El sábado anduvimos la nada desdeñable cantidad de 18 kilómetros por Berlín. El camino que hicimos a la luz del día, entre Alexanderplatz, la Puerta de Brandenburgo y la futurista Postdamerplatz; volvimos a hacerlo de noche y de vuelta para disfrutar de un brillante espectáculo: el festival de las luces que, durante unos días, decora decenas de los más significativos edificios de Berlín con coloridas y vistosas propuestas lumínicas.
No se trata de proyectar luz sobre los edificios en mitad de un caos sonoro-musical. Son auténticas creaciones lumínicas perfectamente adaptadas a los edificios en que se proyectan. En algunos casos se trata de proyecciones fijas que, por ejemplo, muestran el aspecto original de un hotel, hace 100 años o más. En ese caso, el Festival de las Luces funciona como una máquina del tiempo que, gracias a la tecnología más moderna, nos conduce al pasado de una de las grandes capitales de Europa.
El más brillante de estos montajes, para mí, fue el que iluminaba la Universidad más antigua de Alemania, dedicada al viajero, expedicionario y naturalista Von Humboldt; con una colorida panoplia de plantas, insectos, árboles, ríos e incluso fieras de las selvas sudamericanas por las que viajó y de cuyas riquezas dejó testimonio en su trabajo.
Pero las más espectaculares eran las proyecciones dinámicas que cuentan historias. Por ejemplo, la realizada sobre la mismísima Puerta de Brandenburgo, una declaración de amor a Berlín, a la caída del Muro y a la reunificación alemana. Una gozada de espectáculo que concitaba el interés y la atención de miles y miles de espectadores que abarrotaban las plazas, calles y avenidas de Berlín.
Jamás en mi vida había visto nada igual. Inmensas y kilométricas avenidas cortadas al tráfico y tomadas por la gente que, armada con móviles, cámaras fotográficas y trípodes, se afanaba por captar y retener la esencia efímera de los monumentos de Berlín, tuneados y disfrazados para la ocasión.
Al llegar a Alexanderplatz, la torre de televisión acogía a todo lo largo una proyección vertical que derrochaba imaginación, acción y buen humor. ¡Qué tortícolis me ha agarrado, oigan!
Jesús Lens