¡Quién nos iba a decir que la vuelta al cole iba a ser al colegio… electoral! Menuda legislatura han echado los diputados y senadores electos hace unos meses. Por seguir con los símiles escolares: habría que darle un suspenso general a esta caterva de repetidores.
Mi primera intención fue titular esta columna como ‘El voto fútil’, en contraposición al llamamiento al voto útil que tanto hicieron los unos y los otros, los hunos y los orcos, meses atrás. Pero tenía la vaga sensación de que ya había usado la expresión.
Un googling me sacó de dudas. Fue el 21 de abril. La columna se tituló ‘Voto útil vs. Voto fútil’ y decía cosas así: ‘nunca imaginé que la política española pudiera derivar en el frentismo al que se ha visto abocada esta campaña, hasta el punto de que la mayoría de mensajes están dirigidos contra el otro, más que al planteamiento de un programa electoral propio, creíble e ilusionante para la gente.
¿Cuánta gente va a votar contra algo o contra alguien, más que a favor de un conjunto de propuestas constructivas y de futuro? Ítem más: ¿cuánta gente está dispuesta a introducir su sufragio en la urna pensando íntimamente que cuanto peor, mejor? De ahí la doble apelación de los políticos en campaña a luchar contra la abstención y a favor del voto útil’. (AQUÍ puedes leer la columna entera)
¿Útil? ¿Escribí voto útil? ¡Sí! Y también escribí sobre la movilización sin precedentes de aquella cita electoral, tildada por muchos como la más importante de nuestra historia democrática por la amenaza de la llegada de la extrema derecha.
No sé ustedes, pero yo me siento estafado. Y engañado. Manipulado. Cabreado. Dolido. También me siento perplejo, ojiplático y estupefacto. No diré que no voy a votar porque imagino que sí. Que votaré. Pero también es cierto que, igual que el pasado abril volvía de Cuenca agobiado por si un retraso en el tren me impedía cumplir con mis deberes electorales, el domingo 10 de noviembre me lo tomaré con mucha más calma y ligereza. Incluso para elegir a quién (no) votar.
Jesús Lens