CUY

A la vista de las IMGs del cochinillo y del drill que hemos subido estos días, Bartolomé Leal no hace seguir esta otra, de un Cuy, que nos permite continuar un viaje internacional a través de los asados del mundo.

 

Les dejo con el pie de foto con que el propio Bartolomé acompaña tan sugerente imagen:

 

«Aporto con una del cuy (una forma de conejillo de Indias) de la tradición incaica que se consume con placer en las alturas andinas. Aunque para alguna gente eso es comer rata. Hay un pueblito, Tipón, cercano a Cusco, donde se concentran los maestros del cuy al horno de barro. Se prepara relleno con hierbas autóctonas, que se retiran durante el despiece que el maestro hace en la misma mesa de los comensales.

 

Atención a la base de piedra del horno, donde están esculpidos un puma (león andino), un cuy y un quero (vaso ceremonial del Inca).

 

Un abrazo,

 

BL»

 

Gracias, compay.

¡NOWHERE!

¡Aviso urgente!

 

Amantes de los idiomas, filólogos, traductores y amigos todos.

 

Tengo una duda.

 

La palabra Nowhere, tras unas notas que leí no sé donde, me trae loco.

 

Como saben ustedes, una de las cosas que más me apasiona del inglés es lo mucho que dice con palabras, conceptos y contracciones tan cortas como sonoras. Del «Yes, we can» de Obama al «The Mac is Back» de McCain.

 

O, por ejemplo, la letanía que me persiguió cuando entrenaba para la Maratón, el «No pain-no gain» que Javi me metió entre ceja y ceja.

 

¿Qué tiene que ver todo ello con en Nowhere?

 

Pues que siempre pensé que era una palabra cuya traducción, ningún sitio, venía dada por la unión de dos sencillas palabras. La primera, la negación por excelencia. El No. La segunda, el Where. El Dónde locativo inglés.

 

Pero, ¿y si en vez de ser así, el Nowhere viniera de la contracción de dos palabras totalmente distintas? ¿Y si el Nowhere se conformase por Now, cuya traducción es Ahora, y Here, que significa Aquí?

 

¿Es posible?

 

Porque fíjense en la cantidad de posibilidades que ello nos abriría. La primera y más evidente es, por supuesto, que el aquí y el ahora no existen. Nowhere… ¡No Way!

 

¿Qué significa ello?

 

Pues que si el presente no existe y el pasado ya está detrás, obsoleto y sepultado… sólo podemos creer en el futuro. En ir más allá. En avanzar. En marchar hacia otro sitio. En el viaje, por tanto. En ir.

 

Por todo ello, para ser y para estar… hay que moverse.

 

Y moverse, por supuesto, hacia delante. Porque hacia atrás… ni para coger impulso.

 

El Nowhere, por tanto, sería una invitación al viaje, a la búsqueda, a la curiosidad, al descubrimiento. A trascender la realidad aparente e inmediata y procurar ir más allá. Adelante. Siempre adelante. En movimiento. Siempre. Movimiento perpetuo.

 

¿Lo ven ustedes factible? ¿Es posible? ¿Qué les parece? ¿Existen el aquí y el ahora o nuestra vida está hecha, siempre, de los momentos por venir?

 

Jesús Lens, dudoso perplejo.

CUAVERSOS CHINOS

Leer novela negra puede proporcionar sorpresas tan agradables como que Qiu Xiaolong, en «Cuando el rojo es negro», nos deleite con estos versos, clásicos, de la poesía china, que utilizamos para los Cuaversos de hoy: Tú y yo.

 

TÚ Y YO

 

Tú y yo estamos locos

el uno por el otro,

y calientes como el fuego de un alfarero.

Hechos del mismo trozo

de arcilla, tu figura,

y mi figura. Aplástanos

juntos para hacernos de nuevo, mezclándonos

con agua, vuelve a tomar forma,

vuelve a darme forma.

Para que te tenga en mi cuerpo,

y que tú también me tengas por siempre en el tuyo.

 

El marco fotográfico lo ha puesto el genial Chema Madoz, al que dedicamos unos Cuaversos visuales y extrañamente viajeros hace unas semanas.

 

Jesús Lens.  

LAS MUJERES MÁS BELLAS DEL MUNDO

Dejo este estupendo artículo de Manuel Villar Raso, publicado el sábado en la sección de Opinión de IDEAL, que complementa a la perfección mi columna del pasado viernes «La mirada de África».        

 

A las mujeres más bellas del mundo las he visto en Dákar y a las orillas del río Níger, en Ségou, una de las ciudades más míseras del planeta, pero también en la exposición que hay montada en la sala de CajaGRANADA en Puerta Real, donde todavía tienen unos días para verla.

En ella, Alicia Núñez ha realizado la mejor exposición que se haya hecho tal vez  en Granada sobre África, o que yo al menos haya visto, a pesar de participar en numerosos viajes por ese continente y colaborar en el montaje de varias exposiciones con nuestra Universidad. Son una cincuentena larga de fotos (casi siempre mujeres), con la piel al desnudo y sin vestidos ni pantalones ni chaquetas, porque si  llevan alguna ropa encima parece rota a jirones. Tampoco llevan zapatos, creo, pero lo que deslumbra al espectador es la luz de sus ojos, a los que uno no se les puede enfrentar sin responder y sin quedar deslumbrado. Hay en ellas grandeza y mucha miseria. Es cierto que la miseria  ya está instalada en nuestras ciudades y en nuestras calles; pero, a diferencia de los ojos de nuestros pobres, la luz que emanan los rostros de Alicia seduce, encogen el ánimo y hacen sangrar. Son rostros que no ven, como animales sin ojos, pero que trenzan historias, convertidas en enfermedades, ya que África, como el barrio Mumbai de la película, Slumdog Millionaire, es la cuneta de la miseria.

En cierta ocasión, intenté escribir una novela sobre las mujeres que había visto en mis correrías africanas y la dejé a medio acabar; en parte porque  me daba la impresión de que sus vidas me parecían tan inverosímiles que no podría describirlas tal como eran y, en parte, porque yo no era como ellas y no podría hacerlo. Los músculos de los dedos se me agarrotaban. Quería presentarlas como lo ha hecho Alicia, sin especular, sin opinar, sin filosofar sobre sus vidas y de una manera pulcra y sencilla, como hacen siempre los grandes escritores, Hemingway o mi admirado Kapucinski y, al no poder hacerlo, la dejé. Alicia en cambio, sin recurrir a rellenos de paisajes ni a escenarios grandilocuentes y, centrándose tan sólo en sus ojos, hace todo esto de una manera precisa y con tal naturalidad que me fui de la exposición con la cabeza gacha y no sé todavía cómo me atrevo a escribir sobre ella.

El África de Alicia es tan fantástica que, creo, debería trabajar para las mejores revistas de fotografía de París o Nueva York y, de ahí, que les anime a  que no se la pierdan si quieren saber lo que es una fotógrafa de verdad y lo que es África, un continente grandioso, un océano inmenso, un planeta aparte, con la mayor explosión de belleza y luz, que ella saca de una sencilla cámara, con la que se adentra en el fondo perturbador de unos ojos africanos, en sus rostros y rasgos físicos, como si no formaran parte de un mundo que es el nuestro; pero que es real. Nunca me ha entusiasmado la fotografía, pero creo que el arte es contar cómo te sientes y así es cómo ha trabajado Alicia en África, dejándonos  a solas y en silencio con sus personajes, en una dimensión que no es la nuestra y entusiasma; porque se trata de una artista maravillosa, de una depredadora visceral que, con tan sólo la herramienta de su cámara, nos habla de calamidades naturales, de gentes que no tienen hospitales, ni nada que ver con nosotros, con el mundo en general, como si su vida no tuviera sentido o no hubiera vida para ellos. Por unas cosas  o por otras, Alicia Núñez crea unos personajes, que no pertenecen al mundo en el que nos hallamos, bien porque  su existencia sea fantasmal o porque en él no haya vida para ellos y sí para nosotros.

Nos miran de frente, buscan nuestros ojos y nos obligan a mirarlos,  pidiendo que les demos paso como diciéndonos que están vivos y son  reales, como pidiéndonos que los redimamos del hambre, de la sed, del sarampión, de los piojos, de la sífilis, de la poliomielitis, y les ayudemos a escapar de la condición infernal en la que viven, pero sin echarles en cara el estar vivos y en nuestro mundo. Y todo ello contado con sencillez, de forma  precisa y de una manera sencilla e, irónicamente, sin ambiciones formales, pero invitándonos a participar en verdades complejas, que dicen mucho sobre nosotros mismos y sobre el mérito de una autora tan sensible a la condición humana. Vean la exposición y luego compren su pulcro catálogo y completarán un recuerdo imborrable.