Como bien sabéis, yo soy muy de zombis, del apocalipsis y del fin del mundo. De hecho, lo avanzaba en esta entrada, nada más ver la última película de Brad Pitt: ¿Y si hubiera comenzado ya el apocalipsis?
Desde los libros de Biedma, pasando por “The Walking Dead”, Los Caminantes de Sisi, el Cenital de Bueso, La Zona de Aguilera & Negrete e, incluso, a través de relatos como el Be Zombie My Friend; este tema siempre me ha parecido apasionante. ¿Qué le hago yo, si me pirro por la carne descompuesta, la masa informe, las vísceras podridas, las heridas purulentas y las dentelladas a traición? Cada uno tiene sus vicios, más o menos (in)confesables…
Era obligatorio, pues, ir al cine a ver una película de zombies de gran presupuesto, interpretada por todo un galáctico como Brad Pitt. Ya daba por supuesto que las dosis de sangre y de violencia que saltarían de la pantalla a la platea serían reducidas y, bajo esa premisa, me planté en el Cinema 2000, una tórrida tarde de agosto, a precio felizmente reducido…
Me gustó el arranque: un poco de información, unos brochazos de actualidad sobre los primeros indicios de la enfermedad y, de inmediato, la explosión de violencia. ¡Hasta me gustó la obligatoria secuencia de coches-a-toda-mecha que debe tener toda película de acción!
Llega, sobre la marcha, la primera pelea cuerpo a cuerpo. Y ahí ya sí que me mareo. Y sin gafas 3D. Los planos son tan cortos, rápidos y veloces que mi retina no da abasto. Creo que, por mor de las series y su estilo más pausado, empiezo a estar desfasado y sobrepasado, cinematográficamente hablando. Acostumbrado a lo deliciosamente lento que transcurre todo en “The walking dead”, me siento sobrepasado por la velocidad y la acumulación de segmentos que conforman “World War Z”.
La recogida del helicóptero, la llegada al barco, el viaje a Corea, el episodio de Jerusalén, la escapada a la India y, por fin, Escocia. ¡En apenas dos horas de película!
Dejando al margen las inequívocas connotaciones que tiene el surrealista episodio de Jerusalén; disfruté con los vaivenes de Pitt en su enloquecida vuelta a un mundo más enloquecido aún; me gustó la decisiva intervención del científico al que acompaña en su peligrosa misión y me dejé envolver por la tensión del último segmento de la película, mirando el reloj y pensando que se acababan las dos horas de metraje y la historia seguía inconclusa.
No me parece “World War Z” una obra maestra memorable ni creo que pase a los anales del cine de terror, pero se deja ver y nos muestra algo que, pensábamos, era radicalmente imposible: ¡Brad Pitt es humano, está envejeciendo y puede llegar a parecer feo en una pantalla, con el pelo churretoso y las bolsas bajo los ojos!
Eso sí. Creo que WWZ, en televisión, en ordenador o en iPad; no se aguantaría.
Y es que, como venimos sosteniendo, ¡no es lo mismo ver una película que ir al cine!
En este caso, sin el escaparate de la pantalla gigante y de la conjunción de los espectadores conteniendo la respiración; la experiencia zombie se diluirá como un terrón de azúcar en el café caliente…
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