Trance

Seguro que, con el fin de alargar una previsible sorpresa y aumentar el nivel de tensión y nervios que todo enigma conlleva, alguna vez has cogido el folio que llevaba un mensaje manuscrito y lo has doblado por la mitad. Después, lo has vuelto a doblar. Y una vez más. Y otra. Y otra. Y otra más. Hasta dejarlo reducido al tamaño de una galletita de la suerte típica de los postres de los restaurantes chinos.

Pues más o menos esa sensación tenía viendo “Trance”, una película extenuante en la que hay tantos giros en el guión y tanta confusión entre lo que es real y lo que es soñado-imaginado-pensado en estado de hipnosis profunda que, al terminar las dos horas de proyección, sales del cine tan mareado como la peonza de un niño hiperactivo al que sus padres han quitado la Play Station.

Trance cartel

Conste que me gustó la película de Danny Boyle. Tanto el fondo como la forma. Me encanta esa forma suya de hacer un cine distinto al convencional, cuidando al máximo el diseño de producción y el cromatismo de las imágenes y dando a la música un protagonismo exquisito, que sirve para definir y resaltar ambientes, momentos, personajes y situaciones. Me gustan sus espídicos movimientos de cámara, sus zooms desaforados, y sus encuadres aparentemente imposibles.

Me gustan los actores. Empezando por esa Rosario Dawson descomunal, en todos los sentidos de la palabra. Su presencia inunda toda la pantalla y se come, a veces literalmente, a cualquiera de sus partenaires. Me gusta ese James McAvoy y toda su carga de desenfado, cachondeo e informalidad que arrostra su cara de niño malillo. Y me gusta Vincent Cassel, ese francés de rostro tallado a machetazos y mirada lánguida y perturbadora.

Trance

Y me gusta, por supuesto, una historia negra y criminal, que comienza con el atraco (im)perfecto a una casa de subastas en la que se está liquidando nada menos que un famoso Goya. Una historia que provoca una amnesia que obliga a uno de los personajes a someterse a una terapia tan atractiva como, en realidad, desconocida: la hipnosis.

Gustándome, pues, todos los ingredientes; el plato final debería haberme resultado ciertamente exquisito. Y casi es así. Excepción hecha de algunos giros en el guión que me parecen algo tramposos y que no puedo detallar sin que el amable lector me odie a muerte por haberle destrozado algunas de las sorpresas de la historia.

Trance

Por tanto, lo suyo es que te vayas al cine a ver “Trance” o, si eres persona en situación económica precaria, hagas por verla de la mejor manera posible, dado que, al menos en Granada, dos entradas y una bolsa de palomitas (sin refrescos o parking) nos costaron la nada desdeñable cantidad de 18 euros, algo ciertamente inasumible en los tiempo que corren. O vuelan.

Y, sin embargo, en pantalla grande y con Dolby Surround, “Trance” luce ciertamente espectacular…

¿Nos vemos en Twitter? @Jesus_Lens

Un método peligroso

A la chita callando y a base de peliculones tan imponentes como solo aparentemente discretos, el otrora efectista y asalvajado David Cronenberg se está convirtiendo en uno de esos directores cada día más clásicos que, como los buenos vinos, ganan con los años. A pesar de algunas explosiones de sadismo circunstancial, “Una historia de violencia” y “Promesas del Este” son muy calmadas, plácidas y apacibles. En la superficie. Porque por debajo…

Y llegamos a esta “Un método peligroso”, que sorprendió enormemente cuando se estrenó en el Festival de Venecia, no en vano su fundamento y base estructura es la palabra.

Ha querido la casualidad que caiga esta película justo después de haber visto otra bomba de relojería verbal: “Un Dios salvaje”, de Roman Polanski, un director que parece llevar una carrera paralela a la de Cronenberg, con películas de corte clásico, pero ciertamente revolucionarias.

A estas alturas, todos sabemos que “Un método peligroso” cuenta la historia del encuentro /distanciamiento entre Freud y Jung, interpretados por dos magistrales y ajustados Vigo Mortensen y Michael Fassbender, la gran revelación del año. Aunque, en realidad, la auténtica protagonista, la persona que todo lo inicia y sirve como catalizadora de la historia, es Sabina Spielrein, interpretada por una mucho menos contenida y mucho más efectista Keira Knightley, a la que no será raro que nominen al Óscar por este desmesurado papel.

¿Preparando los agradecimientos para los Óscar?

Sabina es una rusa, judía, de clase alta, que sufre una crisis nerviosa al principio de la película, siendo internada en el hospital suizo en que ejerce Jung. A lo largo de la historia, la veremos convertida en un conejillo de Indias (va sin segundas) del médico y, después, crecerá y evolucionará hasta convertirse en una de las médicos más reputadas de su tiempo.

La historia de “Un método peligroso” relaciona a estos tres personajes y avanza de acuerdo con sus encuentros y desencuentros, sus conversaciones, discusiones, cartas, tesis, antítesis y, finalmente, despedidas. Sin olvidar por supuesto, al hedonista y libertino Otto Gross, interpretado por un secundario de lujo, Vincent Cassel, que pone el contrapunto febril a la discreción de los dos personajes principales masculinos.

No creo que pueda haber discusión posible sobre si esta película encaja en ese “Universo-Cronenberg” que el director se ha ido forjando a lo largo de una filmografía extraña, bizarra y personalísimamente subjetiva. ¡Pues claro que sí! ¿Qué ha estado haciendo Cronenberg en todas sus películas, sino invitar al espectador a ir más allá de los límites, de lo políticamente correcto, de lo típico y habitual, de lo de siempre?

Hay quién se ha aburrido sobremanera con la película. Es un riesgo. A mí, sin embargo, me ha encantado esta defensa a ultranza de la palabra como recurso cinematográfico. Frases como “‎A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo” o la de “pararse a beber siempre que se pasa por un oasis” son de esas que s quedan impresas por siempre jamás en el subconsciente. Y en el consciente.

Además, la película también es corta. ¡Volvemos a aquella duración estándar de la hora y media! Más que suficiente para contar una historia intensa, densa y diabólica.

Si vas a verla, lo mismo no te gusta. Pero, si no la ves, ¿cómo lo sabrás?

Un crítico de referencia decía que debía ser de visión obligatoria en los institutos. Habría padres que pondrían el grito en el cielo. Y más allá.

Pero coincido: ¡de obligatoria visión!

(Y luego, lo discutimos)

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

En 2008, 2009 y 2010, blogueábamos…

EL CISNE NEGRO

Desde que la vi, sueño con ella. Con esa Nina rota, extremadamente delgada, desmadejada, ida, perseguida, angustiosa, atrapada, perfeccionista, delirante, acomplejada, reprimida y, finalmente, triunfante y gloriosa. ¿O no?

He pasado toda la noche viéndola en sueños. Y nunca pensé que soñar con ella, con Natalie Portman, podría ser un ejercicio cercano a lo pesadillesco. Natalie Portman, esa actriz a la que adoro desde que, siendo una niña, enamorara a León el Profesional y, de paso, a mí, como ya explicamos AQUÍ. Para siempre. Increíblemente… ¡soñar con Natalie produce monstruos!

“El cisne negro”, la última película de Darren Aronofsky, no creo que arrastre a las masas al cine. Y, sin embargo, el cine estaba lleno. Pero el boca-oreja debería acabar con ella. Yo, desde luego, no te recomiendo que vayas a verla. Porque “El cisne negro” es una joya, una obra maestra como la copa de un pino, una película hipnótica y abrasadora. Pero no es para cualquiera. No es fácil, ni agradable, tierna o divertida. De hecho, su nerviosa realización atosiga al espectador y su fotografía granulosa es radicalmente anti-preciosista, por mucha Portman y demás bailarinas que aparezcan en pantalla.

Así que, si eres una persona débil de mente o fácilmente impresionable, no vayas a ver “El cisne negro”. Te perderás un peliculón, pero te ahorrarás un montón de sueños turbios y siniestros. Y eso que hablamos de una historia de baile, tutús y ballet en la que los personajes ensayan “El lago de los cisnes”, un título cuya enunciación suena a algo bonito y entrañable… aunque diste mucho de serlo.

Es curioso que hace unos días hablara con unas amigas, durante el café, de esos padres que proyectan sus frustraciones y carencias en sus hijos, forzándoles a conseguir, por lo civil y hasta por lo criminal, lo que ellos no fueron capaces de lograr. Da lo mismo que hablemos de bailarines, deportistas o neurocirujanos: la extenuante autoexigencia inducida por unos padres tiranos puede conducir a una persona al más arrollador de los éxitos, pero la frontera con la insania autodestructiva es muy, demasiado liviana.

Y de todo ello trata “El cisne negro”, corta de metraje, para lo que se estila, pero intensa hasta el extremo. Desde el primer fotograma hasta el último. Opresiva desde que empieza hasta que termina. Seca, sin tregua, sin tiempos muertos. Sin secuencias de relleno. Sin concesiones.

No sé si vieron, en su momento, “El luchador”, la anterior perla de Aronofsky en una filmografía singular. Desde el punto de vista contrario, entronca a la perfección con “El cisne negro”. Personas que, en el ejercicio de su profesión, van más allá de lo humanamente soportable. Y comprensible.

Dos obras maestras que, desde luego, no seré yo el que te aconseje que veas…

Valoración: 10

Lo mejor: Natalie Portman, alcanzando registros y cotas interpretativas difícilmente superables.

Lo peor: que le costará volver a encontrar un papel a la altura de esa brutal Nina.