Llevaba varias horas escribiendo, desde antes del amanecer. Estaba cansado de escuchar nada más que las voces de dentro de mi cabeza, por lo que me puse unos vaqueros, me cambié de camiseta tras comprobar que los alerones todavía aguantaban sin dar demasiado el cante y me bajé al bar.
No me apetecía tanto hablar cuanto pegar la oreja a las conversaciones ajenas, por lo que decidí irme a un garito diferente a los habituales, cambiando la avenida de Cádiz por la de Dílar. Aunque eran cerca de las doce del mediodía, pedí café. Al poco de estar allí, entró un habitual del barrio, cargado de bolsas. Saludó a la Mari como se saluda a un familiar querido y se justificó por la birra que la camarera empezó a servirle sin siquiera haberla pedido:
—Llevo ya no sé cuántas vueltas, comprando pescado, la fruta, la carne… Me tomo una y me voy, que me queda faena.
Se trincó medio tercio de un trago, pagó y, con la vuelta, se fue a la tragaperras, que no tardó en silenciar la salmodia de la tele con un furioso torrente de monedas.
—¡Náááááá! Que estaba madura ya— comentó cuando le di la enhorabuena, mientras hacía columnas de diez monedas de euro—. ¡Mari, ve echando otra cerveza, que el Cabezabuque asoma por la puerta y habrá que invitarle!
Tampoco era para tanto, la cabeza del recién ingresado. En vez de acomodarse junto a su colega, me rodeo por detrás, dejándome situado entre ambos. Empezó entonces ese duelo de ingenios propio de las barras de los bares, lanzándose pullas a modo de dardos falsamente envenenados. Llegó el turno de Cabezabuque:
—¡Mari, échale a ese otra cerveza, pero cámbiale el vaso, que debe estar roto, por lo rápido que se le vacía!
Llegados a ese punto y rematado mi café, estuve en un tris de pedir un tercio de Alhambra Especial, pero una de las voces que llevaban acompañándome desde la madrugada se puso seria y me recordó lo que pasaría si pedía la birra…
Y aquí me tienen, contándoles lo que pudo ser y no fue una de esas farras imprevistas, improvisadas e impremeditadas que se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo terminan.
¡Bares, qué lugares! Esos bares de barrio que tanto hacen por vertebrar la sociedad de forma discreta, sorda y silenciosa.
Jesús Lens