Esta mañana, en la cafetería de debajo de casa, me han puesto un delicioso café sobre cuya superficie, la camarera dibujó una perfecta manzana con la crema de la leche, utilizando una jarra metálica como pincel y mucha maña y paciencia.
Al terminar, como le había quedado tan bien, avisó a su compañera, que estaba en cocina. Y las dos sonrieron, cómplices. Luego se explicaron: la mayor, que tiene amplia experiencia en el mundo de la hostelería, está enseñando a la más joven todo lo que sabe. Y -digamos que se llama Lucía- está encantada de aprender, poniendo todo su empeño y su talento en desarrollar diferentes habilidades que disfrutamos los clientes.
Quiso la casualidad que, un rato después de poner el café, entrara en la cafetería una antigua compañera de estudios de Lucía. Estuvieron comentando alguna cosilla de su pasado común, pero la chica tenía prisa y se marchó rápido, prometiendo volver otro día con más tiempo.
A Lucía le pasó como nos pasa a todos cuando nos encontramos con un antiguo colega de clase: echamos la vista atrás y nos ponemos en la piel de quienes fuimos. Y surge la inevitable pregunta: ¿te imaginas, viajar en el tiempo? ¿Cómo sería, volver al instituto? Lucía lo tenía claro: nulo interés. En todo caso, estudiaría FP, algo que fuera útil y tuviera salidas prácticas.
La Universidad, ni salió a colación en la conversación: formación profesional o inglés, pero nada más. Estudios que sirvan para trabajar, pero de verdad.
Me resultó sintomático que, después de haber mostrado unas ganas locas de aprender y demostrado, en la práctica, que está inmersa en un activo proceso de formación continua, Lucía tuviera tan poco interés en la enseñanza reglada, formal y académica.
Entonces pensé en la Universidad Juan Carlos I y en los escándalos de los Másteres. Y en cómo, mientras la gente se forma en la bien llamada Escuela de la Vida, la Universidad va perdiendo la consideración y el prestigio que siempre tuvo.
El empacho de titulitis del que adolece la sociedad española puede haber recibido el golpe de gracia con el cachondeo de los másteres, posgrados, cursos de especialización y demás zarandajas al que asistimos, atónitos estupefactos, estos días. Y no sé si el punto en que nos encontramos invita al optimismo, al pesimismo o, sencillamente, a pedir otro café.
Jesús Lens