Ustedes saben que hace un par de años, la milicia Ansar Dine, una facción del islamismo radical, partió el Malí en dos y se hizo con buena parte del norte de unos de los países más hermosos del mundo. Entre otras ciudades, Gao y la mítica Tombuctú quedaron bajo su control.
Las imágenes de los dementes y enfermos integristas de Ansar Dine destrozando parte del patrimonio arqueológico de la capital del desierto dieron la vuelta al mundo e hicieron que la comunidad internacional montara en cólera.
Meses después, el ejército de Malí consiguió expulsar a los integristas fuera de Tombuctú. Pero el daño ya estaba hecho.
En 2014, el director mauritano Abderrahmane Sissako filmó la película “Timbuktu”, en la que se cuenta la vida de la ciudad durante aquellos meses nefastos. Porque la destrucción de los monumentos es la parte más visible de una barbarie que, por ejemplo, obliga a las mujeres a cubrirse con guantes, en mitad del desierto. O que prohíbe fumar. O tocar y escuchar música. O jugar al fútbol. Y de todo ello habla Sissako. De cómo afectó a la vida de las personas aquella ignominia.
A través de personajes como Kidane, un tuareg, y su esposa Satima, experimentaremos la sinrazón del integrismo. Veremos a su hija Toya. Y a un pequeño pastor de vacas, Issam. Conoceremos a Amadou, un pescador bozo. Y a otros habitantes de la ciudad. Conoceremos al Imam de la mezquita de Tombuctú, que trata de razonar con los líderes de Ansar Dine. Y veremos la persecución a la que los fanáticos someten a cualquier idea o sensación que tengan que ver con el goce, el disfrute, el gusto o la libertad.
“Timbuktu” es sencilla. Está filmada con una calma y una contención que, por contraste, hace más difícil de entender y de soportar la insania que nos transmiten las imágenes, desde ese arranque en que una camioneta persigue a un cervatillo por el desierto, mientras los integristas tratan de matarlo, disparándole con su Kalashnikov.
Latigazos, lapidaciones, matrimonios obligatorios… de todo ello hay en una película que, sin necesidad de estridencias o efectismos, sitúa al espectador frente al Horror. Con mayúsculas. Con momentos mágicos y cargados de simbolismo, como el del partido de fútbol imaginario que juegan unos chavales y que es interrumpido por la entrada en el campo de… un pollino.
Hay elegancia en “Timbuktu”. Y simbolismo. Y diálogo. Y sentimiento. Y belleza. Y emoción. Y dolor. Una película que ganó los Premios César del cine francés del pasado año y que debería ser de visión obligatoria para todo el mundo.
Cuando surgen noticias sobre la destrucción del patrimonio cultural de ciudades y países que caen bajo el horror del fanatismo, hay quién sostiene que no hay que preocuparse tanto de las estatuas y los monumentos como de las personas. ¡Cómo si hubiera diferencia entre la cultura y las personas, entre la carne y el espíritu, entre la historia y el futuro!
“Timbuktu” es una joya que demuestra que el fanatismo y la barbarie no se detienen ante nada y ante nadie. Y que exigen, de nosotros, estar alertas y en guardia para denunciarlos y luchar contra ellos.
Jesús Lens