Estaba sentado en una banqueta, leyendo tranquilamente mi periódico sobre una mesa alta, en una anónima cafetería de Huelva. Apuraba mi segundo café de la mañana, después de haber dado buena cuenta de una suculenta tostada de jamón con aceite y tomate, uno de los cambios gastronómicos introducidos en mi dieta tras despedir a la mixta con mantequilla y mermelada de toda la vida.
En el periódico había un artículo interesante que quería guardar, por lo que rasgué la hoja correspondiente. Tras años y años de concienzuda lectura de la prensa escrita, soy un maestro del recorte de papel a mano alzada, si me permiten la inmodestia.
Mientras guardaba el recorte en el bolsillo del forro polar, me topé con la sorprendida mirada de la dueña de la cafetería. Por un momento pensé que se había quedado admirada por mi habilidad en el recorte, tan pulcro con el papel de periódico como Messi con un balón de fútbol. Pero no. Estaba indignada y, con la mirada, buscaba al camarero de detrás de la barra.
“¡Ese periódico será suyo…!” me espetó con rabia, su boca a escasos centímetros de mi cara. Era una mezcla de pregunta, afirmación y airada exclamación. “Por supuesto”, le contesté. Pero no se lo terminaba de creer y, una vez que había hecho contacto visual con el camarero, volteó el periódico para comprobar que no era el de la casa. Cuando se quedó convencida, masculló un prácticamente inaudible “disculpe” y, con una sonrisa nerviosa, volvió detrás de la barra.
Llegados a ese punto, una extraña mezcla de sensaciones me recorría el cuerpo. Por un lado, me pareció inadmisible el comportamiento de la señora. ¿No podía haber buscado el periódico de su casa y comprobar si estaba en perfecto estado de revista, antes de tener la grosería de coger el mío, dudando de mi palabra?
Por otra parte, además de moralmente victorioso, me sentí el legítimo y orgulloso propietario de algo tan valioso que, de no ser yo tan apocado y achantado, habría acabado en sonora bronca dialéctica. En raras ocasiones una inversión inferior a dos euros me ha hecho sentir tan rico y afortunado.
Jesús Lens