SENEGAL: ¡TERANGA!

Con todo cariño, para Álvaro y Pepe,

extraordinarios compañeros de viaje,

además de amigos.

Y para Panchi.

Claro.

Sin ella no habría sido posible.

.

Cuando le comenté a una amiga que volvía a África, de viaje, me dijo que menudo pesado estaba hecho, siempre yendo al mismo sitio. Cuando se lo dije a Pedro, sin embargo, se alegró. “Menos mal que sigues siendo el que eras”.

Tras volver de Senegal, ni que decir tiene que es a Pedro a quién tengo que dar la razón. Lo anticipábamos, antes de irnos: “¡Menos mal que volvemos al Senegal!” Y conste que escribo esto después de haber pasado 24 horas de fiebre, diarrea y enfermedad. Que viajar a África -¿o será volver?- sigue provocando efectos secundarios tan inevitables como felizmente llevaderos y soportables.

Y lo paradójico de este viaje es que no fui yo quién más empeño le puso. Fue mi Cuate quién, ante la posibilidad de disfrutar del Festival Internacional de Artes Negras, prácticamente me forzó a sacar los billetes para Dakar, aunque no las tuviera yo todas conmigo. Después se nos unió Álvaro y, gracias a las gestiones de Panchi, nos pusimos en marcha.

Como siempre, antes de emprender un viaje lejano, me invadió algo de morriña, un pelín de melancolía. El día anterior a la partida tuvimos esta exigente jornada de trabajo y me fui con una cierta sensación de culpabilidad, de que no era el mejor momento para marcharse.

Pero siempre es buen momento para volver a África, como pronto tuvimos ocasión de comprobar. Al subirnos al astroso taxi que nos condujo, a las 6 de la mañana, del aeropuerto al hotel Al Baraka, en pleno centro de Dakar. ¡Era increíble que aquel vehículo consiguiera circular sin caerse a pedazos! Y, aún así, circulaba. Aunque tuviera que parar a repostar en una gasolinera, sin apagar el motor, por si no volvía a arrancar.

Desde entonces, todo ha sido fiesta, música, baile, colorido, alegría y buen humor en nuestro viaje. Aún en un contexto de pobreza, extrema en muchos casos, Senegal sigue siendo sonrisas y risas, resumidas en un concepto que, hasta ahora, desconocía: la teranga.

“Teranga” es una palabra wolof, uno de los idiomas oficiales del Senegal, y se traduciría como “hospitalidad” o “calidez”, posiblemente, los conceptos que mejor definen la forma de ser de los senegaleses.

Entras a un restaurante, saludas a los camareros y dos minutos después estás hablando con ellos sobre la familia, el clima, el gol de Iniesta, Zapatero o lo que encarte en cada momento. Entre risas y bromas, te sirven las cervezas, la comida, el café… Al despedirte, tras chocar las manos y recibir cariñosos abrazos, te queda la sensación de salir de la casa de unos amigos. De unos buenos amigos.

O en el Marché Kermel, uno de los mercados de Dakar, al que entras para mirar (sólo mirar) y en el que terminas cargado de máscaras, esculturas, brazaletes, tallas, collares o manteles. Pero un mercado del que sales, sobre todo, vitaminado, mineralizado y revitalizado. Como Súper Ratón. Cargado de energía y de buenas vibraciones. Hasta el punto de que volverás, uno o dos días después, sólo por el gusto de hacerte unas fotos con los colegas con los que estuviste regateando como si la vida te fuera en rebajarle medio euro a una camisa de color imposible que sabes positivamente que nunca vestirás. Pero que terminas comprando igualmente, entre risas, siempre entre risas. Y con buen rollo. Porque Yande Thiam, Assane Syllag o Malick Diop terminan por ser buenos compadres, además de excelentes vendedores.

¡Un puñado de amigos! (Foto cortesía del Cuate Pepe)

Teranga. Como la mostrada por nuestras queridas Faithú y Makumba en el barco que nos llevaba a la Isla de Goré. Pero el tema de las mujeres senegalesas merece un apartado especial.

Pasándose de terangueros, también hay algunos brasas, en Senegal. Como en todos sitios, por otra parte. Pero son los menos y a nada que te plantas, te dejan tranquilos.

Nuestra amiga Yandé, bellamente retratada por Cuate Pepe

Había vendedores callejeros que insistían en vendernos una camiseta con una leyenda que, ahora, sentado en casa y escribiendo, entiendo como muy acertada y realista: “Si estás nervioso y agobiado, regresa a Senegal”.

Ni Confucio lo hubiera escrito mejor.

De vuelta de nuestro viaje y resurgiendo de la noche oscura de la fiebre, podemos gritar, sin temor a equivocarnos, ¡menos mal que volvimos al Senegal! Y nos convertimos en baobab 😀

Jesús africanito Lens. Ya pensando en… volver.

¡MENOS MAL QUE VOLVEMOS AL SENEGAL!

No se si os habéis fijado en el Cartel que hay en la Margen Derecha de este Blog, desde hace unas semanas. Es el mismo que aparece aquí abajo. Y que avanzaba lo que ahora confirmamos: vuelvo a África. Al África negra y profunda. De nuevo a Senegal, donde estuve hace dos años y medio, con un grupo de amigos, en un viaje revelador.  (Más información e imágenes de aquel viaje, AQUÍ)

Me pierdo unos días por esos mundos que tanto que me gustan. Porque, como explicábamos AQUÍ, de declaro enfermo de África. Todavía.

Sí. Lo contaremos. A la vuelta, supongo. Salvo que encontremos un buen cíber. Y pasamos por Casablanca, un puñado de horas. Y volvemos para la Navidad. Si los pilotos y los controladores así lo quieren. Y la suerte y la fuerza nos acompañan, claro.

¿A qué voy? Esencialmente, a disfrutar todo lo posible de ESTAS actividades. Y de ESTE programa.

Hablamos. Y portaos bien estos días…

Jesús Africanito Lens

LA HABANA DE JESÚS CONDE

La columna de hoy de IDEAL sólo podía ser una. Y es ésta (y AQUÍ más imágenes de los cuadros habaneros de Jesús):

¿Qué Habana buscamos, cuando pensamos en viajar a Cuba, en el siglo XXI? Dependiendo de la respuesta a esta pregunta, encontraremos una u otra ciudad, veremos unas u otras calles, nos enfrentaremos a unos u otros edificios, barrios, fachadas y portales. Pocos lugares como La Habana para ser interpretados en clave apriorística, prejuiciosa, ideológica y política.

Y, sin embargo, La Habana no engaña. Está ahí. A la vista de todos. En la nueva exposición de Jesús Conde, por ejemplo, recién inaugurada en el Centro de exposiciones de CajaGRANADA en Puerta Real. A través de su mirada, Jesús Conde nos regala su prodigiosa capacidad de imaginación, fabulación y recreación. A través de sus cuadros, lo mismo estamos ante la Habana Vieja restaurada que en la vieja Habana, derrumbada en pedazos.

Una ciudad que sabe a ron, calambuco y alambique. Que suena al viento en la zafra, a las olas rompiendo contra el malecón y al puntilleo de la Vieja Trova. Que huele a melaza y pescado, a mar y a los cigarros de Compay Segundo. Es el tacto de las rotundas caderas de las bailarinas del Tropicana, la prosa de Hemingway y de Carpentier. La poesía de Martí. La Habana también es las cartillas de racionamiento, los pesos convertibles, los discursos de Fidel, las consignas revolucionarias pintadas en las paredes, los Comités de Defensa de la Revolución y las crudas historias de Pedro Juan Gutiérrez o Lorenzo Lunar. Pero La Habana es, sobre todo, música. Y ritmo. La música fluye por sus calles, bares y casas. Hay ritmo en el cadencioso andar de los habaneros y su festivo hablar es pura fantasía para el oído.

El ilustrativo documental “El arte nuevo de hacer ruinas” muestra la decadencia física de una ciudad que agoniza en silencio. Para unos, con dignidad. Para otros, ignominiosamente. Una ciudad viva y palpitante que se cae a trozos y se deshace como polvo entre los dedos, pero que aguanta incólume gracias al irreductible optimismo y capacidad de resistencia de los habaneros, que hasta de su miseria saben reírse, con ironía y desparpajo. La Habana de Jesús Conde es la ensoñación de una realidad histórica que, a través de los siglos, desemboca en la ciudad más contradictoria, compleja y anacrónica del siglo XXI. La puerta de las Américas, como la bautizó Amir Valle en el reseñable libro publicado por la editorial granadina Almed, esa puerta a través de la que entraban todas las corrientes e influencias europeas y por la que soplaban vientos tropicales y aires de mestizaje hacia el Viejo Continente.

A quiénes ya conocemos la ciudad, la pintura de Conde nos devuelve a La Habana, nuestra Habana. Para quiénes todavía no la han visitado, esta exposición les permitirá, abriendo los ojos, sentir la magia de la Perla del Caribe.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.