Una de las conclusiones a las que llego en mi más reciente trabajo de cine (que puedes comprar AQUÍ) es que el western tuvo que ser asesinado para poder sobrevivir dentro otros géneros diferentes que, a priori, nada tienen que ver con él.
Si lees que “Lejos de los hombres” es una película escrita y dirigida por el francés David Oelhoffen, que se desarrolla en la Argelia de 1954 y que está basada en una obra de Albert Camus; lo último que se te ocurría pensar es que se trata de un western.
Y, sin embargo, lo es. Un western de ley. Un western contemporáneo, desde el primer plano hasta el último. Un western, además, absolutamente despojado, que lleva hasta sus últimos extremos algunas de sus características fundamentales.
Todo comienza en una escuela enclavada en mitad de las montañas del Atlas argelino en la que un profesor da clase a un grupo variopinto de pequeñuelos. La revolución argelina ha comenzado y suenan tambores de guerra, pero lo que Daru no puede imaginar es que la policía le va a llevar a la escuela a un preso, acusado de asesinato, para que el propio Daru se encargue de conducirlo a la capital de la provincia, dado que los gendarmes andan muy ocupados con los independentistas.
A partir de ahí, el camino.
Y la violencia.
Y la supervivencia.
Y el descubrimiento.
Y el conocimiento.
Y… ¿la amistad?
La amistad es un concepto que, en los tiempos de Facebook, está muy devaluado. Por eso, ver películas como “Lejos de los hombres” te reconcilia con la amistad que surge entre dos hombres que transitan, juntos y por azar, los caminos de la vida.
Una película que te reconcilia con el buen cine, por supuesto. Un cine con pasión por contar una historia. Por tomar a unos personajes, situarlos en una situación límite y mostrar lo que les pasa.
Sin efectos especiales.
Sin efectos visuales.
Sin efectos digitales.
Solo el paisaje. Y los personajes que lo recorren, lo sufren y lo padecen. Porque en esta película, el paisaje es parte imprescindible de la historia. Un territorio árido y hostil que eleva al Monumental Valley de Utah a la categoría de fresco vergel.
Polvo, roca, piedras, viento y lluvia saltan de la pantalla a la platea y golpean al espectador, aplastándolo contra el asiento, haciéndole sentir en sus carnes la dureza y la hostilidad a las que se enfrentan los dos protagonistas.
Muy bueno, pues, el trabajo de cámara. Pero, ¿qué decir de la banda sonora? La música que Nick Cave y Warren Ellis han compuesto para “Lejos de los hombres”, además de huir de los tópicos y los lugares comunes de la música tradicional del norte de África, se adapta como un guante a la narración cinematográfica, sirviendo para dar empaque y fuerza a las imágenes, como ya hicieran ambos compositores en la igualmente desasosegante y angustiosa “The road”, también interpretada por ese tipo tan inquieto como atractivo: Viggo Mortensen.
Inquieto porque, además de protagonizar la película, la produce. Y se nota que ha ayudado al director a dirigir algunas secuencias. Que menudo poderío muestra el hispano-argentino-danés en pantalla.
En definitiva, que “Lejos de los hombres” es una extraordinaria película que nadie debería perderse, por mucho que esté en las antípodas del cine mainstream contemporáneo.
O, quizá, precisamente por eso.
Jesús Lens