Nuestro por ahora alcalde, Luis Salvador, creyó tranquilizar a la ciudadanía al decir que esta situación ‘solo’ durará unas semanas, en vez de un par de años. ¡Acabáramos! Y lo dice sin mover un músculo de la cara, impertérrito, impasible el ademán.
Unas semanas nada más, solo ante el peligro, como aquel Gary Cooper que estaba en los cielos. O en las nubes. Solo… o en compañía de otro. El inefable concejal Huertas, machista y faltón en las redes, insultando sin decoro alguno a quienes habían sido sus compañeros de partido y de gobierno unos días antes. Especialmente lamentable el tufillo del mensaje dirigido a Lucía Garrido. ¡Qué pena, los zombis de Ciudadanos!
Ayer hubo una manifestación ciudadana para exigir la marcha de Luis Salvador. La mitad de los concejales de su propio partido pide su marcha. Los concejales del PP que gobernaban con él piden su marcha. Vox pide su marcha. La oposición pide su marcha y el PSOE advierte que, con él, ni al tranco de la puerta.
Pero como si de un Paco Martínez Soria del siglo XXI se tratara, ahí sigue Salvador, don erre que erre, empecinado en conformar un gobierno. ¿Pero qué gobierno, ni gobierno? ¿Un gobierno con quién? ¿Consigo mismo? El esperpento granadino, esa tierra donde todo es posible y a la vez imposible, empieza a parecerse a aquella película en la que Jim Carrey sufría de personalidad múltiple, ‘Yo, yo mismo & Irene’, con Huertas travestido de Renée Zellweger.
Si Ciudadanos ya olía a muerto, el numerito de Luis Salvador es la pala que terminará de enterrarlo. Menuda papeleta para Juan Marín, todo un vicepresidente de la Junta. A su edad, verse en estas, después de haber pasado por tanto partido político diferente.
A Luis Salvador no se le cae una palabra de la boca: transfuguismo. Es la línea roja, el cordón sanitario tras el que se blinda. ¡Todos tránsfugas e irresponsables… menos él! Y Huertas, claro. En su pretendidamente numantina y espartana defensa de El Álamo, el alcalde de Granada está haciendo un ridículo espantoso. En estos días no he hablado con una sola persona que le dé la razón. ¡Ni una! Pero no hay más ciego que el que no quiere ver.
Escribir de esta situación me provoca taquicardia, palpitaciones y opresión en el pecho. Me duele recibir guasaps de amigos de fuera preguntando qué pasa en Granada. Me indigna que nuestra ciudad sea, una vez más, el hazmerreír de España. Qué pena.
Jesús Lens