Le felicidad lectora es algo muy parecido a haber leído ‘El tiempo de las fieras’ de Víctor del Árbol teniendo (relativamente) frescos los ecos de ‘Nadie en esta tierra’, su novela anterior; ambas publicadas por Destino. (De ésta última escribí AQUÍ).
Confesión lectora: cada vez me cuesta más recordar los argumentos de las novelas. Apenas pasan unas semanas, unos días incluso, y los detalles se van desvaneciendo: se me olvidan los nombres de los personajes, los quiebros de la trama y la resolución de la historia. Me acuerdo de las atmósferas y de las sensaciones, eso sí, pero se me diluye el ‘andamiaje’.
Les cuento esto porque, al empezar la lectura de ‘El tiempo de las fieras’, la novela más reciente de Del Árbol, atesorador del Premio Nadal, entre otros; me dio miedo perderme algo, que está protagonizada por (algunos de) los mismos personajes de la citada ‘Nadie en esta tierra’. El temor tardó en desvanecerse lo mismo que una cerveza fresquita en un mediodía del verano: la pericia del autor hace que el reencuentro con ellos sea tan cálido y cercano como si hubierais salido de cañas la noche anterior, que no tardas en recordar a Soria, Leal, Virginia, Fité… Y, sobre todo, flipas al recuperar esa voz sin nombre de la que hablaremos en un chispo.
Pero antes, insistir en algo importante: da lo mismo si recuerdas o no a aquellos personajes. No pasa nada incluso si no llegaste a conocerles. No hace falta. La novela se lee maravillosamente igual de forma independiente.
Eso sí, como bien decía Víctor del Árbol en una entrevista, lo interesante es ver la evolución de los personajes. “Incluso a mí me ha sorprendido”, sostenía con un deje de incredulidad. Eso lo dice un autor cualquiera y suena a pose, a boutade. Lo dice Víctor del Árbol y te lo crees a pies juntillas. Es lo que pasa cuando escribes novelas policíacas corales, más negras que el alma de un asesino, con ramificaciones en el espacio y en el tiempo que te llevan de Venezuela a Lanzarote pasando por México, Barcelona, Nueva York, Sarajevo y otras ciudades y paisajes en diferentes momentos de la historia de los siglos XX y XXI.
Aunque el autor tenga toda la trama en la cabeza y bien definidos a los personajes, hasta que no se pone a escribir y los hace dialogar, en realidad no sabe por dónde le van a salir. Por ejemplo, Virginia Ortiz, cuya evolución es flipante. O Soria, la gran sorpresa de la novela.
También hay personajes nuevos, claro. Como Vesna, que tenía la sensación de no encajar en ningún sitio. “Fingía tratando de ser una más, de hacer lo que hacía la gente normal, interpretar un papel, pero al cabo de poco tiempo los demás la señalaban como la rara, la introvertida y elusiva, esa chica un poco fuera de la realidad de la que no se sabía exactamente qué esperar”.
Y está la voz. La voz misteriosa de ese sicario mexicano que se expresa en primera persona y del que (aún) no sabemos ni su nombre, aunque empecemos a conocerlo mejor que a nuestro vecino del segundo izquierda. Un reto literario mayúsculo del que Víctor sale indudablemente airoso y que nos hace fantasear con una más que probable tercera parte de una saga que ya es imprescindible en el noir español contemporáneo.
¿Y de la trama? De la trama no les cuento nada en absoluto. Sólo les diré que es apasionante, global y con muchas conexiones entre presente y pasado, como es marca de la casa en un Víctor del Árbol más negro, criminal, existencialista y desatado que nunca.
Jesús Lens