DE VIAJES Y PRIVILEGIOS

Mañana celebramos, con los amigos del Buen Comer, un Lunes al Sol.Sobre el Sol se pueden decir muchas cosas, claro. Y hay decenas de miles de historias. Personalmente me encanta ésta que, para unos, es un chiste, pero que para mí es toda una declaración de intenciones, cargada de sabiduría y retranca. ¡Reivindiquemos la importancia de este Viaje, que todos hacemos una vez al año, y del que tantas veces no somos conscientes!:

 

«Vivir en la Tierra es caro, pero ello incluye un viaje gratis alrededor del sol cada año».

 

BAR

El apuesto galán de estas fotos se llama Said Messari y se le conoce como el «Lobo del Atlas».

El Lobo del Atlas
El Lobo del Atlas

Durante nuestra estancia en Marrakech quiso que, además de ver la ciudad histórica y antigua, conociéramos la capital cosmopolita y moderna. Y, por tanto, nos acompaño a ver galerías de arte, como la estupenda Tinfou, en que disfrutamos de la inauguración de la exposición de un artista de Asilah, y la nueva arquitectura de la ciudad.

Dentro de poco le dedicaremos una entrada a este artista multimedia, pero quería reseñar este paseo porque nos permitió disfrutar de una insólita panorámica. Y es que en Marruecos no es fácil beber alcohol. Se puede, pero no es fácil. Y hay palabras proscritas. Como la que protagoniza mi nuevo proyecto fílmico-literario, al que tengo que pegar un arreón definitivo estos meses: «Café-Bar Cinema». Cuando hablamos de países islámicos, nos tenemos que referir a cafés, salones de té, terrazas o cafetines. Y punto.

Por eso, este cartel, grande y luminoso, es toda una declaración de principios y da gusto verlo brillar en la azotea de un edificio, en pleno corazón de Marrakech.

Un bar en el cielo de Marrakech
Un bar en el cielo de Marrakech

¡Vivan los bares!

Y con este Post damos por reinagurada la temporada literaria de Primavera-Verano, invitándoos a seguir la génesis y construcción de este nuevo proyecto fílmico-literario a través del Facebook, en ESTE enlace.

Jesús Lens, amigo de los bares.

Y UNA VEZ MÁS VOLVER

Estaba en el rellano de la escalera de casa, sacando las llaves para abrir la puerta, cuando se me vinieron a la cabeza aquellos dramáticos finales de las vacaciones, cuando éramos niños y la llegada de septiembre nos arrancaba del sol, la playa, el mar y el calor de Carchuna. Era brutal y devastador, llegar a Granada con el olor en el cuerpo de la última ducha bajo el sol, con la arena todavía en los pies, con el cuerpo oliendo al salitre del Mediterráneo. Yo entonces no lo sabía, pero sufría en toda su crueldad eso que ahora se ha dado en llamar el Síndrome Post Vacacional.Nunca sentí como entonces el dolor por el final de unas vacaciones. Era como si me arrancaran del Paraíso Perdido. La vuelta a la normalidad, sencillamente, era insoportable.

Después, con el final de algunos viajes, me ha pasado algo parecido, hasta el punto de blindarme de cara al regreso, dejándome pendientes libros que ansiaba leer y películas que estaba esperando devorar. Comprando discos que me sacaran de la modorra y dejando enjaretados proyectos o ideas que hicieran de la vuelta algo menos doloroso.

Esta tarde volví a sentir, como hacía mucho tiempo que no sentía, esa misma sensación. A las cinco de la tarde, una Granada vacía, silenciosa y somnolienta me devuelve en toda su crudeza a una plúmbea realidad. Tras 24 días de viaje, entre Madrid, Lima, Cusco, Marrakech, Zagora y Ouazarzate, compartido con la mejor gente posible, el regreso es especialmente doloroso.

Esta noche apenas dormimos. El cansancio es máximo. Imagino que tendré mails por leer y contestar. Facturas por revisar. La cuenta tiritando y muchas horas por dormir y sueño por recuperar. Pero, a la verdad, si estando en la T4 hubiera podido coger un avión digamos para Shanghai o para Nueva Zelanda, para Islandia o para Sudáfrica, me habría ido con todo el gusto del mundo.

Y, sin embargo, aquí estamos. El I-Plus no me ha grabado nada de lo que le dejé programado. No me apetece pinchar ningún disco y ni siquiera terminar de leer «Cualquier otro día» me saca del aturdimiento. Veo que me ha llegado el nuevo «Altaïr», sobre Suiza. Y me pongo a leer su Cuaderno de Viajes y me vuelven a dar ganas… de marcharme.

Pero no. Se acabó. Este viaje. Vengo gordo como un cebollo, anquilosado y con la piel quemada. Con más arrugas, pero con más paisajes en las retinas, más música, charlas y sonidos en los oídos, con más sabores descubiertos y con el tacto de más manos estrechadas. Con la pituitaria inundada de los olores de las especias, con el disco duro del cerebro cargado de imágenes, momentos y situaciones y con la imaginación repleta de estampas, cuentos, historias…

Pero no tengo cuerpo para contarlo. Sólo para arrugarme y para llorar por el viaje recién terminado.

Así las cosas y de cara a la semana venidera, ¿qué veo? ¿Qué escucho? ¿A dónde voy, por esta Granada mortecina?

Jesús Lens, depre, pero depre… depre.