No soy una persona especialmente afectuosa con mis vecinos. Tampoco es que sea desagradable: digo Buenos días y Buenas tardes en el ascensor y, cuando a la vecina se le escapaba el gato enfermo, la dejaba pasar a la terraza para recogerlo.
Una vez, incluso, ayudé a la pareja de otra vecina a pasar desde mi balcón al suyo: se habían olvidado las llaves y la única forma de acceder a su casa era a través de la terraza. Solo que, para llegar a ella, tenía que suspenderse en el vacío. ¡Y vivimos en una cuarta planta!
Reconozco que pícara la gracia que me hizo aquello. De hecho, en un acto de sensatez (¿o de cobardía bastante lamentable?) le dije al muchacho que prefería no sujetarle mientras volteaba el balcón y se sostenía en el alféizar:
- Yo es que tengo vértigo. Y no me fío de la solidez de la barandilla. Casi mejor que sea tu chica la que te sostenga y si pasa algo, cosa vuestra es.
- ¿De ella? ¿Qué me fíe de ella? Antes llamamos al cerrajero y que nos cobre lo que nos tenga que cobrar…
¡Joder con la vecina! ¡Y yo que la tenía por una chica prudente y cabal!
No.
No soy de las personas que dan la bienvenida a un nuevo vecino con una tarta de arándanos, precisamente. Pero si lo fuera, tras leer “Una última cuestión”, la novela que Carmen Moreno acaba de publicar en la neonata pero muy activa editorial Cazador de Ratas; ¡rompería inmediatamente mi relación con ellos!
Porque no hay nada tan asfixiante como una comunidad de vecinos en los que todos lo saben todo sobre los demás. O creen saberlo. Porque se pasan la vida cotilleando, fisgando, olisqueando, imaginando y suponiendo.
Y esa es la atmósfera que Carmen ha conseguido retratar, a las mil maravillas, en una novela sorprendente, transgenérica, en la que el célebre misterio del cuarto cerrado se trufa con un humor costumbrista de raigambre netamente española. Ese humor negro que nos ha dado joyas surrealistas como la célebre “13, Rue del Percebe” o “La Comunidad” de Álex de la Iglesia, por ejemplo.
Cuando la joven y hermosa Sandra Olivé aparece muerta en el patio interior de un edificio de vecinos acomodados de Madrid, las bases sobre las que se cimienta la convivencia de la comunidad se ven sacudidas por la investigación policíaca que trata de determinar si la fuerte fue accidental, voluntaria o criminal.
Y nadie mejor que Verónica Lago, una de las vecinas del inmueble, muy aficionada a la literatura negra; para acompañar al detective encargado de la investigación en sus pesquisas e interrogatorios al resto de los vecinos.
Vecinos muy singulares, por otra parte. Alguno es hosco y ciertamente asocial (ejem). Otro, un conocido futbolista. Hay algún artista y alguna dama de postín. Y la portera, claro. Que un edificio como ése necesita portera.
A través de la investigación policial y vecinal, Carmen Moreno irá sacando punta a las contradicciones de esta sociedad nuestra en la que la apariencia y el qué dirán siguen teniendo tanta importancia como antes, aunque ahora nos creamos más modernos y vanguardistas. Una sociedad en la que la envidia y la maldad pueden convivir con la amistad y la solidaridad, puerta con puerta. Pero sin tocarse. Y sin saberlo.
“Una última cuestión” es una de esas novelas que da gusto leer en la cama, o en el sofá, arrebujado entre las mantas, al permitirte que te asomes a vidas ajenas que, sin embargo, podrían ser las de tu vecino de al lado. Una deliciosa lectura que se convierte en un inocuo ejercicio de voyeurismo literario que excita y da gusto al mirón que todos llevamos dentro.
Eso sí, cuando finalices su lectura, mirarás a tus vecinos con otros ojos.
¡Advertido quedas!
Jesús Lens