrir templos prehispánicos en mitad de la jungla o, peor aún, cuando hagamos por bajarnos al rebalaje.

Ustedes saben que adoro el cine y que me gustan las series casi por encima de cualquier cosa. Que veo cientos de películas al año y puñados de capítulos y temporadas seriales. De ahí que esté firmemente convencido de la necesidad de tomarnos vacaciones, también, de todo ello.

Lo he escrito otras veces: en verano, hay que romper con lo de siempre, en la medida de lo posible. Y desconfiar de cualquier consejo sobre cómo evitar los efectos de esa mamonada llamada síndrome postvacacional, algo sobre lo que deberían reflexionar las izquierdas sociológicas del mundo mundial.

¿Son el nuevo opio del pueblo, las series de televisión, Netflix, la tarifa plana y los dispositivos móviles permanentemente conectados y/o capaces de almacenar horas y horas de contenido audiovisual para ser deglutido aun sin datos, roaming y conexión? ¿Será este el soma del siglo XXI, tal y como lo describió Aldous Huxley en “Un mundo feliz”?

Sé que suena a viejuno y a anticuado, pero… ¿no resulta contradictorio tomarte vacaciones para hacer lo mismo de siempre, estar en contacto con la misma gente de siempre y ver lo mismo de siempre? Y cuando hablo de vacaciones no me refiero a la cuestión laboral, exclusivamente. Es algo mental, emocional y sensorial. No hace falta irse lejos ni gastarse mucho dinero para disfrutar de unas vacaciones. Es cuestión de romper con la rutina y cambiar el paso: para no perder la cabeza no hay como perder la cobertura y cortar por lo sano con las pantallas.

Jesús Lens

Vacaciones de mí mismo

Trece días me han durado las vacaciones de mí mismo. Unas sensacionales vacaciones de ese yo permanentemente conectado y on line, atento a la actualidad informativa, al teléfono y al correo electrónico; enganchado al blog y a las redes sociales.

Trece días de unas radicales vacaciones digitales en las que he disfrutado de mi yo analógico más tranquilo y pausado, hasta el punto de enterarme de noticias como la del fichaje de Kyrie Irving por Boston Celtics o de la muerte del maestro del cine de terror, Tobe Hopper, a través del IDEAL de papel, como antaño.

Lo primero que provoca olvidarse del vértigo de la información en vivo y en directo y desconectar de la siempre acuciante actualidad, es un brutal enlentecimiento del tiempo, de forma que las horas transcurren infinitamente más morosas, plácidas y serenas.

Vista del Cabo Sacratif. Por ahí nos gusta nadar a mi hermano y a mí.

Y, como consecuencia, el yo analógico, despojado de las prisas y las urgencias del yo digital, tiene más tiempo para concentrarse en la realidad, detenerse en los detalles… y recordar.

A mí, recordar, me cuesta. Mucho. De hecho, siempre he dicho que a mí me gusta recordar hacia delante. Pero estos trece días con mi yo analógico, en la playa de la Chucha, en chanclas y bañador, disfrutando de la familia y charlando con los amigos, invitaban a la rememoranza y a echar la vista atrás.

Sentarte a leer bajo el mismo pino, emblemático, que lleva cerca de 50 años dándote sombra, mientras escuchas a los pájaros cantar. Hacerte las tostadas en el mismo tostador de cuando desayunabas Cola-Cao, ponerte la camiseta con la que casi ganaste un torneo de volley playa en la adolescencia, encontrar en el tercer cajón de la cocina las dos piedras que, de niños, mi hermano y yo buscamos en el fondo del mar para que nuestra madre las usara a modo de mazo, para ablandar la carne antes de freírla…

Foto: José Lens

Trece días de calor, moderados vientos de levante y un Mediterráneo cálido y acogedor. Días de comer pescado, beber sangría y nadar en aguas abiertas, bajo las rocas del cabo Sacratif, a la caída de la tarde. Ese cabo Sacratif que da nombre al faro que, una noche más, hará girar su luz eterna, aviso para navegantes.

Esa luz de verano que tiene la virtud de devolvernos a un tiempo en el que todo estaba por escribir.

Jesús Lens

Elogio del descanso

Salí a correr el pasado jueves, festivo, un poco después de las dos de la tarde. Fue una carrera corta de unos 10 kilómetros, pero alegre y disfrutona. Esa mañana había amanecido pasadas las diez e invertí varias horas en leer la prensa del día y en repasar artículos, entrevistas y reportajes antiguos, cuidadosamente amontonados en inestables columnas de papel.

Warriors 2017

El día anterior, jugando al baloncesto, me encontré como hacía tiempo: activo, ligero y saltarín, corriendo arriba y abajo, reboteando, taponando y encestando. ¡Y cómo disfruté del concierto del Magic, después!

Es lo que tiene estar descansado. Que, de repente, todo te sale mejor. La música suena más armónica y acompasada, los colores lucen más y los adjetivos encajan con precisión.

Estos días me he hartado de ver cine. Y de leer. De ver baloncesto. Y de dormir. De hacer deporte… ¡y de escribir! Hartado, en el sentido metafórico de la expresión, por supuesto.

  • Claro. Para eso son las vacaciones y los días festivos -podrían pensar ustedes. Y no les faltaría razón. Pero es que estos días me han servido, y mucho, para avanzar en varios frentes creativos y laborales.

Ver cine

No hay como salirse de la rutina y alejarse del día a día para ver las cosas en perspectiva, tener una visión de conjunto… ¡y avanzar! Sobre todo, cuando dedicas tiempo y esfuerzo a la nada más absoluta. En sentido figurado. Al descanso. A la contemplación. A la reflexión.

Corriendo, no solo “escribí” esta y otro par de columnas más, sino que también conecté ideas para algún reportaje y organicé varias cuestiones de trabajo que andaban revoloteando y no terminaban de aposentarse.

Sin embargo, lo que no conseguí fue urdir tramas y personajes para un par de cuentos que me apetece escribir. Es lo que tiene liberar la mente: tira hacia donde quiere, regalándote las conexiones neuronales más insospechadas.

Escribir

Paradoja: pocos días me resultan más productivos, creativa y laboralmente, que los días de vacaciones. Por eso creo tan poco en los métodos coercitivos, en las imposiciones, en el presencialismo a ultranza, en el echar horas, en el aparecer y aparentar…

La Crisis, por desgracia, nos ha hecho retroceder años luz. Se nos llena la boca hablando de los modelos Google o Apple cuando, en la práctica, estamos volviendo a un sistema capitalista industrial cuyo objetivo es exprimir al trabajador hasta el agotamiento.

Jesús Lens

1 Twitter Lens

VA-CA-CIO-NES

Favor de leer en voz alta, con delectación y recreándose en cada una de las sílabas: VA-CA-CIO-NES.

Favor de escribir, también, la palabra. En sus mails, en sus estados de Facebook y en sus timeline de Twitter. VA-CA-CIO-NES. Da igual que estén, que vayan a estar o que lo hayan estado. Ítem más: utilícenla incluso en el caso de que, por las razones que sean, no las puedan disfrutar. Es mi consejo de hoy, en IDEAL.

Cerrado por vacaciones

Porque las vacaciones, como el lince ibérico, empiezan a estar en peligro de extinción. En primer lugar, parece de mal gusto aludir a ellas, como si fuera un insulto velado a los millones de personas que, desgraciadamente, se encuentran en desempleo o explotadas en sus puestos de trabajo.

En segundo lugar, las vacaciones están siendo demonizadas por ciertos representantes de la derecha que alardean de haber renunciado a ellas, afeando a los políticos de otros signos que sí las tomen.

Paseo por el Zaidín y por cada cartel de “Cerrado por vacaciones” me encuentro otros que utilizan eufemismos como: “Cerrado por descanso” o, sencillamente, “Volvemos el 1 de septiembre. Disculpen las molestias”. De hecho, repaso mi última columna de julio y me descubro utilizando expresiones como cambiar de aires, desconectar y viajar, pero ni una sola vez me referí a ellas como lo que son: vacaciones.

vuelvo en unos días

Las vacaciones tienen muy poca historia a sus espaldas. De hecho, promulgadas por primera vez por el gobierno del Frente Popular de Leon Blum, en Francia, el 7 de junio de 1936; solo tienen ochenta años. Unas vacaciones que, en España, están reguladas en el Estatuto de los Trabajadores: retribuidas, no sustituibles por compensación económica y en ningún caso inferiores a treinta días naturales.

Las vacaciones son, por tanto, un derecho de los trabajadores cuya consolidación ha costado mucho tiempo y esfuerzo. Y mucho trabajo, paradójicamente. Un derecho que empieza a estar amenazado por lo políticamente correcto y que, en aras de una falsa solidaridad o empatía con quienes peor lo están pasando, tratamos de ocultar o disimular. Y, de aquí a nada, lo exigible será a renunciar a ellas, aunque sea parcialmente.

Leon Blum
Leon Blum

Ojito, pues. Y menos cinismo. Lo que de verdad necesitamos son cinco millones de nuevos puestos de trabajo en condiciones que, cotizando a la seguridad social, permitan disfrutar de sus merecidas vacaciones de treinta días a todos los currantes. Lo demás, es filfa.

Jesús Lens

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Cambiar de aires

Es lo que toca. Cambiar de aires. Cambiar de idioma, paisaje, vistas y percepciones. Cambiar el paso, también. Ir más despacio y disfrutar de la vida contemplativa. Activa, que voy a patear montes, coronar algunos picos y circunnavegar lagos; pero vida serena, reflexiva y meditabunda, en general. Y sobre ello hablo en esta columna de IDEAL, antes de tomarme un respiro, en las próximas semanas.

Hombre-Que-Piensa-En-Irse

Yo no soy de resetear, expresión que robotiza a las personas y transmite la sensación de que se han quedado colgadas. Tampoco me gusta lo de stand by, tiempo muerto o paréntesis. A mí me gusta la vida acelerada que imponen las circunstancias, la tensión y el contacto con la realidad de una actualidad que, por momentos, parece avasallarnos.

Pero también sé que, para disfrutar de todo ello, en ocasiones es necesario cambiar de aires. Tomar distancia para ganar perspectiva. Alterar las rutinas. Sacudirse la modorra propia de estas fechas. Irse. Largarse. Perderse.

Tampoco me gusta lo de desconectar. Y, sin embargo, lo considero necesario. Porque la actualidad informativa es voraz y no da tregua. Hace falta alejarse de las polémicas locales y de los conflictos municipales, encontrarse con gente cuyas circunstancias nada tengan que ver con nuestras cosas de casa.

 resetear-cerebrot

Cuando pasamos demasiado tiempo anclados en un mismo lugar, empezamos a estrechar las miras y corremos el riesgo de dar una importancia desmedida a cuestiones que, quizá, no se merecen tanta atención. Para eso sirve, también, viajar.

Alejarse de la Plaza del Carmen, de la alianza PP-Cs y de la indecisión de Rajoy, tiene extraordinarios beneficios para la salud.

Durante unos días, cambio el Zaidín, el Sacromonte y la Costa Tropical por los templos de Geghard y Haghpat. Del Corral del Carbón me voy a otro caravanserai, Selim y de Laguna Larga paso al Lago Sevan. Que aquello de Toronto era un recurso estilístico.

Me montaré en el telecabina más largo del mundo y me asomaré a las cuevas de Khndzoresk, a las que se accede a través de un puente colgante que me obligará a vencer mi inveterado vértigo paralizante. Y tendré a la vista del monte Ararat, tras haber degustado una selección de vinos armenios. Que no serán como los de La Contraviesa, pero que ahí está la gracia. En conocer, descubrir y aprender. En mirar, ver, escuchar, oler, probar y tocar.

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Y, por supuesto, la gracia está en contarlo. A la vuelta. En apenas un par de semanas. ¡Disfruten!

Jesús Lens

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