Si yo hubiera sido del PP y muy del PP, habría aprovechado el paso de Soraya, Pablo y Maria Dolores por Granada, cuando sonreían a diestro y siniestro y se dejaban tocar, abrazar y achuchar por todo hijo de vecino: me habría hecho un selfie con cada uno de ellos para dejarlo guardadito en el móvil, a buen recaudo hasta el día del cónclave.
Ayer sábado, tener un selfie con Casado valía su peso en oro. ¡Qué puntazo, poder subirlo a todas las redes sociales habidas y por haber y proclamar aquello de: “¿Yo? De Pablo de toda la vida…”!
Y es que toca hablar de Pablo como, en Granada, la gente cool habla de Federico, como si fuera un primo cercano con el que comemos paella cada dos domingos. Pero no vean que lío, ahora, con dos Pablos como líderes de la oposición. O lo que sea. Uno Casado y el otro Iglesias. ¿A que suena a chiste rancio?
Yo estaba siguiendo el duelo entre Pablo y Soraya muy de lejos, con distanciamiento, hasta que me encontré con un anuncio a toda página de Hazte Oír en el que pedían el voto para el mozo por considerarlo mucho más cercano a su reaccionario ideario que la ex vicepresidenta. Y Soraya Sáez de Santamaría ya era un rato conservadora…
En su momento, el PSOE eligió a Pedro Sánchez por encima de Susana Díaz por considerarle más de izquierdas, más progresista que la presidenta de la Junta de Andalucía, alineada con el aparato y con el socialismo más supuestamente conservador.
Así las cosas, ¿dónde queda el centro, aquel espacio mítico por el que se peleaban todas las fuerzas políticas, no hace tanto tiempo? ¿Se acuerdan? Era una época en la que el Euro nos trataba de convencer del fin de las ideologías. Cuando nos creíamos ricos, seguros de que el crecimiento del PIB, la renta per cápita, el IPC y el importe de las nóminas eran consustanciales a ser español y muy español.
Luego resultó que no: llegó la crisis y, miedosos y timoratos, dejamos que arramblara con la clase media y ahondara la brecha de la desigualdad. Entonces, volvieron los nacionalismos, las banderas, el miedo, la insolidaridad y el egoísmo. Y, de su mano, las ideologías. Que nunca se habían ido y que, de nuevo, nos exigen tomar partido.
Jesús Lens